miércoles, agosto 09, 2006

Desayuno en el Balmoral

Guadalupe Loaeza en Reforma

"El Consejo General del IFE es un gran trasatlántico conducido por una tripulación de buque pesquero".
Clara Jusidman .

Confieso que cuando la voz de una señorita me anunció por teléfono que me pasaría al señor Luis Carlos Ugalde me sorprendió. En un lapso de medio segundo pensé que el consejero presidente del IFE me llamaba para señalarme que habían encontrado mis anteriores credenciales del IFE que había perdido, o bien que me buscaba para anunciarme que efectivamente había ganado AMLO y quería que fuera yo la primera en conocer la noticia. Pero no fue así, me había llamado para concertar una cita. "Muy bien. Nos vemos en el Balmoral el viernes 21 de julio", concertamos antes de colgar. La llamada se dio un lunes, es decir que durante tres días, me estuve preguntando, entre divertida e intrigada, cuál sería realmente la razón de nuestro encuentro.

Eran las 9:03 a.m. cuando llegué al restaurante. Después de saludar a lo lejos en distintas mesas a Tere Vale, a Raymundo Riva Palacio, a Manuel Ángel Núñez, a Lino Korrodi y a Marcela Gómez Zalce, finalmente llegué hasta el mezzanine donde se encontraba el doctor Ugalde. Nos saludamos, él, con una sonrisa forzada y yo, intimidada pero eso sí, muy educada.

No acababa de pedirle al capi un poco de café, cuando a boca de jarro me pregunta Ugalde: "¿De veras crees que hubo fraude?". Lo miré con sorpresa. "No uno, sino tres: antes, durante y después de las elecciones", le dije mirándolo derechito a los ojos. A partir de ese momento, me temo que empezó nuestro desencuentro de un supuesto encuentro que nunca se dio. La expresión de disgusto de su cara era más que elocuente. Era evidente que mi afirmación le había caído como balde de agua fría. Esto en lugar de despertarlo o avisparlo a esas horas de la mañana, tuve la impresión de que le sucedía exactamente lo contrario, lo distanció por completo.

Había entonces que exponerle los motivos, el porqué de mi aseveración. Con mucha vehemencia le expuse lo que, a mi manera de ver, había sido el pecado original; es decir, la forma en que se había constituido el actual IFE gracias a una negociación entre el PRI y el PAN bajo la sombra protectora de la maestra. Enseguida le enumeré una serie de irregularidades que habían influido en el proceso electoral como, por ejemplo, las constantes intervenciones de Vicente Fox; la implacable campaña del miedo; la no intervención del IFE ante la contratación de tiempos de televisión por grupos empresariales muy poderosos; la lentitud de reacción por su parte ante el daño irreparable que habían causado estos spots; la forma en que se habían anunciado los resultados del PREP; la información tardía al público acerca de los más de 2 millones de votos que no aparecían y por último, los errores aritméticos que habían evidenciado muchísimas casillas.

Ugalde me escuchaba sin escucharme. Varias veces me percaté que mientras hablaba, miraba hacia otro lado, evitando verme a los ojos. "Entonces. ¿para qué me invitó?", me preguntaba cuando en realidad debí de habérselo preguntado a él. No me atreví. Había algo en su actitud que no me gustaba. Además de muy lejano lo sentí huidizo, era como un pez que no se dejaba sujetar. De vez en cuando me sonreía pero lo hacía con una especie de condescendencia. Se hubiera dicho que me estaba haciendo el favor de estar allí presente.No, Luis Carlos Ugalde, en esos momentos, no se comportaba con cortesía. Su frialdad me inhibía. Era evidente que no le importaba lo que le decía. Tal vez en su fuero interno también él se preguntaba por qué diablos me había invitado a desayunar.

Pobre, porque durante más de una hora, tuvo que soportar mis preguntas tan impertinentes: "Pero, ¿por qué el IFE nunca paró los spots del Consejo Coordinador Empresarial? ¿Cómo era posible que tomaran la figura de Chávez, un Presidente en funciones, para desprestigiar a un candidato mexicano?", le preguntaba. "Guadalupe, yo no tengo un botón rojo en mi oficina que me permita parar de inmediato la propaganda que contratan para la televisión", me dijo un poco rijoso. "Entonces, ¿el IFE no tiene disposiciones en ese sentido?", le inquirí. "No, no tiene", me respondió cortante.

No había nada qué hacer. Le estaba cayendo como patada al estómago. Así me lo indicaban esos pequeños silencios pesados como plomo, interrumpidos de vez en cuando. "Te repito, Guadalupe. Es imposible que se hubiera dado un fraude. Existen muchísimos candados. Vinieron observadores extranjeros, cada casilla tenía sus representantes. Por otra parte, el IFE tiene funcionarios de carrera ejemplares. Además, cuestionar en su totalidad el proceso electoral es descalificar a miles y miles de personas que organizaron esta elección. Ese domingo se despertaron muy temprano y trabajaron hasta muy tarde en la noche. Fue una jornada ejemplar".

Dos veces me mencionó lo de la despertada temprano. Por un momento tuve ganas de preguntarle a qué horas solía despertarse él los domingos ya que le había parecido tan excepcional que lo hubieran hecho los responsables de casilla, pero no me atreví. La distancia que marcaba su lenguaje corporal no permitía la mínima cercanía. Hacía mucho tiempo no me encontraba con una persona tan renuente a un diálogo amistoso.

Estaba yo intentando disfrutar mi papaya con yogurt cuando de pronto dijo: "Oye, Guadalupe, te invité a desayunar porque quiero aclararte que Felipe Calderón no fue testigo de mi boda. La que fue testigo por parte de mi ex mujer fue Margarita Zavala, su esposa. Son amigas desde hace mucho tiempo".

No lo podía creer, ¿nada más me había dado cita para esta aclaración? ¿Qué para efectos prácticos no era lo mismo? No supe qué decirle. Lo único que se me ocurrió decirle fue: "¡Ah, bueno!... Entonces las cosas cambian... ¿Te gustaría que hiciera una rectificación en mi próximo texto?", le pregunté entre cándida y maliciosa. No recuerdo qué me contestó. A lo mejor no me respondió nada. Tampoco me acuerdo de qué más hablamos después de la aclaración. Creo que ya no conversamos nada más. De lo que sí me acuerdo es de que ya quería que se acabara el desayuno. Ya me quería ir a mi casa.Al salir del hotel Presidente Intercontinental, tenía un pésimo sabor de boca... Después de ese desayuno, me explico tantas cosas...

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