miércoles, agosto 30, 2006

Mientras mayor el agravio mayor la conciencia

Ciudad Perdida
La Jornada
Miguel Angel Velázquez

Mensaje ominoso del TEPJF

Comparsa del poder político y económico
La legalidad no es para los jodidos, resuelve

El fraude se ha consumado.

Para millones de mexicanos el agravio y la humillación, provocados por la burla a su voluntad política, más que convertirse en motivo de desesperanza son, ahora, el acicate que los mueve a conseguir los cambios que renueven la vida institucional del país.

En nombre de la legalidad, de la pulcritud jurídica, se han soslayado los hechos, se han cerrado los ojos para ignorar la farsa de una elección puerca.

Y esto porque ahora, más que nunca, la legalidad significa todo eso que los poderosos pueden hacer, pero que está prohibido para los demás. La legalidad resulta de la orden de los más poderosos y del canto de sus voceros frente a los micrófonos de la radio y la televisión, por más ilegal que sea.

Y la legalidad es aquello que condena y juzga el pensamiento de todos los que muestran con datos, que exhiben documentos, que prueban la felonía, porque no se ajustan a los intereses de quienes dan la orden. Es decir, la legalidad no es plato para jodidos.

En fin, lo que nos quieren decir los magistrados es que a partir de ahora, en las elecciones quien esté a cargo en Los Pinos podrá involucrarse en la elección impunemente, que los medios electrónicos podrán cobrar lo que quieran a los partidos y, sin embargo, atacar al candidato que les disguste; que los sindicatos patronales podrán, también, hacer valer su fuerza económica para calumniar a quien consideren su enemigo y, en suma, cualquier elección será una porquería, pero eso sí, absolutamente legal.

El tribunal electoral, pero antes el IFE, Vicente Fox y su camarilla, Marta y sus hijos, Calderón e Hildebrando, Diego Fernández de Cevallos, el presidente de la Corte, Mariano Azuela, los banqueros, y desde luego Carlos Salinas de Gortari, nos han dado esa lección.

Ir a votar ya no tendrá ninguna razón de ser. Nada cambiará si no lo deciden los poderosos. Como en los inicios de la democracia, cuando los esclavos no podían sufragar, hoy, aunque se vote, sólo cuenta la voluntad de los que se han proclamado dueños del país, los demás sólo son la escenografía de la democracia que venden desde la pantalla de televisión.

Después de esta elección ninguna más podrá ser limpia, justa ni honesta, pero todas, eso sí, estarán apegadas a derecho, como lo manda el neoliberalismo. La legalidad campeará aunque las instituciones se hallen sumergidas en el mar del descrédito y la estulticia.

De nada sirvió el peregrinaje de Claudia Sheinbaum por televisoras y radiodifusoras para mostrar los datos duros de la elección robada. El plantón en Reforma, Juárez y el Zócalo que clama, aún con las molestias que puede causar, la limpieza de la elección, no varió la decisión tomada hace ya algún tiempo.

Pero eso, en este momento parece irrelevante. El fraude está consumado y los hombres y las mujeres de la legalidad se aprestan, junto con Calderón, a gobernar con el único instrumento que para ellos tendrá validez legal: el tolete y los "camiones que echan agua".

El usurpador tomará posesión para garantizar la impunidad del traidor a la democracia, a quien ningún juez se atreverá a castigar porque no encontrará en sus actos ninguna desviación de la legalidad.

Felipe Calderón instaurará la república del odio y la mentira. Sus enemigos peligrosos serán, son, millones de mexicanos que no aceptan transitar por el camino de la legalidad que los ha despojado del poder que le dio, alguna vez el voto.

El fraude se ha consumado y la democracia que impusieron se ha consumido. Ahora sólo les queda la brutalidad de la fuerza para mantenerse en el poder.

A nadie han engañado, ni siquiera a ellos mismos. Saben que la elección la perdieron, saben que han cometido un fraude (legal), saben que ahora, incluso los que no acudieron a las urnas, están en su contra, pero lo que no saben, porque la soberbia ciega, es el rumbo que tomará México y que no pueden impedir.

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