domingo, diciembre 03, 2006

¿Todo está consumado?

Luis Javier Valero Flores

Cual si fuera el candidato de la oposición triunfador en los comicios, después de una intensa y sangrienta lucha, Felipe Calderón se ufanó el viernes de asumir el gobierno de México porque, dijo, está “habituado a enfrentar y superar todos los obstáculos”.

Lo dijo como si emergiera desde la oposición, como si el llegar hasta esa posición hubiese sido el resultado de una intensa, fragorosa lucha, en la que el debate político haya formado la parte menor del proceso.

Nada de eso. Asumió el poder después del más atropellado, polarizado y cuestionado proceso electoral del México moderno; más polémico, incluso, que el de 1988, pero lo hizo siendo el candidato del partido gobernante, el PAN, en una campaña en la que su antecesor efectuó todas las maniobras posibles –en las que empleó infinidad de recursos económicos de la Nación-- en su favor para llevarlo hasta la silla presidencial. Vamos, hasta en el ridículo intento de imponerle la banda presidencial, Vicente Fox evidenció el enorme partidarismo con el que actuó.

Si los obstáculos que, dijo Calderón, debió superar fueran así para todos los candidatos oficiales, valiente lucha política. Quizá el más importante obstáculo en su camino fue el de vencer a Santiago Creel en la contienda interna, porque en la elección presidencial contó con un impresionante apoyo del gobierno federal, de los más poderosos magnates, de la totalidad de los gobernadores panistas, del Consejo Coordinador Empresarial y del duopolio televisivo y en especial de Televisa y su poderosa red radiofónica.

A pesar de todo ello sólo pudo superar –en los números oficiales-- a López Obrador por menos del 1% de la votación. Valiente saldo. Y si además le agregamos que tres de los integrantes del Consejo General del IFE, entre ellos el Presidente Luis Carlos Ugalde, son amigos, muy amigos, de Felipe Calderón, y que la magistrada electoral, María del Carmen Alanís, es amiga cercanísima de Margarita Zavala, esposa de Calderón, tendremos los suficientes elementos como para pensar –y conste, sólo pensar-- que tenía algunas ventajas sobre el perredista.

El mandatario que toma el poder en la peor de las crisis políticas, quizá sólo comparada cuando Francisco León de la Barra asumió la presidencia, a la renuncia de Porfirio Díaz, o cuando Pascual Ortiz Rubio llegó a la presidencia después de las cuestionadas elecciones de 1929 en las que José Vasconcelos alegó haber sido víctima de un monumental fraude electoral; porque, vamos, ni las elecciones de 1940, en las que participó tan activamente el cacique potosino Gonzalo N. Santos generaron una crisis política de la envergadura que hoy padecemos.

Pueden los panistas y sus electores más enfervorizados brindar, celebrar jubilosamente que Felipe Calderón protestó en el Congreso, pero eso de ninguna manera es el final de la película, ésta apenas inicia y se desarrollará con numerosos altibajos, todos ellos dependiendo de la conducta y posturas adoptadas por el partido gobernante. Los primeros indicios no hablan de la adopción de una política de distensión, todo lo contrario, las voces que hablan por ellos, fuera de la de Calderón quien matizó su discurso previo de llamar al orden y la aplicación de la ley, y su repetido slogan de campaña, insisten en que debe aplicarse “mano dura” y reprimir a los perredistas, ya basta es la frase más sonada.

Lo peor es que ese linchamiento abarca a los más variados medios. Entre el martes y el viernes, como si no existiera ninguna dependencia encargada de vigilar las emisiones de la radio y la tv, como si nadie hubiera contratado los abundantes espacios publicitarios usados, se transmitieron innumerables spots que llamaban al linchamiento del PRD en una clara, flagrante violación a los ordenamientos legales vigentes en materia de comunicación.

No es lo único, ayer, El Diario (Chihuahua) publica, en la práctica, auténticos anónimos que, revestidos de mensajes enviados desde la internet, son auténticos llamados al linchamiento. Uno de ellos, no es una frase, llama a darle de palos (“Los descerebrados del PRD piden que se les respete… Hay que darles de palos y se quejen en Derechos Humanos”) a los legisladores del PRD, en lo que es, además, del abandono de la más elemental ética periodística, la permisividad a los mensajes de la más elevada intolerancia y el abandono a hacer de los medios de comunicación los espacios ideales para la reflexión y la elevación de la cultura democrática.

¿A cuenta de qué concepción se llama a linchar al diferente, sólo porque es eso, precisamente, diferente, o porque piensa diferente? Entre los autores de estos mensajes y los linchadores de policías en Tláhuac, perdónenme, no hay diferencia.

Y todo porque no se sabe apreciar –o no se quiere apreciar-- la mayor aportación que ha hecho al país López Obrador (se esté de acuerdo con él o no) y que es el de no convocar a una radicalización del movimiento dirigido por él. Ante el atraco electoral –y esa será la percepción generalizada, y finalmente histórica, todo porque se entercaron en no contar voto por voto-- el tabasqueño decidió apostarle a la vía legal, es decir, montar un plantón en el centro de la ciudad de México y la avenida Reforma.

Y para los intolerantes ese era “un gran daño a México”, sólo porque el tráfico de una parte de la capital mexicana se veía obstruido. Ante el fallo del TEPJF, el lopezobradorismo decidió ¡Dar origen a una gran organización civil!

Cierto, siempre, todos, ex candidatos, legisladores y dirigentes del PRD anunciaron que impedirían la toma de protesta de Calderón, y también, siempre, dijeron que lo harían pacíficamente, ellos, que son denominados por los panistas como los “violentos”.

Lo cierto es que atrapados entre el deseo real de impedir la toma de protesta y la de no forzar al máximo la tensión política existente en el país, los perredistas no alcanzaron a precisar cuál de todas las posturas debían asumir para enfrentar la etapa postelectoral, en especial la posterior al fallo del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

Impedir que Calderón asumiera la presidencia, de manera real, implicaba la decisión de llevar al cabo todas las acciones de resistencia civil imaginables, las mismas que el panismo, a lo largo de dos décadas, y en general toda la oposición al régimen priista de entonces, llevó a la práctica, esto es, la toma de carreteras, de oficinas públicas, de consulados, aeropuertos, casetas de peaje, de puentes fronterizos, plantones, múltiples manifestaciones, etc. Gente había, decisión sobraba, bastaba que El Peje y el PRD lo decidieran y una inmensa cantidad de gente (que además es la más activa políticamente) saldría a las calles, a las carreteras y crear un verdadero clima de ingobernabilidad para evidenciar que no existían las condiciones necesarias para la asunción del panista.

Nada de esto decidió López Obrador que se hiciera, le apostó a algo más difícil de lograr: que sus adversarios entendieran que habían perdido y a que los legisladores de su partido derrotaran en la batalla “curulera” a los panistas e impidieran la toma de protesta.

De ahí la “derrota” perredista del viernes en esa batalla. Y es que, no habiendo ningún otro mecanismo, ni otra arma a la mano, esa batalla la ganaría quienes tuvieran más peso, es decir, quienes fueran más, numéricamente.

Los legisladores perredistas (¿Todos, o sólo una parte de ellos?) intentaron cerrar todos los accesos al salón de sesiones, pero no pudieron hacerlo con los dos más importantes: uno, el que está a la derecha de la tribuna (izquierda en las imágenes) y, dos, el que está inmediatamente atrás de las banderas en la tribuna. En la “guerra de posiciones” que escenificaron perredistas y panistas, los primeros nunca tuvieron posibilidad de controlarlos, y con ello tenían perdida, de antemano “la batalla por la toma de protesta” pues afuera de la sala de sesiones, precisamente en esos dos accesos, se encontraban numerosos elementos del Estado Mayor Presidencial y de la seguridad propia de la Cámara, resguardándolos.

Afuera, en la calle, más de 150 mil personas se congregaban en el Zócalo para escuchar nuevamente a López Obrador. Más de una tercera parte de ellos decidieron acompañarlo en una marcha que intentó llegar al Auditorio Nacional en donde, acompañado solamente de los suyos (de los invitados extranjeros y alguno que otro nacional, entre ellos, sobresalientemente, Tomás Ruiz, el flamante nuevo dirigente del Partido Nueva Alianza, PANAL) y, por supuesto, de los medios electrónicos, Felipe Calderón lanzaba su primer mensaje y le tomaba protesta al gabinete.

Además, fueron pocos los esforzados perredistas que se lanzaron temerariamente a tratar de romper el cerco de los blanquiazules. Nada pudieron hacer, salvo obligar a una atropellada ceremonia, la más corta de la historia del país y que demostró la profundidad de la crisis política.

En ella el PRI le apostó, no podía ser de otra manera, a su espíritu “institucional”, por ello decidió completar el quórum y tratar de aparecer como el partido que le dará “estabilidad” al país. Por ellos (por supuesto, también por los panistas) estamos en estas condiciones y de las cuales no se aprecia, a juzgar por los primeros actos de Calderón y de sus primeros discursos, salida ni cambio algunos.

Sólo apareció mesura en el discurso, que se contradice con los hechos, entre ellos los nombramientos de los encargados del gabinete de seguridad y las medidas de austeridad del gobierno federal, de las cuales excluye a las fuerzas armadas. Está bien que les eleve los salarios a los soldados, pero a las capas dirigentes del ejército ¿por qué no quitarles los privilegios que goza la élite gobernante en el país?

Otro tanto se puede comentar acerca del escenográfico anuncio de Calderón en el sentido de que el gabinete de seguridad nacional tiene un plazo no mayor de 90 días para presentar un programa en la materia. Y luego, como si esa fuera parte de la solución, anunció que propondrá el aumento de las penas “para quienes más agravian a la sociedad”. En tanto, que todo siga igual (o peor) pues ahora el exdirector del organismo policial más desprestigiado del país, la Agencia Federal de Investigaciones, será el encargado de la Seguridad Pública y, a su vez, el encargado de esta secretaría con Vicente Fox, con resultados absolutamente negativos, será el Procurador de la República.

Son de tal desmesura ambos nombramientos que sólo resta encomendarnos a cuanto santo y virgen más milagrosos encontremos, pues no cabe duda que ambos nombramientos son de lo más equivocado del gabinete calderonista. Eduardo Medina Mora ha sido acusado frecuentemente, cuando era el encargado del CISEN, de “filtrar” innumerables conversaciones de muchos de los protagonistas políticos del país. Es decir, dirigió un organismo vigilante de la sociedad mexicana cuyos resultados y forma de operar sólo le sirvieron al grupo gobernante para intentar descalificar o desprestigiar a sus adversarios políticos.

La realidad se le impuso a Calderón, en el discurso del Auditorio pretendió recoger algunas de las propuestas lopezobradoristas pues prometió austeridad en el gobierno federal y el envío de una iniciativa para reducir su sueldo, el de la alta burocracia y en general de toda la burocracia del país, de los tres niveles.

“Instruyó” al titular de Gobernación a iniciar los trabajos para “promover una tercera generación de reformas electorales” y anunció que enviará al Congreso una iniciativa de ley tendiente a reducir el gasto en campañas electorales, el financiamiento de partidos, acortar los plazos de proselitismo y aumentar las facultades del Instituto Federal Electoral (IFE) para fiscalizar ingresos, gastos y patrimonio de los institutos políticos. Pero nada dijo de la publicidad política en los medios electrónicos y ese es el aspecto relevante.

Ojalá el priísmo reaccione (qué tiempos estos, le estamos pidiendo al PRI, por favor, que despierte, que hasta por su propio bien, no vote a favor de reformas que lo mandarán al ostracismo) y apruebe, sí, la reducción del tiempo y el gasto de las campañas, pero acompañada de una profunda reforma para prohibir la publicidad política en los medios electrónicos, o, por lo menos, que sea el IFE el conducto para contratarla porque, de lo contrario, acortados el gasto y el tiempo de las campañas, será el partido gobernante el que tenga la ventaja en todos los procesos electorales, basta con echarle un ojo a la intensa campaña publicitaria desarrollada no sólo en la pasada campaña electoral, también en las últimas semanas del sexenio foxista, como si tuvieran prisa en gastar el dinero público en innumerables spots de radio y televisión.

Nada está resuelto, la toma de protesta significó, sólo, el final de una etapa y el inicio de otra; el carácter, rumbo e intensidad que tome dependerá, no de los opositores, sino de quienes tienen, hoy, el poder. Una cantidad nada despreciable de mexicanos los consideran ilegítimos y el desarrollo de la crisis política será su responsabilidad, si optan por la “mano dura” y la represión consecuente, llevarán al país a etapas ya vividas; no son pocos quienes consideran burlada su decisión electoral y de su determinación habla que todavía a cuatro meses de la elección son capaces de llenar el Zócalo de la ciudad de México, quien menosprecie esa manifestación política se equivocará grandemente.

De ese clima de crispamiento da cuenta la crónica de La Jornada (2/XII/06) de lo sucedido en la Cámara de Diputados cuando ya Calderón se había ido: “Todavía al final, concluida la delirante y atropellada ceremonia donde se impuso la banda presidencial a Felipe Calderón, y cuando unos y otros salían del recinto parlamentario, panistas y perredistas siguieron insultándose, echando camorra, lanzándose bravatas y denuestos. Los primeros, envalentonados por haberle cumplido a Felipe su sueño de rendir protesta como Presidente constitucional ante el Congreso, retaban a los legisladores del sol azteca, que en esos momentos subían las escaleras que conducen a sus oficinas, y éstos les respondían. Unos y otros ponían en conveniente letargo sus rencores, pero se juraban desquite.

Unos usaban la ‘V’ para su pírrica victoria, y los otros blandían el índice hacia abajo y gritaban eso que tanto duele al PAN cuando se habla de su nuevo hombre en Los Pinos: ¡espurio, espurio!, ¡pelele, pelele!”.

Más aún, en el ámbito local –y no son pocas las voces y las actitudes linchadoras-- no debe olvidarse, tampoco, además del hecho de que López Obrador obtuvo 2 de cada 10 votos, que uno de los valores más importantes en una sociedad es la tolerancia. Y parece que se pierde a pasos agigantados. Nada bueno puede salir de esas actitudes.

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