jueves, enero 18, 2007

La revolución de la conciencia. 22. Los antiguos valores

Proseguimos con la segunda parte del libro La resistencia de Ernesto Sabato:

Segunda carta: Los antiguos valores

En el viaje de la Quebrada de Huamauca a la antigua ciudad de Salta, Sabato nos comparte sus reflexiones respecto a los antiguos valores que han quedado enterrados bajo la capa de la sociedad moderna que se mueve desquiciada entre anuncios, utilitarismo y criaturas que sólo se preocupan de lo individual.

Lamenta que se haya perdido el tiempo del ocio única fuente de reflexión sobre la existencia, ahora la vida pasa sin rumbo como un absurdo lapso que empieza al nacer y termina al morir. Durante ese incierto lapso la gente se afana en trabajar en aquello que no le trae gratificación alguna para obtener bienes desechables o que sabe que perderá al final del camino. El desencanto de la sociedad posmoderna sobre los valores por los que se lucharon desde la época renacentista y que el avance científico casi abolió como mitos y rituales ancestrales con los que fue abandonándose también la idea de Dios, la han dejado en un sinsentido existencial. ¿Habría que regresar a la religión y a los mitos que marcaban una dirección?

No lo creo. No es la falta de Dios y de mitos ancestrales lo que ha traído la locura dinerista y monótona actual. Es la incapacidad que han tenido las sociedades para respetarlos o para elaborar nuevos mitos a partir de la evolución de sus conciencias y que Dios en vez de haber sido suplantado por el humanismo haya sido reemplazado por el dinero y la avaricia. El amor a Dios debió haberse redireccionado al ser humano no a los objetos comerciales y al dinero.

Si bien la nostalgia por las costumbres de las sociedades religiosas y los mitos ancestrales puede ofrecerse como respuesta a recuperar los valores antiguos, creo que éstos no necesitan colgarse de creencias que han mostrado por otra parte haber sido yugos y fuente de injusticias tan criminales como las actuales.

Lo que habría que rescatar es esa parte que forma parte de la naturaleza humana aparentemente irracional que obedece a otra lógica diferente pero que puede ser tan acertada como la propia razón y me refiero a la intuición, al misticismo y a los rituales que corresponden a la etapa evolutiva que se vive. Con las nuevas perspectivas sobre la existencia se requeriría de una nueva elaboración del mito que responda al imaginario actual sin contraponerse a los nuevos saberes. En eso no hay marcha atrás y qué bueno.

Tan errático es desconocer la parte intuitiva y mítica de nuestro ser como hacerlo con la racional. Conceptos como el honor y el valor de la palabra que se han perdido casi en su totalidad, también tienen una representación dentro del ámbito de la razón, porque es mejor para la convivencia y la armonía respetar esos valores que no hacerlo. El honor revalora la autoestima y el respeto a la palabra permite que los pactos entre seres humanos tengan un sustento. Nuestro movimiento de resistencia ha rescatado el concepto del honor, la consigna más reiterada de quienes estamos en él lo significa con el líder: ¡Es un honor, estar con Obrador!

Si bien hemos llegado a negar que la vida humana tenga un sentido en vista del absurdo de nacer y morir sin objetivo cósmico, ya que no creemos en un plan universal que haya contemplado misiones para cada ser humano o destinos preconcebidos en relación con un proyecto; y hemos reconocido que la especie humana depende de movimientos astronómicos que no garantizan su subsistencia ad infinitum, por lo cual se cae en un sinsentido que justifica vivir el instante sin rumbo, la incapacidad creativa, la falta del ejercicio místico nos ha paralizado.

Los que con todo derecho creen que en el fondo la vida del ser humano desde un parámetro de existencia personal es un absurdo o un sinsentido de acuerdo con los conocimientos actuales, no se han percatado de que ellos pueden otorgarle un sentido, una razón de ser. Si me regalan una vasija sin contenido que además no necesito, está en mí usar mi imaginación para darle una utilidad que me produzca sentimientos gratos, eso es en sí ya una razón; yo puedo utilizarla para beber, para plantar una flor o para ponérmela de sombrero; puedo inventarle una historia, no aplicarle la historia que otros imaginaron; puedo añadirle elementos para configurar una escultura original, en fin...

La vida del ser humano puede volver a centrarse en valores espirituales como la honestidad, el gusto por las cosas bien hechas, el honor, el gusto por los demás, por la simple razón de que proveen de una mayor felicidad que la que nos han vendido quienes se empeñan en obtenerla adueñándose de nuestras conciencias y nos dominan. Es el principio del placer el que nos puede sacar adelante y al que afortunadamente no podemos renunciar porque es fuerza vital inherente a nuestra naturaleza. El placer que encontramos en nuestras diferencias, en las riquezas de los pueblos, en los rituales que nos permiten vivir imaginarias vivencias tiene sentido.

Las celebraciones de cumpleaños, nacimientos, o muertes han disminuido los rituales que elaboran un significado mítico pero han incrementado los gastos de la economía familiar. El tiempo de vida medido en momentos significativos de cambios de vida o inicios y terminación de proyectos ya no cuentan con la puesta en escena de una metáfora creativa sino que pasan desapercibidos porque no hay tiempo en el calendario mercantilista. El nacimiento de alguien es festejado a partir de ir a la tienda y comprarle un regalo, no organizando una reunión en el que metafóricamente se le dé la bienvenida a un nuevo ser; los cumpleaños se festejan comprando un regalo y gastando en un restaurante, no organizando una reunión o una comida de guisos tradicionales preferidos en el que bien se puede llevar a cabo un recital en honor del cumpleañero(a); así los deudos de los muertos ya no elaboran su pérdida mediante rituales simbólicos que les permitan introyectarlos para que sigan viviendo en su interior, sino que gastan dinero en las cajas y los trámites de la cremación para olvidarse lo más pronto posible pues tienen que seguir produciendo dinero y gastándolo.

No es el ateísmo y la pérdida de religiones o de soluciones mágicas a nuestras vidas lo que nos ha desviado de los valores antiguos, es no haberlos sabido defender como los bastiones más valiosos, haya o no haya Dios, para la convivencia humana amorosa y grata que nos hace más felices; y el haber perdido nuestra capacidad creativa para reinventar los nuevos mitos y rituales que signifiquen nuestra nueva perspectiva de la existencia.

Jamás habría que olvidar que en la historia de la humanidad han ido y venido dioses, pero la tierra ha sido desde el inicio nuestra madre, esa sí tangible y presente, y lo seguirá siendo hasta el final, por tanto habrá que defenderla como a nosotros mismos, habrá que salvaguardarla de todo mal y eso sólo se logra observando la verdad, el honor, la justicia y la libertad, no son valores antiguos, su universalidad trasciende todas las épocas y sólo a través de su observancia el ser humano progresa.

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