domingo, febrero 11, 2007

A ritmo de revolución

(Cuando el azar irrumpe en la historia)
por Michel Balivo

Sin duda lo más resaltante a nivel de noticias de la semana, ha sido la reunión de los científicos en París en torno al cambio climático y el calentamiento del planeta. Transcribo literalmente parte de lo declarado por el presidente Chirac: “Frente a esta urgencia, no hay tiempo para medidas tibias. Es hora de una revolución de nuestras conciencias, de nuestra economía y de nuestra acción política. El día en que el clima cambiará y escapará a todo control está cerca. Estamos al límite de lo irreversible”

La prensa mundial hace la siguiente síntesis de ello: “Sin una revolución de sus comportamientos, el hombre está perdido. Esa, en resumen, es la filosofía del informe presentado ayer en París por los científicos miembros del IPCC, Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático."

Si no conociéramos el contexto en que estas declaraciones fueron hechas, diríamos que suenan sorprendente y sospechosamente como ecos, reverberancias de los vientos que se escuchan soplar últimamente en los paisajes montañosos y llanuras del continente americano.
Podríamos inclusive llegar a creer que es un presidente bolivariano que está dando una arenga a su pueblo para liberarse de las condiciones de opresión a que lo somete un modelo económico internacional impuesto por los países desarrollados.

Al ritmo que se suceden los acontecimientos hoy en día nuestro pensamiento ha quedado desfasado, en consecuencia las instituciones que concibió se han vuelto obsoletas para dar respuestas apropiadas. Desde el día que decidimos que A siempre sería igual a A y jamás podría convertirse en B o C, han pasado las aguas de muchos siglos bajo el puente camino del mar.

Todos los organismos vivientes han continuado transformándose y mutando sin enterarse de nuestros decretos. Los virus por ejemplo se adaptan a las vacunas y antibióticos más poderosos, nuevas cepas resultan inmunes cada vez a mayor velocidad. Lo cual quiere decir que por ese camino la batalla está perdida de antemano, vamos perdiendo creciente terreno. Tal vez sea momento para intentar un cambio de dirección y pensar en ampliar nuestra tolerancia a tales microorganismos ya que los reconocemos parte imprescindible e inevitable del proceso de la vida en su totalidad. Tal vez haya que estudiar que procesos nos hacen vulnerables a ellos y corregir o evitar esos hábitos de ser posible.

Quizás se trate de estudiar los procesos estructuralmente desde la comprensión que ninguna de las funciones que forman parte de y hacen posible la existencia es prescindible, eliminable. Podría ser que el estudio de la vida desde las partes ya no nos resulte útil al llegar a esta aceleración del metabolismo global, en que comienzan a evidenciarse las condiciones estructurales que rigen el ecosistema. Los órganos del cuerpo sabemos que son diferentes y cada uno cumple su función, sin embargo lo hacen dentro del plan corporal.

Si el cuerpo dispara una señal de peligro para la vida, todas las funciones operan estructuralmente desde ese tono alterado desplazando al operador habitual. Si así no lo hicieran, si cada una tuviese opciones a elegir, podrían no responder a la velocidad necesaria o no acompañar la dirección mayor, por lo cual el cuerpo se desintegraría.

Si ampliamos esa visión al ecosistema vital que incluye los cuerpos humanos, es de suponerse que lo que llamamos libre albedrío opera dentro de ciertos márgenes de tolerancia. Pero que al acelerarse o intensificarse el metabolismo vital se activan otras funciones que toman el control estructural de las funciones que sostienen y salvaguardan la existencia.

Si ampliamos aún más la mirada es de esperarse que nuestro planeta se interregule con el sistema solar, y que cualquier alteración exige ser equilibrada para sostener esa dinámica vital. Una intensificación de la radiación o explosiones solares podría ser entonces una respuesta a las crecientes y acumulativas etapas evolutivas de la vida planetaria, es decir a su historia.
En este sistema estructural de funciones que operan en simultaneidad para sostener la dinámica inestable del equilibrio vital dentro de ciertos umbrales de tolerancia, sería difícilmente discernible que fue primero y después, quién o qué inició el movimiento y quien responde.

Porque es perfectamente posible que una intensificación de la radiación solar desencadene una serie de reacciones, aceleraciones metabólicas y mutaciones del ecosistema, que propicien una manifestación de vida diferente a la que experimentamos y conocemos.

Desde nuestro modo de asociar los eventos en causas y consecuencias lineales en el tiempo eso nos resultaría absolutamente incomprensible. Pues el ecosistema completo estaría reaccionando simultáneamente a una condición mayor, atmosférica, global.

Los síntomas serían múltiples y variados a nivel de sentidos. Sin embargo más allá de ello y aún antes de que se hicieran perceptibles ya habríamos sentido a nivel de piel que algo sucede, se siente diferente.

Nuestros cuerpos reaccionarían mucho antes de que cayésemos en cuenta de que se trata realmente, porque son parte de ese entorno viviente y reciben directamente esa aceleración de metabolismo, intentando ajustarse al mismo. Del mismo modo que sucede en cualquier caída de energía vital o enfermedad o ante cualquier ascenso de la misma o excitación.

Para que quede más claro de que hablamos citemos una vez más el ejemplo del relámpago- trueno. Sabemos hoy en día que son un solo fenómeno electromagnético, sin embargo los percibimos a través de nuestros sentidos especializados que cubren diferentes franjas vibratorias en dos diferentes tiempos.

Uno auditivo y difuso de difícil localización y otro visual que es al menos en apariencia más precisamente localizable. En el caso de una aceleración estructural del metabolismo del ecosistema, comprendiéndolo o no seríamos parte vivencial y afectada de tal proceso abarcante e inclusivo, de esa condición estructural y las transformaciones que opere.

En tales condiciones no dispondrían de energía ni espacio funcional nuestras concepciones de separación e independencia personal o nacional. Ni en consecuencia las creencias de impunidad, de ponerse a salvo de las consecuencias de nuestras acciones, que solo corresponden a una concepción del espacio-tiempo de muy pobre movilidad, de difusa vitalidad, de superficial conciencia.

En esa condición de abarcante inclusividad no habría parte ni tiempo al cual ir para evadirla, porque operaría como espacio continente, simultáneamente y del mismo modo sobre todos sus contenidos. Tal vez siempre opere así, solo que ahora se intensifica y resulta reconocible e ineludible para la conciencia hipnotizada en las partes.

El cambio climático es una de las tantas variables inesperadas, azarosas con que los seres humanos nos encontramos en nuestro camino histórico, en nuestro accionar de creciente poder sobre nuestro entorno, y en las reacciones proporcionales de este que nos van haciendo caer en conciencia de la estructura íntima de la existencia.

Según las proyecciones de los expertos empezarán a desaparecer miles de islas. Los cambios en el clima crearán una nueva categoría de víctimas, los llamados “refugiados climáticos”, es decir, las personas que estarán obligadas a abandonar sus casas y territorios.

El número de refugiados climáticos podría ser superior al de los refugiados que dejan las guerras. Se calculan que unos 200 millones de personas deberán cambiar sus puntos de residencia debido al aumento previsto de 40 centímetros en el nivel de los océanos.

A mi modo de ver esto nos pone ante circunstancias excepcionales. Es un aspecto inesperado de la globalización. En primer lugar porque ninguna de estas condiciones tiene soluciones nacionales ni mucho menos personales, lo cual nos exige trascender los casilleros de creencias culturales y religiosas heredadas dentro de los cuales hemos vivido hasta ahora.

No estamos ya ante una discusión intelectual o moral de cual sea buena o mala, mejor o peor. Sino ante la interrogante de que prevalecerá, si la vida sobre el planeta o tales creencias que resulten resistencias e impedimentos a la hora de tomar las medidas necesarias. Tampoco estamos ante un simulacro virtual de computación, sino ante exigencias y tiempos concretos. Por lo cual parece que la revolución de nuestra conciencia, hábitos, creencias e instituciones, o de nuestras economías y políticas como expresase el presidente Chirac, no solo es un clamor de pueblos, un sueño y un grito silencioso del alma colectiva, sino también una exigencia insoslayable de nuestros cuerpos y hábitat.

Tal vez suene poético y hasta esotérico, pero pareciera que la condición y la exigencia del cambio estuviese adentro y también afuera, es decir que fuera omnipresente. Y por tanto ineludible. Es como un juego de espejos, porque a veces nos parece sentir que nuestro pasado nos persigue cual sombra al caminar.
Y otras, cuando creemos haberlo dejado atrás, nos espera en el futuro sin importar adonde vayamos para intentar eludirlo. Pero en esencia en este momento la realidad nos enfrenta en un instante de pleno e ineludible encuentro al cual solo cabe llamar presente. O tal vez presencia. El punto sin retorno.

Tan solo para poder representar, imaginar o pensar estos eventos que aquí se presentan, a la gran mayoría de nosotros nos hace falta revolucionar nuestro pensamiento, sacudir nuestros hábitos y rutinas. Y los mismos acontecimientos cumplirán con esa función a medida que se dispare en ascendente curva la reacción en cadena.

Porque para el ritmo a que hoy en día se sucede todo, nuestras reacciones son demasiado lentas y nuestros hábitos de pensamiento no logran abarcar el alcance de las circunstancias ni mucho menos tomar las decisiones necesarias. Es el tropismo histórico el que sigue reaccionando a un mundo que ya no existe, a un ritmo de eventos que ya fue desbordado.
Nuestras instituciones son totalmente inútiles para responder a las nuevas circunstancias globales porque fueron concebidas más o menos como en la época del maquinismo, cuando los acontecimientos comparativamente eran tan lentos como las tortugas. Cuando todavía se pensaba en términos de localización o cercanía geográfica.

En aquella época se enfrentaba el naciente maquinismo con la visión del mundo de haciendas esclavistas de cultivo de algodón. Las nuevas posibilidades que ofrecía la tecnología hacían presentir otro mundo. Sucedió entonces la guerra de secesión entre el norte y el sur de EEUU que dirimió este conflicto de intereses y visiones.

Hoy en día las tecnologías de producción, comunicaciones y transportes ya han vuelto obsoletos todos esos tipos de fronteras que caracterizaban a la nación, y por ello son las corporaciones trasnacionales quienes gobiernan paralelamente ya que tienen todo aquello bajo su control. Sin embargo seguimos aún pensando en términos localizados, fijos, lentos, tan lentos que son casi estáticos.

Todavía no hemos aprendido a pensar en procesos en continua transformación como nos ejemplifica la naturaleza, a quien el pensamiento científico dio la espalda hipnotizado por el éxito de encasillar la realidad en estáticas representaciones. Por eso por ejemplo pensamos en EEUU como el imperio que impone su tiranía. Su caída significa liberarnos de tal imposición.
¿Pero fue la derrota de la Alemania nazi por los aliados el fin del imperialismo? ¿No podría EEUU con un cambio de gobierno que tome mayor conciencia de sus limitaciones presentes, abandonar sus desmanes de vaquero del oeste con pistolas y aliarse con China por ejemplo y hasta con su actual acérrimo enemigo Irán?

¿No podría hacer entrar a India, México y Brasil en el escenario de los países desarrollados y ganar así un aliado de peso en cada continente? ¿Rechazarían esos países el alivio de presión y las posibles ventajas que ello les traería? Desde una postura estática uno se vería tentado a decir que no, que ya aprendieron su lección.

Pero desde un proceso dinámico en continua interacción, queda claro que en gran parte la resistencia mundial ante EEUU es reacción a su atropellada imperialista descarada. Nada nos garantiza que si ese empuje se suaviza continúe el impulso liberador de los pueblos al no tener tal vez suficiente estímulo o presión.

Nada nos asegura que no renazcan las aspiraciones nacionalistas de los que hoy están en franca rebelión al sentirse atropellados desconsideradamente sin ser para nada tomados en cuenta. Esto por no citar que las corporaciones que tienen todos los recursos y no tienen patria localizada, pueden desplazar a placer el centro de gravedad de sus actividades.

Pueden perfectamente anexarse los estados más ricos y productivos de cada país y establecer alianzas entre los más poderosos sin limitaciones de espacio ni de tiempo. Y si de posibilidades abiertas se trata no podemos dejar de citar el deseo de libertad de todos los pueblos, incluyendo los que tienen gobiernos imperialistas.

Al ir cayendo en cuenta de la trampa mental en que han vivido encerrados e intentar abrirse camino, frente a la represión podría derivar fácilmente en guerras internas o civiles. En este cambiante y acelerado escenario mundial lo que falta, lo que no se ve por ninguna parte son principios que guíen con firmeza a la acción solidaria, humanitaria.

Y mientras no los haya, mientras todas las decisiones y conductas sean circunstanciales, acomodaticias, cualquier cosa es posible en medio de acelerados acontecimientos en que los amores se transforman en odios, los amigos en enemigos con tanta facilidad y seguridad como el agua se evapora o congela con la única condición de la temperatura apropiada.

Tan cierto y seguro como eso es que veremos caer las instituciones y fronteras del estado nacional y su organización socioeconómica resultante, a la que tan habituados estamos y que hace tanto tiempo que son inoperantes y repetimos solo como ritual mágico, como evocación de lo que una vez fue útil pero hoy solo es un recuerdo.

Y tras esa caída sobrevendrá inevitablemente la extrañeza y desorientación de nuestros hábitos y creencias que se sentirán perdidos, sin saber como orientarse, que dirección darle a sus actos. Es una transición inevitable desde un viejo modelo agotado que ya no da respuesta a las necesidades y expectativas, que ya ha sido superado por la sensibilidad humana.

En tales circunstancias tal vez aflore y comience a resultar visible el trasfondo de la conciencia colectiva histórica. De hecho ya empezamos a escuchar a supuestos elegidos por los dioses para luchar contra los herejes, aunque en el lenguaje moderno se diga lucha preventiva por la libertad y la democracia contra los terroristas y fundamentalistas.

Yo diría que siempre nos ha asustado nuestra libertad para elegir entre opciones. Hay momentos cuando llegamos a encrucijadas donde nuestros hábitos de vida se muestran inviables, como el exagerado e insostenible consumo y contaminación.

Es entonces, cuando necesariamente tenemos que hacer una elección de vida, que afloran la autoridad, las culpas, los premios y castigos, bajo los cuales hemos enterrado el espacio de libertad que es nuestro derecho natural de nacimiento. Y junto con ello aflora aquélla supuesta desobediencia de Adán y Eva así como el temor a que los dioses nos castiguen por nuestra osadía.

Puede sonar muy raro en estos tiempos decir eso, pero sobre todo en EEUU, que fue el primer país en separar la iglesia del estado, están empujando crecientemente para que se enseñe nuevamente la creación del mundo por Dios junto con la teoría de la evolución de las especies. ¿Qué vendrá después? Lo incierto nos atemoriza y hace aflorar todos nuestros fantasmas.

No es fácil para nuestra estrecha mirada e intereses reconocer los amplios alcances e implicancias de cada circunstancia. Pero justo en el momento que hablamos de poner nuevamente al ser humano en el centro del mundo, de la creación, y todo el resto a su servicio ya que no es sino su creación y hacer, se actualizan y agigantan los viejos dogmatismos.

Se enseñorean los fundamentalismos y oscurantismos supersticiosos que habitan el trasfondo de la conciencia colectiva y creíamos haber dejado atrás en nuestra era de racionalismo. Volvemos a sentirnos pecadores, culpables, malditos. Nuestro accionar se convierte en impotente frente a los designios divinos, nuestra conciencia simple reflejo de circunstancias.
Por tanto yo diría que en estos particulares momentos que nos toca vivir, hablar de revolucionarnos implica muchas cosas. Cosas que por lo general nos pasan desapercibidas en su verdadera trascendencia y hasta son consideradas ridículas y sin relevancia, indignas de ser tratadas. Hasta que nos encontramos en medio de ellas y sentimos que se aceleran nuestras palpitaciones y el cuerpo empieza a temblar.

En la revolución bolivariana hay un plan estratégico a largo plazo respecto a la dirección de las fuerzas creativas y productivas del país. Dentro de él todos pueden encontrar la forma de participar protagónicamente según sus preferencias y capacidades. Si lo comparamos con el modelo anterior queda en evidencia de inmediato que antes no había ningún tipo de plan, de imagen del mundo a futuro que deseábamos construir.

Y si no hay dirección ni participación colectiva común a futuro, ¿qué cabe esperarse? Pues simple y llanamente el pensamiento liberal. Cada uno se las arregla como puede y hace lo que se le da la gana. Cientos de miles, millones de cabecitas soñando cada una su mundo personal de felicidad y modo particular de conseguirlo, compensatoriamente a las limitaciones que el sistema le impone. Claro está que esto es solo una idea que se nos vende.

Porque aunque se lo dijera sinceramente, hoy en día es obvio para cualquiera que todo proceso ingenuo, no conciente de si, evoluciona mecánicamente hacia la inevitable concentración de capital y poder. Por lo cual la tal libertad y posibilidades individuales se ven cada vez más restringidas hasta volverse opresivas, asfixiantes.

Yo diría por tanto que cuando se dispone de una imagen, modelo del mundo y dirección común de acción a futuro donde todos pueden aportar, participar y reunir sus fuerzas, estamos hablando de algo que da cohesión a un colectivo.

En ese sentido podemos perfectamente hablar de religión en cuanto a reunión o atmósfera común que todos compartimos y respiramos de común acuerdo. Un cuerpo social unido por una dirección común de acción que todos sienten posible y deseable. Creo que los resultados de uno y otro tipo de organización no son muy difíciles de imaginar y reconocer.

No solo en cuanto al nivel de conflictos posibles en uno y otro, sino también en la eficiencia de las energías creativas y constructivas reunidas en una única dirección mayor, frente a la disipación y desperdicio de energía en los continuos enfrentamientos y destrucción de lo hecho por el gobierno anterior. Sin hablar de expulsar a todos los empleados para colocar los propios.

Me parece entonces que el verdadero reto revolucionario de nuestra época es antes que nada tomar conciencia de las enormes posibilidades que pone en nuestras manos la poderosa tecnología de que disponemos. Su contracara es la sensación de creciente insatisfacción y cansancio que experimentamos ante las limitaciones que nos impone un modelo agotado.
Hoy en día hablamos de cambiar el mundo. Pero en realidad como hemos visto eso que llamamos mundo no es sino un modelo organizativo, una visión o imagen del mundo que da dirección a nuestras capacidades y accionar colectivo. Una serie de instituciones, hábitos y creencias que dan respuestas a las circunstancias de una época.

Y cuando ese modelo y ese ritmo de respuesta es ya desbordado por nuevos acontecimientos, es el momento para una nueva visión del mundo que direccione una vez más nuestras acciones ajustándolas al ritmo, las exigencias y posibilidades de las nuevas circunstancias.

Por tanto más que de cambiar al mundo se trata de orientar las fuerzas en una nueva dirección dejando que la vieja muera por desatención. Hoy los acontecimientos climáticos y el ritmo a que consumimos y agotamos los recursos renovables dejan en claro sin la menor duda que este estilo de vida ya no resulta más viable para el nivel de conocimiento de que disponemos.
Lo cual significa que debemos ser capaces de cambiar nuestros hábitos de vida así como las creencias de adonde suponíamos que todo ello nos conducía, nuestros sentidos de vida, nuestras expectativas de felicidad. Tras todo lo cual están nuestras culturas y religiones. Hasta hoy solo hemos soñado y teorizado respecto a tal posibilidad de cambio.

Hoy estamos ante su necesidad inevitable. Es dentro de este escenario planteado que hay que interpretar las direcciones y posibilidades de los acontecimientos que presenciamos. Por un lado tenemos una propuesta que ya ha dado sus primeros pasos concretos, de un fondo común internacional para las posibles catástrofes que puedan sobrevenir.

La colaboración solidaria entre estados y pueblos para disminuir el analfabetismo y combatir las enfermedades, para intercambiar las materias primas y productos de que dispongan en beneficio del común, a fin de ir nivelando las asimetrías entre países y clases sociales.

¿Será esto necesario ante el planteo de 200 millones de personas desplazadas de sus asentamientos? Si tomamos en serio estos datos que aporta la comunidad científica no queda más que programar dónde vivirá esa gente, como se la atenderá, de que se alimentará.

Y para eso es indispensable la colaboración entre los países y pueblos que han de aportar acorde a sus posibilidades lo necesario. Ha de haber equipos internacionales de ayuda en todos los campos dispuestos para esta tarea donde sea necesaria. Y si hablamos de detener la contaminación y el consumo indiscriminado, ¿será necesario el acuerdo y la colaboración?

En este punto nadie puede saber con exactitud quienes serán los afectados por las inclemencias climáticas, por inundaciones y sequías, pérdidas de cosechas y animales. Tampoco sabemos hasta donde es ya irreversible el cambio, qué nuevos elementos aleatorios puedan entrar en escena y qué reacciones en cadena pueden dispararse ni en que momento.

Pero paradójicamente ante la propuesta del Alba se actualiza una dirección liberal que pretende que toda planificación gubernamental se desestructure y se deje libre juego a supuestas fuerzas del mercado. Para esa mentalidad todo intento de colaboración es para ganar poder y alterar los equilibrios de fuerza continentales.

¿Les parece a uds. que ante las circunstancias caóticas a que nos ha llevado este libre juego es ahora momento para dejarlo todo a las azarosas fuerzas del mercado para que sean las que den respuestas a las circunstancias una vez que ya estén consumadas las catástrofes?

¿Serán ellas tan efectivas tal vez como cuando el huracán Katrina de Nueva Orleáns? Donde no se tomó la menor prevención, cada cual evacuó como podía y si tenía como hacerlo, y cuando ya estaba todo el desastre consumado se mandó la policía represiva y pidió colaboración y donativos privados para los afectados, sin alimentos ni vivienda.

¿O se tratará tal vez de la efectividad demostrada para combatir preventivamente el terrorismo democratizando los pueblos de Afganistán e Irak, Palestina y el Líbano masacrando al pueblo, destrozando la infraesctuctura de servicios públicos, generando pandemias, hambrunas y guerras civiles, para construir sobre sus cenizas modernas urbes?

Por otra parte si nuestro modelo de vida ya no resulta viable para el ritmo a que el ecosistema puede procesar lo que nosotros consumimos, ahora más que nunca hace falta la recreación de ese modelo y la necesaria transición ordenada hasta donde los tiempos y los eventos lo posibiliten.

Una mentalidad que no entienda que estamos en tiempos excepcionales y se requieren respuestas veloces, organizadas y eficientes desde todos los campos de la ciencia y profesiones, no puede llamarse otra cosa que sicótica, alucinatoria, enferma.

Es en ese sentido que estos eventos nos dan un marco hasta ahora inexistente para evaluar que tipo de hábitos y creencias son útiles a la vida, y cuales de ellos se convierten en enemigos que no hacen más que aumentar las ya críticas situaciones y sufrimientos.

No está demás decir que hace ya casi cinco décadas, a principio de los 70´s, se comenzó a advertir a los gobiernos sobre las limitaciones de los recursos naturales y la creciente contaminación. Pero solo se buscaron excusas para proteger los intereses, el supuesto detenimiento del crecimiento y la evolución por sospechas no comprobadas.

Como simple dato es interesante saber que la Exxon Mobil registró ingresos netos durante 2006 de 377.640 millones de dólares. Sus ingresos anuales superan el Producto Interno Bruto de países como Suiza, Taiwán e Indonesia y sus reservas de efectivo superan a la deuda externa de naciones como Filipinas. ¿No es una grosería? Uno se pregunta hoy en día mirando los resultados, ¿detener cuál crecimiento, el de quién, cuál evolución, en qué dirección?

En síntesis me parece entonces que lo que realmente se juega en nuestra época, y a lo cual más o menos concientemente llamamos revolución, es si las fuerzas creativas y constructivas del ser humano son capaces de concebir concertadamente la transición hacia un nuevo mundo, que nuestra tecnología posibilita y las circunstancias humanas y naturales exigen.

Reunir nuestras fuerzas en la concepción y construcción de ese nuevo mundo posible, necesario y deseado por todo corazón desde el principio de los tiempos, es a mi modo de ver una demostración de fe en la vida, de confianza en el ser humano y en el poder de sus capacidades.
Es por tanto una nueva religión que alienta en la intimidad de cada corazón, en la que cada cual somos sumos sacerdotes, cuidadores y propagadores del sagrado fuego. Un canto a la vida, a la alegría del participar, de construir con amor el mundo que elegimos y deseamos vivir.
La otra cara es la de las fuerzas enemigas de la vida que apuestan al caos, la superstición, la negación del ser humano y todo lo que su historia y evolución significa. Las fuerzas apocalípticas desintegradoras que quieren dejarlo todo en manos del azar y la improvisación, de que cada cual haga lo que se le de la gana y se las arregle como pueda.

Los que vengan después ya verán qué harán con lo que quede, si es que algo queda. A eso le llaman pensamiento liberal y declaman que es el más apropiado para el desarrollo del ser humano.

Es el mismo pensamiento y actitud de las ratas ante el naufragio, aterrorizadas se lanzan al agua en una bacanal hedonista y espasmódica en que adoran al dios de la muerte, del fin y el sinsentido de toda vida, arrastrando y arrasando en su estéril violencia todo lo que puedan.
Si logramos reunir nuestra fe y fuerzas dándole dirección para atravesar esta transición, si logramos que la imagen del nuevo mundo predomine para iluminar esta oscuridad que se cierne sobre el momento presente, más allá de ello nos espera un futuro ilimitado.

En la grandeza del reto asumido está el poder para realizarlo, así como el egoísmo conlleva su propia pequeñez y miseria. Queremos revolución simplemente porque somos seres humanos, eso es lo que somos. Eso es todo cuanto necesitamos sentir, reconocer, saber y poder.

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