sábado, abril 21, 2007

« En pocas palabras » Pensamiento político libre

De Revoluciones

Estudiar la situación del movimiento liberal de México es, si hemos de ser sinceros, la confesión de una derrota, el estudio de las causas de ella, y un llamamiento a la acción, con el examen de las posibilidades de reconquistar las posiciones perdidas, tanto en el terreno político como social, pero sobre todo, en la conciencia de los mexicanos.

Desgraciadamente, tenemos que admitir también, que ese mismo panorama se presenta en todo el mundo, y una simple generalización, nos permitirá aplicar al resto del mundo, las conclusiones que en el caso concreto de México obtengamos.

La Historia de México, desde la conquista, no ha sido otra que la constante lucha entre el poder civil y el clero; al principio, dos grandes grupos sociales habían acaparado las conciencias, las propiedades, el trabajo, los cuerpos y las mentes de los nativos, fueron, los representantes de la "Cruz y la Espada." Penetra el conquistador (violento y cruel) abriendo brecha entre las multitudes inermes, matando sin misericordia, y apoderándose de los bienes y los cuerpos de el sacerdote, (falso y lascivo) cubierto de un manto de hipócrita bondad (con honrosa y contadas excepciones) predicando la humildad y mostrándose orgulloso; recomendando la continencia y dejando una estela de hijos sin padre; hablando de amor, y practicando el odio.

Si el conquistador y sus descendientes tenían a su disposición la fuerza material del gobierno, si eran capaces de cerrar o abrir sus arcones de doblones, para dar limosna "lo que su caridad les indicaba;" el clero, que se decía entonces y se dice ahora dueño de las fuerzas del cielo cuyas puertas abre y cierra a voluntad según el "óbolo" con que a sus crédulos feligreses cooperan al sostenimiento del culto, disponía de la fuerza espiritual que inspiraba el horror al infierno; las fuerzas por lo tanto estaban iguales, y el resultado final era incierto.

El pecado original con que nació la vida independiente la Nación Mexicana, según el Plan de Iguala, y los Tratados de Córdoba, fue el reconocimiento de la Iglesia Católica Romana como única, creando así un Estado dentro del Estado. La Iglesia había triunfado de los ricos latifundistas y propietarios de la época colonial mediante las excomuniones y se había sostenido mediante los diezmos, primicias, obvenciones y transacciones diversas y se había convertido en propietario de gran extensión del territorio nacional mediante donativos, mandas, legados y obsequios diversos, de tal manera que aún los más ricos hacendados tenían que pedir prestado al único Banco que había en el país y que administraban, para su provecho personal, los representantes de quien dicen que dijo: "Mi reino no es de este mundo."

El pueblo, ultrajado por el conquistador, humillado por sus descendientes, befado por el hacendado, azotado por el capataz, engañado por el sacerdote, embrutecido por el alcohol, y sumiso por su ignorancia, se da cuenta, intuitivamente, de que la verdadera causa de su desgracia no es el color de su piel, sino la nefasta influencia que sobre sus conciencias ha tenido el clero. Y así luchó por la Constitución Republicana de 1857 y las Leyes de Reforma. Conseguidas éstas, el pueblo tenía derecho a esperar mejor situación futura, pero la prolongada dictadura de Porfirio Díaz, dio oportunidad a la Iglesia de que se las ingeniara aliándose con ella, para que aunque las leyes permanecieran textualmente inalteradas, no se cumplieran.

La Revolución de 1910 encontró la sistemática oposición de la Iglesia: se opone a la reforma agraria, combate al ejército del pueblo, condena la Constitución del 17 y mueve todas las fuerzas de que dispone para que los artículos fundamentales de ella no se reglamenten, no se cumplan y de ser posible se borren de ella o por lo menos altere su texto. (Continuará…)

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