jueves, abril 12, 2007

Un cuento para reflexionar en el PLAN PUEBLA PANAMA.

EL PUENTE.

Como vencidos o derrotados por su misma fuerza, la que antes tuvieron para luchar contra corriente, estaban todos, ninguno faltó al compromiso ni a la palabra empeñada.

Desde mi ermita predije el futuro: vendrán tiempos de desasosiego y de hastío, querrán no haber contribuido a la quimera con la que se engañaron solos.

La naturaleza tiene sus razones para separar a los hombres con una montaña, con un barranco o con un río. La cercanía física no es signo de que estemos unidos. Pero las ilusiones se construyen en el aire y en el aire hay sueños viejos, de otros hombres, de otros lugares, de otros tiempos.

Fue en el aire donde se erigió el imponente puente, sostenido por columnas de acero, y como no fue hecho con material extraído de su propia tierra, el puente no les pertenecía.

Llegaron por caminos polvorientos transportes que nunca habían visto, cargados de cemento y de fierros que parecían viejos, y aun así fueron clavados como hondas puñaladas en las riberas y en el corazón del río. Se construyó con el sudor de todos, el gran monumento, como el ídolo
aquel que adoraron los que estaban ciegos. Fue tal la hazaña, que ocultó cualquier remordimiento.

Tuvieron entonces un empleo y fue cierto que sus manos contaron en vez de peces monedas; pero las devolvieron una por una, de absurda manera. Cuando se cree una parte también se cree en el todo.

Sus redes enmohecidas, rotas, viejas y arrinconadas en la orilla, no volvieron a sumergirse en el agua, tampoco sus balsas flotaron sobre el río, su madera seca y retorcida se resquebrajó en mil pedazos, como los vestigios de su antigua cultura.

Sus pies se calzaron y encallecieron sus dedos. Sus pantalones cortos y blancos que los refrescaban del calor del cielo, se volvieron largos y oscuros, como los rostros de sus mujeres y de sus hijos.

Cuando volvieron de su ensoñación, descubrieron la mentira, pero era tarde, demasiado tarde para derribar el puente o no haberlo construido. Su pesca era de otros, su tierra verde se cubrió de gris y el agua limpia del río se llenó de aceite prieto y de basura.

Las máquinas ruidosas y frías de las fábricas eran, por ocho horas, su única compañía, y su trabajo les permitió, apenas, comprar pescado en latas en vez de regalarles mojarras frescas del río.

El día que se treparon por primera vez al puente, para mirar su río, no imaginaron que verlo desde semejante altura era el presagio de que jamás volverían a sentirlo cerca.

Hay lazos que al unir separan, con la fuerza oculta de su amalgadura, porque la esencia de su unión no es el bien del hombre sino arrebatarle lo que es suyo.

La Romana.

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