jueves, septiembre 13, 2007

Cuba cosecha porque ha sembrado

Angel Guerra Cabrera

Cuba ha entrado en un singular proceso de ebullición creativa a partir del discurso pronunciado por Raúl Castro hace poco más de un mes en el 54 aniversario del ataque al cuartel Moncada. Dura crítica a los problemas del país y propuesta de largo aliento para encaminar su solución que fue acogida calurosamente por el pueblo, en cuyo seno ha hecho brotar una impetuosa corriente de reflexión trasformadora, otra prueba de su compromiso con la revolución y su confianza en la dirección cubana y su segundo de a bordo.

Raúl, fiel a su estilo, fue directamente al grano, subrayando que el país no ha salido de la crisis ocasionada por el colapso soviético. Puso énfasis en algunos problemas y principios fundamentales, pero aparte de citar ejemplos de cómo subsanar determinadas prácticas burocráticas, no ofreció recetas acabadas. Sus palabras evidenciaron la intención de que sean los propios ciudadanos en los territorios y centros de trabajo quienes con su talento colectivo ayuden a la dirección revolucionaria a identificar las ideas viejas, errores y prácticas nocivas que impiden una mayor eficiencia económica y gubernamental y, por consiguiente, la elevación del nivel de vida de la población, en particular la producción nacional de alimentos suficientes.

La empresa es harto compleja y difícil en un país pequeño, pobre, sometido por Estados Unidos a un bloqueo y hostigamiento despiadados y a la amenaza permanente de una intervención militar, que lo obligan a invertir ingentes recursos en la actualización de su capacidad defensiva. Para abordarla, el presidente en funciones enarboló tres principios cardinales: 1) la idea expresada por Fidel de que revolución es “cambiar todo lo que debe ser cambiado”, 2) el concepto de resolver los problemas con los recursos que el país sea capaz de producir, por lo que no deben esperarse soluciones espectaculares, y 3) la premisa, fundamentada en el consenso nacional, de que “lo único” que no está a discusión es la decisión “irrevocable” de construir el socialismo. Porque, contrariamente a las especulaciones y retorcidos vericuetos intelectuales de nostálgicos del capitalismo dependiente o izquierdistas de laboratorio, lo que anima y retroalimenta el gran debate nacional abierto hoy en Cuba es cómo lograr más y mejor socialismo, que es decir también más y mejor antimperialismo e internacionalismo, no importa cuán radical deba ser el cuestionamiento y la erradicación de concepciones, métodos y estructuras obsoletos.

No es nuevo que la dirección revolucionaria pida la opinión ciudadana para decidir el rumbo frente a situaciones complejas y difíciles como, por mencionar un ejemplo cercano, al caer la isla en su mayor crisis económica del siglo XX con la desaparición de la Unión Soviética, pero ahora parecería tratarse de ir a formas más profundas y sistemáticas de participación democrática, desde los centros de trabajo hasta los órganos de gobierno (Poder Popular), partiendo de sus instancias barriales.

Por lo pronto, el discurso de Raúl, que provocó intensas e informales discusiones desde el primer momento, ahora se analiza a calzón quitado en las organizaciones de base del Partido Comunista. Informes al respecto que recibo de amigos en la isla vienen cargados de fe y optimismo. La antítesis de la desesperanza, la apatía y la confusión que reinaban en los países del “socialismo real” desde mucho antes de su desplome.

Al optar por una estrecha alianza –no exenta de duras discrepancias– con esos estados para evitar el holocausto inútil de su pueblo, el liderazgo cubano no pudo evitar la influencia en la isla de las deformaciones imperantes en sus sociedades, pero conservó siempre suficiente autonomía para oponerles las ideas y la acción revolucionarias. No le fue posible desplegar en su totalidad el proyecto original de inspiración martiana, marxista y latinoamericana, pero “esa fuerza telúrica que se llama Fidel Castro”, según la memorable definición del Che Guevara, no ha dejado de sembrar hasta hoy un solo día en el alma del pueblo las concepciones y sentimientos profundamente humanistas y universales que guiaron desde un inicio la revolución. De otra manera, esta no podría haber sobrevivido frente a la hostilidad de Estados Unidos, mucho menos posteriormente a la colosal catástrofe que implicó para la isla el fin de la ayuda soviética. Sólo puede cosecharse conciencia socialista donde haya sido infatigable la siembra de ideas y actitudes revolucionarias.

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