domingo, septiembre 09, 2007

La muerte de la burguesía

Antonio Alvarez-Solís
Gara

Parece evidente: la economía del dinero, basada en el dinero como la única mercancía estimable, ha acabado con la economía burguesa, basada en la producción de cosas intercambiables mediante el dinero. El dinero ha sido ritualizado en una gran ceremonia satánica y las cosas son despreciadas por quienes manejan la cábala de los números. Estamos, pues, en una economía para iniciados en la secta monetaria. Pero al pie de esta afirmación conviene recordar en qué consistía la economía burguesa.

La economía burguesa se basaba en un comercio competitivo, aunque fuera protegido por las banderas nacionales. Era un juego regido por las reglas sencillas y variables del arancel.

La economía burguesa se afincaba en la ampliación de las clases medias como consumidoras con tendencia a una permanente mejora moral y material de su estatus.

La economía burguesa cuidaba la solidez del empleo, pues el trabajador seguro de su empleo era un consumidor con tendencia al ahorro y a la selección creciente de lo consumido.

La economía burguesa disponía de un sistema bancario de proximidad, en el que los directores de las sucursales bancarias conocían a quien debían apoyar por sus virtudes de iniciativa y honestidad. Este sistema bancario navegaba siempre con el seguro de que las entidades de ahorro, las llamadas cajas, se encargaban de una protección social que no tenía por objeto jugar en la mesa de la especulación financiera.

En resumen urgente todo eso formaba la estructura fundamental de la economía burguesa. Pero ¿dónde esta la competitividad comercial, devorada por la concentración globalizadora? ¿Existen hoy las clases medias? ¿Hay alguna clase de solidez en el empleo, raíz sólida de un consumo sostenido? ¿No es ahora el sistema bancario un mecanismo de exacción y extorsión escandalosamente protegido por la ley? ¿Qué ha sido del espíritu de las cajas de ahorro? Decía Schumpeter que él había nacido burgués, pero que el único futuro posible era socialista. Hablaba, claro es, del socialismo, que también ha repudiado su raíz.

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