jueves, noviembre 29, 2007

Annápolis: negociación infructuosa

¿Cuándo alguna de las negociaciones de Bush ha sido fructífera? A este hombre no le interesa la paz mundial, su objetivo siempre ha sido obtener petróleo y negocios para las fábricas de muerte de su país, o sea para quienes fabrican armas que invaden a otros países, para quienes entrenan mercenarios que asesinan a civiles y para quienes construyen lo que el previamente destruye y luego se apodera de ello. Es decir, su objetivo es la guerra, la destrucción y la intervención a los pueblos que claman por la democracia y la paz.

Editorial

En el contexto de la conferencia para la paz en Medio Oriente que se celebra en Annápolis, al este de Washington, y a la que asistieron el presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmoud Abbas, y el primer ministro israelí, Ehud Olmert, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, afirmó ayer que empleará “todo su poder” para lograr la reanudación del proceso de paz entre ambos países –destruido hace años por la intransigencia expansionista de Tel Aviv– y, con ello, “sentar las bases de un Estado palestino que convivirá al lado de Israel”. A tono con Bush, los otros dos dirigentes saludaron la celebración del encuentro: Abbas lo describió como “un hito” en la historia de la región palestina, que “puso el tren sobre los rieles” con miras a la consolidación de un Estado independiente, mientras que Olmert, tras demandar “el fin del terror, la provocación y el odio”, sostuvo que Israel está dispuesto a “alcanzar un compromiso doloroso, pleno de riesgos, de manera que podamos hacer realidad estas aspiraciones”.

Sin embargo, más allá de los discursos, la circunstancia actual en que se desarrolla el conflicto en esa región de Medio Oriente, en conjunción con la debilidad política que enfrentan Abbas, Olmert y el propio Bush, hace suponer que estas pláticas de paz resultarán infructuosas: para establecer la armonía en la región sería imprescindible, en todo caso, que el gobierno y la clase política israelí estuvieran dispuestos a reconocer el derecho de los palestinos a construir un Estado nacional en los términos de las resoluciones 242 y 338 de las Naciones Unidas, algo que no ha ocurrido. Al respecto, el partido ultraconservador Likud ha manifestado su rechazo a los planteamientos de Olmert en Annápolis: su principal dirigente, Benjamín Netanyahu, declaró ayer que “la función de la paz es reducir los riesgos”, no incrementarlos –en alusión al discurso del premier israelí–, y exhortó a las instituciones políticas de derecha a abandonar la coalición parlamentaria que mantienen con Kadima, el partido gobernante que atraviesa, desde hace meses, por una severa crisis política.

De su lado, el grado de descomposición en que se encuentra la ANP ha ocasionado que deje de representar a amplios sectores de la población palestina, que ve en Mahmoud Abbas a un empleado más de la Casa Blanca. Muestra de ello fue la multitudinaria concentración del pasado martes en Gaza, convocada por la organización islámica Hamas, en repudio a la referida conferencia de paz. En ese acto masivo se desconoció el acuerdo suscrito por Abbas y Olmert en el que se comprometen a firmar la paz antes de 2009. Este rechazo es una expresión más de la inviabilidad de las incipientes instituciones políticas palestinas –y de su sustitución por poderes fragmentados y fácticos–, provocada, en buena medida, por la asfixiante e ilegítima ocupación que Israel, al amparo de sus aliados occidentales, ejerce sobre ese territorio, y que cortó de tajo la posibilidad del desarrollo de un gobierno de unidad nacional. Estados Unidos, por cierto, es uno de los principales impulsores de esta circunstancia y, por tanto, del vacío de interlocución al que se enfrenta Israel, por más que Abbas haya hecho acto de presencia en Annápolis: cabe recordar que Washington, en su afán por respaldar a Tel Aviv en sus acciones de acoso al pueblo palestino, ha desconocido a las autoridades de Hamas –pese a que fueron elegidas en un proceso democrático intachable– y ha declarado la franja de Gaza, controlada por los políticos islámicos, como una “entidad enemiga”.

En suma, si fuera verdad que Estados Unidos está dispuesto, como aseguró Bush, a emplear “todo su poder” para alcanzar un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos, tendría que comenzar por exigir a Tel Aviv que acatara las disposiciones emitidas por la Organización de las Naciones Unidas y se retire de Cisjordania, la franja de Gaza, Jerusalén oriental, y que reconozca la soberanía de las autoridades y las instituciones sobre las cuales se erigiera, en caso de concretarse, un Estado palestino. En la medida en que esto no ocurra, encuentros como el realizado en Annápolis carecerán de sentido, y seguirán siendo meras acciones de imagen pública y de propaganda.

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