domingo, noviembre 04, 2007

Cortos de Laica 144

La discordia incesante, y la búsqueda de concordia entre los seres humanos, parece no ser sólo una desconcertante contradicción, sino el motor del desarrollo ilimitado que se ha planteado nuestra especie. Antagonismo, vanidad, discordia, términos entendidos como valores negativos, quizá jueguen un papel de incomprendida utilidad para nuestra especie. Pero veamos algo de lo que señala sobre ello el filósofo Emmanuel Kant en su Filosofía de la Historia (Fondo de Cultura Económica, México, 2004):
La razón en una criatura significa aquella facultad de ampliar las reglas e intenciones del uso de todas sus fuerzas mucho más allá del instinto natural y no conoce límites a sus proyectos. Pero ella misma no actúa instintivamente sino que necesita tanteos, ejercicio y aprendizaje, para poder progresar lenta de un peldaño a otro del conocimiento.
La Naturaleza nada hace en balde y no es pródiga en el empleo de los medios para sus fines. El hecho de haber dotado al ser humano de razón y, así, de la libertad de la voluntad que en ella se funda, era ya una señal inequívoca de la intención por lo que respecta a ese equipamiento.
El medio de que se sirve la Naturaleza para lograr el desarrollo de todas sus disposiciones es el ANTAGONISMO de las mismas en sociedad. El ser humano tiene una inclinación a entrar en sociedad; porque en tal estado se siente más como ser humano, es decir, que siente el desarrollo de sus disposiciones naturales. Pero también tiene una gran tendencia a aislarse; porque tropieza en sí mismo con la cualidad insocial que le lleva a querer disponer de todo según le place y espera, naturalmente, encontrar resistencia por todas partes. Pero esa resistencia es la que despierta todas las fuerzas del ser humano y le lleva a enderezar su inclinación a la pereza y, movido por el ansia de honores, poder y bienes, trata de lograr una posición entre sus congéneres, que no puede soportar pero de los que tampoco puede prescindir.
Sin aquellas características, tan poco amables, de la insociabilidad, de las que surge la resistencia que cada cual tiene que encontrar necesariamente por motivo de sus pretensiones egoístas, todos los talentos quedarían por siempre adormecidos en su germen en una vida de pastores, en la que reinaría el acuerdo perfecto y una satisfacción y versatilidad también perfectas, y los seres humanos, tan buenos como los borregos encomendados a su cuidado, apenas si procurarían a esta existencia suya un valor mayor del que tiene ese animal doméstico; no llenarían el vacío de la creación en lo que se refiere a su destino como seres de razón.
¡ Gracias sean dadas a la Naturaleza por la incompatibilidad, por la vanidad maliciosamente porfiadora, por el afán insaciable de poseer o de mandar ! Sin ellos, todas las excelentes disposiciones naturales del ser humano dormirían eternamente raquíticas. El ser humano quiere concordia; pero la naturaleza sabe mejor lo que le conviene a la especie y quiere discordia. Quiere el ser humano vivir cómoda y plácidamente pero la Naturaleza prefiere que salga del abandono y de la quieta satisfacción, que se entregue al trabajo y al penoso esfuerzo para, por fin, encontrar los medios que le liberen sagazmente de esa situación.

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