lunes, noviembre 12, 2007

Del daguerrotipo al DVD

Michel Balivo y J. Kalvellido

(Revolucionar la revolución)

En artículos anteriores expuse que ningún juego social, constitucional, tiene validez, si no se reconoce, si se escamotea que elegimos respetar esas reglas de mutuo consenso y conveniencia. Salvo que desees jugar solo con amigos imaginarios, claro está.
Si nos proyectamos imaginariamente a un lejano pasado en que supuestamente vivíamos en las cavernas y éramos parientes cercanos, primos hermanos de los monos, no será difícil reconocer que todo el paisaje en que hoy vivimos, es humana concepción, creación, construcción. Salvo que los medios masivos nos den mejores explicaciones, claro está.
En conclusión, si somos felices o sufrimos, si nos sentimos libres o esclavos en nuestras actuales circunstancias, no tenemos más remedio que girar la mirada sobre nuestras propias mentes para descubrir qué tan bien o mal hemos usado y seguimos usando ese don creador, constructivo, transformador.
Lo primero que se hace evidente desde este enfoque, es que algunas expresiones han de ser extirpadas de nuestro vocabulario y diccionario. Como esa de: “¡Qué le vamos a hacer! Las cosas son así. Si te gusta bien, y sino ya sabes que hacer”. No compañero, nada es así o asá, nada es sino lo que lo hicimos ser, nada juega sino el papel que le dimos.
No nos hacemos ningún favor afirmando que las limitaciones que experimentamos son inamovibles, ni las propias ni las ajenas, ni las personales ni las colectivas. Otra expresión habitual en estos días es “¿para qué vamos a participar si ellos tienen el poder?” ¿Lo tienen realmente? ¿O se lo damos?
Supongamos que todos nos ponemos de acuerdo para no consumir algunos productos. ¿De que les servirán entonces sus capitales, materias primas, plantas procesadoras y publicidad? Es tan simple como darnos cuenta una vez más, que los juegos sociales requieren el consentimiento tácito o explícito de ambos participantes. Productores sin consumidores no existen. Así que, ¿quién tiene el poder?
¿Qué sucedería con los supermercados o abastos si acordáramos los consumidores de cada localidad, reunir por ejemplo el dinero que gastamos mensualmente en víveres, e hiciésemos nuestras propias compras al por mayor? ¿Qué sucedería con los bancos si reuniésemos nuestros propios ahorros sin necesidad de intermediarios?
Me dirán que la gente ha sido estafada muchas veces en sus buenas intenciones y es ahora demasiado desconfiada y temerosa para realizar algo así. Yo diría que si por ser estafados reaccionamos eligiendo a los estafadores para que cuiden nuestros ahorros, no hemos hecho muy buen uso de las enseñanzas de la vida ni de nuestras facultades.
Y una vez más preguntaría, ¿quién tiene el poder entonces? ¿Puede realmente una minoría ejercer el poder sobre una mayoría? Como yo lo veo, el poder lo tienen nuestros temores que en lugar de remediar los errores de aprendizaje del juego, han caído en una desconfianza inútil que no hace sino aumentar los intermediarios. Tanto en la cadena productiva como en la especulativa y en la que se supone las vigila y supervisa. ¿Y quién paga por todo ello?
Económicamente los que van perdiendo el juego, que cada vez cobran menos y pagan más, resultando crecientemente desposeídos de los frutos de su trabajo. Pero anímicamente todos, porque tenemos que vivir desconfiando de cada vecino y vigilándonos. Si nos tocara concebir y elegir como queremos vivir nuevamente, ¿elegiríamos realmente esta forma de vida?
Por favor no me contesten con un “así son las cosas, ¿qué le vamos a hacer?” Si reconocemos que elegimos una vez de mutuo acuerdo las reglas de juego, podemos hacerlo nuevamente, cuantas veces queramos. Y si no es así, es mejor dejar el cuento de la libertad de elección y que cada cual viva en la jungla que mejor le parezca y se las arregle como mejor pueda.
Mucho no nos falta para ello, pero con eso le hacemos el juego a los que apuestan a que sigamos dormidos a nuestras capacidades y derechos, a los que prefieren que nos dividamos y enfrentemos, mientras ellos frotándose las manos de satisfacción se dividen el botín que nosotros producimos y les entregamos en bandeja de plata.
Simultáneamente tenemos que exponer el elevado costo que nos ha impuesto la ingenua suposición de que el cambio de las instituciones es soplar y hacer botellas. No vamos a entrar a detallar la historia, pero para quien esté interesado bastará recorrer las últimas décadas desde los 60´s hasta la presente en curso, para que queden en claro las diferentes alternativas e intentos, así como las reacciones de las estructuras del poder imperante.
Tenemos sin embargo hoy experiencias demostrativas crecientes en marcha, que dan testimonio de que los tiempos ya no son los mismos y que el cambio sí es posible. En otras palabras y hablando con mayor precisión, hemos aprendido la lección y estamos en capacidad de organizarnos y neutralizar las estrategias del poder temporal para mantener sus privilegios.
Como ejemplo práctico puedo contarles que terminamos de realizar en Venezuela el 28 de octubre las elecciones de delegados y suplentes al congreso fundacional del PSUV, (Partido Socialista Unido de Venezuela). Me llega información de que en la mayoría de los casos los políticos profesionales intentaron hacerse con esos cargos, intentaron secuestrarlos.
No hablo de políticos oposicionistas de extrema derecha, sino de las estructuras de poder donde inevitablemente se formaron todos los políticos de izquierda que hoy militan en las filas de la revolución socialista bolivariana. ¿Dónde más podrían haberse formado, en Marte?
Para ellos es inconcebible que el poder pase a manos “de un pueblo ignorante en política”. Con lo cual se refieren a sus argucias para “hacerse con el poder”. Chantajes, calumnias, supuestos “lineamientos que vienen de arriba”, asustar o comprar a los voceros representantes del pueblo para que declinen su candidatura a favor de los que sí saben.
Fue una batalla en todas las de la ley, en la que hay que resaltar que los representantes de la Comisión Presidencial cumplieron pese a todas las presiones, su papel de informar y hacer cumplir las normas imparcialmente. Y hay que suponer hasta que nos llegue más precisa y amplia información, que ha de haber múltiples triunfos y derrotas en esta batalla entre lo nuevo y lo viejo. Es decir en este intento de cambio.
¿Y qué supone eso? ¿Acaso se terminó la historia, perdimos la guerra? Yo diría que más allá de las necesidades básicas, del dolor y del placer, comienza la historia cuyo motor no es sino humana intencionalidad. Por tanto mientras haya seres humanos habrá intentos de superar todo tipo de limitaciones, habrá evolución, historia.
Lo que no podemos caer es en la concepción ingenua del liberalismo, del personalismo. Desde el principio de los tiempos hemos intentado superar las limitaciones que nos imponían nuestro cuerpo y sus necesidades, como función del ecosistema natural que es.
Por tanto no cabe suponer intenciones superadoras e historia, sin resistencias cual contraparte estructural, ya sean naturales u otras intenciones que han hecho un uso inapropiado del conocimiento colectivo para imponerle sus creencias y deseos a otros seres humanos.
Lo que intento decir es que no existen esos “saltos personales instantáneos a la libertad”, ese “sueño americano” de que tanto le gusta al neoliberalismo teorizar mientras nos impone sus férreas condiciones. La libertad siempre existe entre condiciones, circunstancias y en relación. Porque decir libertad es decir limitaciones que superar o superadas, es decir intencionalidad, conocimiento e instituciones históricas heredadas cual fruto palpable de tales batallas.
Entonces para pensar y hablar con precisión habremos de decir que en el intento de superar limitaciones naturales hemos ido configurando y aplicando conocimiento, nos hemos ido liberando. Pero esas instituciones histórico sociales heredadas, son hábitos y creencias cuya inercia las viejas generaciones van imponiendo, y contra las cuales intentan con mayor o menor éxito luchar las nuevas.
Ese es el escenario preciso con que hoy nos encontramos, y en el intento de superar ese tropismo heredado que experimentamos como limitaciones, nos vamos fogueando, templando, cayendo en cuenta, aprendiendo. Es decir, nos vamos liberando. ¿Pero qué es esa libertad ganada? ¿La de los angelitos tocando el arpa en el cielo, la de hacer cada cual la que se nos da la gana, la de imponerle nuestro triunfo a los perdedores nuevamente?
No, son nuevas instituciones, nuevas y universales reglas de juego de mayor participación y protagonismo democrático elegidas por consenso, que amplían para todos y cada uno la libertad de elección, sin ningún tipo de discriminaciones ni retaliaciones.
¿Se termina ahora la historia, hemos ganado la guerra? Solo si hablamos de la hospitalidad del cementerio. Porque la vida continúa, y con ella nuevas experiencias y aprendizajes cotidianos, más sutiles resistencias y liberaciones. Porque no conocemos los principios de la intencionalidad humana ni por ende su final, tal vez porque nunca los tuvo ni los tendrá.
Como otro ejemplo práctico de todo lo dicho quiero contarles una escena que presencié por TV y me dejó con la boca abierta. No solo porque es inédita en Venezuela y solo puede darse dentro del ejercicio o intento de una democracia participativa y protagónica.
Sino por el alcance de lo que ello implica a futuro. En una asamblea de médicos al servicio de hospitales del Estado, se presentaron vecinos de los comités de salud popular y médicos venezolanos de Barrio Adentro. Los profesionales de la medicina intentaron negarles su derecho a participar con la excusa de que eran temas especializados de la profesión.
Resulta un poco difícil hacer encajar una discusión de honorarios en un tema especializado, sobre todo cuando se vienen haciendo programadamente en los diferentes hospitales, en tiempos de reforma constitucional y siempre filmados por los canales de oposición intentando negarle la entrada a los del estado, violentando las normas de los hospitales.
En todo caso los vecinos y médicos de Barrio Adentro defendieron su derecho a estar presentes y participar en el debate. Resultó algo totalmente desacostumbrado escuchar las opiniones de pacientes así como médicos con una ética que impone prioridades totalmente diferentes, junto a la de los médicos que discutían fríamente sus derechos a aumentos.
En ningún momento nadie les discutió ese derecho, ni el pueblo ni sus colegas de Barrio Adentro. Pero si se les hizo ver que eso dependía también del cumplimiento de sus obligaciones, horarios, del trato humano a sus pacientes, de una ética que no permitía bajo ninguna excusa el abandono o desatención de la salud y vidas bajo su cuidado.
Por tanto era totalmente válida además de necesaria la presencia de las asambleas populares de salud, porque por si no se habían dado cuenta era el pueblo, ese que ellos bien o mal atendían, quien pagaba sus salarios. Por supuesto los médicos no estaban de muy buen humor y trataron de cortar el derecho a la palabra, boicotearon el sonido, y se molestaron en demasía cuando no se les dejó repetir su turno ya que todos tenían derecho a hablar.
No estaban acostumbrados a que alguien opinara desde la misma altura y con el mismo derecho que ellos. Y terminaron declarando a los consabidos canales de la oposición que la gente no tenía la razón, que eran ellos quienes la tenían. Evidenciando de ese modo su poca cultura democrática, así como su habitual actitud de menosprecio a la cultura del pueblo.
Si la reforma constitucional resulta aprobada en diciembre, las asambleas populares tendrán valor y poder vinculante en todos los casos. No solo ante las instituciones y representantes gubernamentales que ellos mismos habrán elegido, sino también ante toda producción de bienes y servicios privados. Ya que en esta época de excesiva especialización de funciones no puede haber nadie que produzca exclusivamente para si, no dependiendo de los demás.
Por tanto todo producto y servicio ha de contar inevitablemente con aquellos que lo reciben, consumen y usan. Ha de permitir su participación protagónica, su supervisión, su control de calidad, quejas y sugerencias, porque es evidente que para ellos produce y sirve. Así como hoy se exige solvencia laboral que certifica que cumple con todas las obligaciones con el estado y sus trabajadores, mañana se exigirá solvencia del poder popular y sus asambleas vinculantes.
Todo esto deja en claro que el tema de las libertades y propiedades privadas es la resultante de miradas miopes o daltónicas, que nunca han podido o querido ver que toda producción y servicio tiene un destinatario, y no hay modo de que sea considerada aisladamente de aquellos para quienes produce y a quienes sirve.
Del mismo modo que todo aquél que educa o enseña solo se califica a si mismo aprendiendo a enseñar, por lo cual toda relación es en doble sentido, es una relación estructural y simultánea de realimentación, reversibilidad, reciprocidad. Que solo alcanza su plena efectividad y maestría cuando se superan las relaciones maquinales y mecánicas que requieren continua supervisión, reparación y cambio de piezas estáticas que se desgastan y vuelven inservibles.
Si yo te impongo mis intereses o razones, que por otra parte no son sino creencias o hábitos heredados, nunca sabré si lo que hago te satisface, es de tu agrado y necesidad. Por lo tanto no es de extrañarse que las relaciones terminen en el fracaso, cuando creíamos que hacíamos todo lo necesario según los cánones aprendidos para ser felices y exitosos.
Si jamás escucho opiniones ni compruebo los resultados de la educación que impongo a mis estudiantes, nunca sabré la calidad de educador o formador de personalidades de que dispongo. Nunca sabré qué piensan ellos de mi, como los afecta mi personalidad, virtudes y vicios.
No es de extrañar entonces todo lo que los alumnos dicen por detrás de mí y que solo un pequeño número de profesores sea bien considerado por sus educandos. Lo mismo sucede en todos los ámbitos, y entonces no es azaroso, casual ni mágico que lleguemos socialmente a los extremos que hemos llegado. Al no escuchar jamás la opinión de aquellos con los que directa o indirectamente nos relacionamos, no es nada raro que nuestra sociedad sea un fracaso, sea mucho menos de lo que podría ser. ¿O acaso no compartimos todos un elevado grado de frustración?
Claro que es mucho más simple ponerse de acuerdo las autoridades para imponer su consenso, o las corporaciones para monopolizar y poner elevados precios vendiendo cada vez productos y prestando servicios de menor calidad, o los gobiernos para imponer las leyes que favorecen a unos pocos. Pero entonces no hay que sorprenderse ni buscar excusas para la decepcionante calidad de los resultados.
La simple verdad, la simple realidad es que hasta hoy hemos vivido en sociedades y democracias jerárquicas, autoritarias, representativas. Por lo cual no hemos ejercitado ni desarrollado funciones, cualidades, personalidades participativas ni protagónicas, solo hemos aprendido a obedecer y repetir como loros.
No puede por tanto esperarse lo que por no haberse hecho no existe. No puede culparse ni exigírsele a quien no se le enseñó ni permitió desarrollar cualidades cívicas solidarias, aquello de lo que carece. Por el contrario si nos hemos rebelado no ha sido por lo enseñado, sino por nuestro innato amor a la libertad que pese a todo no hemos perdido ni perderemos.
Entonces cuando vemos los alcances reales de darle poder efectivo, aquí y ahora, a la otra cara de la ecuación, que no es estática, porque todos somos autoridad impositiva en alguna parte de nuestras relaciones, todos somos tiránicos reyezuelos en algún feudo por reducido que resulte. Ya no hacen falta complejas formulaciones para la revolución ni el socialismo.
Si se aprueba la reforma comenzará la transferencia de funciones de las viejas instituciones hacia las nuevas, es decir a los consejos comunales organizados y en pleno aprendizaje de sus nuevas responsabilidades. Basta liberar y ampliar ese poder de elegir, decidir, participar y protagonizar reprimido, secuestrado, para que mediante el ejercicio de apropiárselo, todo comience a enriquecerse y cobrar nuevamente movimiento, vida y colores. Es algo así como pasar de un daguerrotipo a un DVD.
Finalmente, si incluimos la otra cara estructural de toda ecuación, hemos de llegar a reconocer que del mismo modo que es infantil creer que librarnos de alguien satanizándolo, resolverá nuestros problemas, también lo es seguir esperando y endiosando salvadores o libertadores que sustituirán la necesidad de que crezcamos como seres humanos y ciudadanos.
Nos hace falta aún ejercitarnos lo suficiente para reconocer que no podemos seguir diciéndole a nuestro presidente lo que no funciona, pidiéndole y esperando que haga algo y decepcionándonos si nada sucede. Así como sus iniciativas vienen de arriba hacia abajo abriéndonos espacios crecientes de participación, las nuestras han de abrirse camino de abajo hacia arriba sin importar cuales sean las dificultades a vencer.
Si fracasamos en cien intentos debemos estar dispuestos a intentarlo no cien sino cien mil veces más. ¿Hasta cuando? Pues justamente hasta que lo logremos, aún si hace falta revolucionar la revolución completa para ello. Porque solo cuando desarrollemos una decisión y un temple invencible que no ceje hasta el logro, nos habremos revolucionado.
Sin revolucionarnos nosotros, ¿cómo pretendemos revolucionar nuestro entorno? Eso está bien para niños pequeños que lo esperan todo de sus padres, pero no para revolucionarios que comprenden que un mundo inintencional no desea ni puede revolucionarse por si mismo. Nosotros somos los actores de toda posible revolución que implica simultaneidad.
Creo que nuestras circunstancias testimonian que ya hemos pagado suficiente precio por tales supersticiones y fetichismos. Me parece que ha llegado la hora de darnos cuenta que en un ecosistema viviente todas las funciones operan estructural y simultáneamente. Por lo cual no hay modo de crecer sino como totalidad y en continua conciencia de realimentación.
A medida que asumamos nuestras capacidades y responsabilidades nos iremos liberando de un determinismo tras otro, mientras los viejos tropismos limitantes heredados, irán quedando atrás cantando las mismas canciones que ya a nadie le interesa escuchar. Caminante no hay camino, se hace camino al andar. Y al mirar atrás se ve la senda que ya no has de pisar.

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