viernes, noviembre 23, 2007

¿Democracia? no, gracias

Carlos Tena
Rebelión

Tengo muchos conocidos, incluso algún sobrinos, primos o colegas (¿debería escribir colegos?), que están convencidos de que España está dotada de un sistema democrático estupendo, homologable a los existentes en Francia, Alemania, Gran Bretaña o (esto es lo más alucinante) los ¡EEUU de Norteamérica¡, pero además, presidido por un monarca que demuestra su sentido popular y sufragista todos los días, cuya sencillez extrema se demostró casando a su vástago Felipe (eso sí, católico, apostólico y romano), con una divorciada que trabajaba en la TVE.

La boda luego (según me cuentan ellos) no resultó tan humilde o sencilla, pero se trataba de emular las conquistas “emocionales” que Gran Bretaña logró con el enlace entre el Príncipe Carlos y la infortunada Diana de Gales, por lo que papá Juan Carlos y mamá Sofía decidieron tirar un diez por ciento de la casa por la ventana (un dinero que le entrega el pueblo español cada año), parando el país merced a la astuta transmisión del vodevil, y en fin, dejando claro que Eva Sanum era un zorrón noruego y que el meloso Felipe supo enderezar su vida eligiendo a la locutora, aunque no fuera ni virgen ni mártir.

Hoy, la princesa consorte, feliz mamá, frunce el ceño (pero en privado) cuando sabe que ninguna de sus nenas jamás podrá llegar a lucir el titulo de Reina de España, si alguien (y no va a ser el Parlamento) no toma antes las medidas oportunas para mandar al carajo los restos de Ley Sálica que aún se tienen que tragar hasta las feministas del PSOE e IU. Defensa de los derechos de la mujer, pero nunca en la familia real. Derechos de la mujer siempre, pero nunca en la familia vaticana. Ya se sabe que la hembra es portadora del pecado mortal, la lujuria, en el que siempre caen los fans del Papa y sus eminentísimas, los cardenales.

¿Democracia en España? Una sonrisa que se trueca en mueca mefistofélica cuando resulta que, curiosamente, ninguno de los que discuten conmigo, a veces incluso de forma acalorada, hicieron absolutamente nada, durante la dictadura franquista, por defender las libertades mínimas que exige un sistema en el que el pueblo sea dueño de su destino. Mas, hoy en día, defienden su europeismo militante, que se quiebra algunas veces cuando, en los bares y pubs donde pasan más horas que en el trabajo, se dedican a insultar a los franceses por haber protegido a los etarras y además pecar de chauvinistas, a los ingleses porque se niegan a devolver Gibraltar (¿es que hay miedo a que el pueblo gibraltareño sea el que decida democráticamente su futuro?), a los italianos porque aseguran que “nos quitan el aceite de oliva”, a los alemanes porque sólo saben trabajar, a los suecos porque sus cónyuges son promiscuos, y así seguiríamos ad libitum.

Aún más, esos colegas, conocidos, cuñados, primos, etc., cuando terminan el recorrido europeo, situándose en ese limbo que se llama “ser español es un título”, la emprenden también con los catalanes porque quieren ser nación, con los vascos por lo mismo y lo que todos imaginamos, para acabar diciendo que “como en este país no se vive en ningún sitio”. En verdad que no. No queda nadie a salvo, excepto el Real Madrid, esa multinazional en la que nadie defiende los colores de un club, sino el contrato que vincula a un jugador, a la que le importa tres pitos el “madrileñismo”, que por otro lado también deberían representar el Atlético de Sabina, el Rayo de Ramoncín (al que le gusta decir que conoce Vallecas, pero ignora por dónde está la boca de Metro más próxima al estadio) o el Getafe de mi amigo Ricardo. Nunca comprenderán que se puede haber nacido en la hoy capital del reino y ser forofo del Carboneras, que ni tiene dinero ni un equipo genial, pero tienen ganas, humildad y dignidad. O del Athléti de Bilbao, en el que no se aceptan jugadores foráneos (no por racismo, ojo), sino precisamente para defender unos colores, una cultura y un espíritu deportivo tiznados en el mundo con el color del dinero, del maldito papel impuesto por encima de la dignidad en la competición. ¿Espíritu deportivo en el Real Madrid, el Barça, el Milan, el Liverpool, el Dinamo? Ese aroma ya no impregna los estadios de los clubs mentados, sino el grito, el insulto y el desprecio, incluso a los jugadores de otras etnias, aunque lleven la camiseta del equipo local.

Me canso de decir a mis colegas, cuñados, conocidos, primos y demás familia, que el vocablo democracia hoy les sirve lo mismo para designar el régimen de Marruecos, Kuwait, Honduras, El Salvador, Guatemala, Corea del Sur, Estados Unidos de Norteamérica, España, el Irak invadido, o Italia, que el de Rusia, Polonia, Albania, Rumania, Dinamarca, Suecia, Filipinas, Japón, o Andorra, muchos de cuyos gobiernos y regímenes políticos tienen comportamientos no sólo incompatibles con el término, sino que resultan nítidamente antidemocráticos.

Les importa tres pitos, porque están convencidos (hipnosis colectiva) de que se hallan en un país que respeta el juego de la voluntad popular: o sea, cuando depositan una papeleta cada cuatro años. Son así. Es como si creyeran que el campo es un lugar estupendo para la reflexión, y se van a comprobarlo al jardín del chalet del vecino, que tiene un adosado muy apañadito, de esos que hacen feliz a Rosa Montero. O como si confundieran la repoblación forestal con yacer alegremente debajo de un pino.

Me “jarto” de recordar a mis contertulios que esa democracia que defienden es la que permite que si “gana el que no conviene a EEUU”, hay que emprenderla a golpes de estado; es la que se llena de orgullo porque los homosexuales puedan casarse; pero es la misma que practica el racismo y el clasismo más violento, el más excluyente, insultando a jefes de estado que llevan jersey de colorines o no llevan corbata, ni son de raza blanca, o sea, como Hitler; es la que humilla a los emigrantes todos los días en todas las ciudades de la península; es la que se alegra de que un descerebrado fascista la emprende a golpes en el Metro contra una ecuatoriana de quince años; la que comprende que los franquistas salgan a la calle a gritar vivas al dictador, cuando deberían ser juzgados (utilizando esas leyes tan democráticas) por “apología del terrorismo”; es, en definitiva, una sociedad que les ha engullido en un limbo, insisto, en el que no ven jamás el bosque porque se lo ocultan los árboles.

¿Son acaso incapaces de pensar que el control de los medios de comunicación (todos en manos privadas, incluidos los públicos) impide a las grandes mayorías, salvo rarísimas excepciones, tomar conciencia de la caricatura que sirve de soporte a esos sistemas de poder, que excluyen en la práctica la participación del pueblo en las decisiones de las que depende su presente y su futuro?

¿No resulta curioso que un izquierdista nada radical, como José Saramago, opine que para que superemos la crisis actual de la civilización y evitemos el colapso, es urgente "colocar en el centro de la discusión el tema de la democracia, de la democracia auténtica, de refundar el concepto a partir de las necesidades reales en las que viven las personas"?

¿Tal vez se niegan a admitir que la democracia es, per se, un sistema popular, participativo, revolucionario, anticapitalista, y que el liberalismo salvaje que se impone gradualmente en la Europa de hoy, no deja de ser un sistema totalitario disfrazado, similar a los que rigen en El Salvador, EEUU, Colombia, Marruecos, El Vaticano, Honduras, Guatemala, Paraguay, Arabia Saudita, Kuwait, etc.?

Ninguna de las preguntas les anima a seguir en tertulia. Más bien barruntan frases ininteligibles, tosen y piden la cuenta (menos mal), como diciendo: Mira si soy demócrata que te invito, y eso que eres un extremista. Lo que yo digo. Pensar es muy malo. ¿Será por eso que la estatua de Rodin parece meditar sobre estas cuestiones?

Nota .- El responsable del artículo ha olvidado voluntariamente colocar los equivalentes femeninos de todas las palabra subrayadas, y menos aún a poner la @, porque tiene prisa, es muy tarde, y no tiene ganas de hacer la pelota a feministas de baja intensidad como Rosa Aguilar, María Teresa Fernández de la Vega, Trinidad Jiménez y Maruja Torres.

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