jueves, noviembre 22, 2007

La Revolución monopolizada


Por Jorge Eugenio Ortiz Gallegos

La Revolución es por naturaleza una alteración, un rompimiento que se alza contra la realidad anterior, contra la conformidad, contra el asentamiento, contra la rutina. Cuando la Revolución llega, lo que antes se disfrazaba al amparo de la ley, abre las puertas al grito, a la condena, al vituperio, a la persecución, a la violencia y a la inseguridad.
El Nuevo Orden al que aspiraba la Revolución Mexicana se basó en dos inconformidades: 1.- La que se refería a la desigualdad entre los pocos ricos y los muchos pobres, y que alzó el clamor por mejores oportunidades para el mexicano empleado en las industrias y en especial para el campesino. 2.- El ideal político expresado en el lema del maderismo como primigenia criatura de la revuelta: "Sufragio efectivo, no reelección".
Las grandes masas acudieron a la lucha armada, a las asonadas, sembraron y dieron rienda suelta a la violencia y al saqueo y respaldaron el oportunismo de los líderes sindicales o regionales. Los campesinos de México fueron entonces la carne de cañón, la materia y la explicación de aquella Revolución Mexicana que comienza en 1910 y termina cerca de 1930, con el asentamiento de lo político y la primera gran fatiga de los hombres por el prolongado desorden y la inútil lucha. Pero siguió en las ambivalencias de las promesas incumplidas y la corrupción de todos los valores espirituales y materiales.
A casi 100 años del grito de 1910, hay que decirlo sin ambages, ninguna de las tendencias fundamentales de la Revolución Mexicana ha tenido cumplimiento. Ha resultado un fracaso, porque no se ha conseguido con ella ninguna mutación sustancial, ningún cumplimiento cierto de las metas fijadas.
En ese lapso se han dado importantes cambios en la sociedad mexicana, pero ninguno de ellos en el sentido de los propósitos iniciales. Del estado porfiriano, contra el cual se hizo la Revolución, hemos pasado a un estado más dizque "democrático", pero en el fondo más nefasto. Ya no es el monopolio de un solo partido, sino una plurización de las cúpulas políticas, que hacen del país una víctima esclava de los caciques regionales y de los de cada partido.
La libertad de mercado surgida del neoliberalismo se pacta con la globalización y concentra en todas las latitudes el poder en unos cuantos y hace destacar la pobreza de las mayorías. El siglo XXI ha creado genios de la ciencia y de las finanzas, pero la concentración de las mercaderías y la publicidad, están esclavizando los derechos y apresurando la destrucción del globo terráqueo. De la pobreza de la mayoría, hemos continuado al mexicano que maldice su suerte y que marchita la esperanza emprendiendo el camino hacia las grandes urbes y sobre todo hacia el trabajo perseguido por la migra en los Estados Unidos de Norteamérica.
El gobierno y personeros de 50 años culpan a los ríos de las inundaciones, eterna pesadilla de nuestros antepasados, con frecuencia mayor en Tabasco y Chiapas, y en la metrópoli de Anáhuac. Durante décadas los gobiernos federales, estatales y municipales permitieron asentamientos en los cauces de los ríos. La falta de planificación eficaz, el robo de dineros públicos es la infamia de los genocidios zonales, inocultable lucro de los ricachones y políticos sustentados en la corrupción y en la impunidad.
La planeación y la organización eficaz montadas en la disminución de la corrupción se hacen necesarias en los municipios. Los mexicanos tenemos, pues, la esperanza en las juventudes del siglo XXI, que nacen con una madurez prematura y piensan salvar los destinos de un crecimiento armónico.

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