sábado, enero 26, 2008

Cuando las situaciones se van fuera de control

Dr. Eugenio R. Balari

En las sociedades contemporáneas, muchos países viven en la actualidad situaciones muy complejas, hay quienes las califican de críticas, otros de explosivas, corrosivas, antagónicas o muy contradictorias y desequilibradas.
En la base de todo ello se encuentran los grandes desequilibrios sociales, los que a su vez, sabemos, son determinados fundamentalmente por las enormes desigualdades económicas que caracterizan en estos tiempos a la gran mayoría de los países del planeta tierra.
Es lógico comprender que, a partir de estas circunstancias, se manifiesten innumerables conflictos de diferente naturaleza y grados de intensidad en el seno de las sociedades en que nos ha tocado vivir.
Hace varios décadas atrás parecía que la modernidad, con sus importantes descubrimientos y sus alentadores avances científicos-tecnológicos, se encargaría de ir gradualmente solucionando los graves problemas sociales y económicos que se venían arrastrando después de tantos siglos de oscurantismo, limitaciones y atrasos.
Todo hacía indicar, nos hicieron pensar además, o nos inclinábamos ingenuamente a creer, que a partir de la segunda mitad del siglo XX, muchos de los descubrimientos y los propios incrementos de la productividad que se estaban alcanzando en muchos sectores de la economía, nos posibilitaría vivir en un mundo más equilibrado, de mayor abundancia de bienes materiales, donde todos los seres humanos estaríamos un poco mejor, viviríamos con mayor armonía y mucho más felices.
Con el decursar de los años, esta peregrina idea se fue disipando, o como diría mejor, el famoso canciller cubano de la dignidad, el doctor Raúl Roa García, se fue abolina, pues la misma había surgido más de un deseo o un utópico espíritu justiciero, que del análisis riguroso y científico de la historia, la realidad social y los aspectos estructurales y de propiedad que habían predominado y predominaban en nuestras sociedades.
Los que por razones de años, de historia y acontecimientos revolucionarios vividos, hemos acumulado algunas experiencias políticas y sociales, cuando observamos en otros contextos nacionales fenómenos similares a los que nos tocó vivir; donde se agudizan, o la tendencia es a que se agudicen y se hagan más desesperadas y contradictorias las relaciones sociales, dichas circunstancias nos hacen sospechar, o rememorar, la proximidad de posibles estallidos de violencia político-social.
Cuando en un sociedad lo anormal, lo ilógico o lo irracional logra predominar sobre sus antítesis es, sencillamente, que las situaciones de conflicto comienzan a irse fuera de control.
En esta época que nos ha tocado vivir, las naciones y las sociedades necesitan ser gobernados, pero ser gobernadas además, eficiente, honesta y justamente.
En la sociedad nos encontramos participando miles, millones de seres humanos, que mostramos diferencias de edad, sexo, actividades ocupacionales, grados de educación, cultura y niveles socioeconómicos; por tanto, de nivel y calidad de vida, muchas de las cuales, evidencian entre los individuos enormes abismos de separación y diferencias.
La sociedad humana contemporánea es realmente, hasta el presente, muy heterogénea y desigual.
Sin embargo, los gobiernos surgieron para ordenar, reglamentar, disciplinar, mandar con autoridad y/o propiciar el desarrollo de las sociedades humanas.
No se puede negar que históricamente muchos han jugado un papel parcializado, en la mayoría de los casos, representando y defendiendo los intereses de las clases sociales más privilegiadas sobre las otras más humildes y laboriosas.
Cuando alertamos a que las situaciones se van fuera de control, ello significa que muchos de los instrumentos del poder que han sido diseñados y establecidos para mantener el estatus quo vigente comienzan a debilitarse, a ceder, o dan muestras de su impotencia para mantener el control de los acontecimientos que se desarrollan y el orden en que se ha desenvuelto la sociedad hasta ese momento se altera.
Dice un viejo refrán que "tanto va el cántaro a la fuente, hasta que éste se rompe".
En la vida de los seres humanos existe un límite para todo.
El nivel de paciencia de las personas se encuentra condicionado por razones materiales pero también subjetivas.
Cuando se exacerban los desequilibrios sociales y económicos y aparecen paralelamente otras lacras dañinas en la sociedad, se están creando ineludiblemente las condiciones objetivas para los procesos de cambio radicales.
Cuando lo que prevalece es la exclusión, la falta de trabajo o trabajo justamente remunerado, cuando crece la pobreza y la miseria, el analfabetismo, la insalubridad y/o los barrios marginales, cuando los más se ven desamparados, discriminados y sin preocupación hacia ellos, ahí se encuentra el germen de la efervescencia político-revolucionaria.
La pradera se encuentra seca, sólo falta la chispa para que se prenda el fuego.
En México hay que poner mucha atención a la pobreza, al empleo y la remuneración, a la situación del campo, la alimentación, pero también a la educación y la salud de la población y sobre todo, entre otros muchos problemas, a la situación casi incontrolable del narcotráfico y la violencia.
Cuando estas razones o condiciones sociales adversas, de insatisfacción o de peligro en que se desenvuelven los individuos, rebasan los límites asimilables y de prudencia, comienzan entonces a originarse en las personas los sentimientos opuestos; aparece en el individuo la impaciencia, el desespero, la inconformidad, incluso la ira, y se considera a las instituciones existentes como obsoletas, incapaces o responsables de dar las soluciones necesarias a través de sus recursos y mecanismos.
Cuando estos nuevos sentimientos se fortalecen y, aún más, cuando logran traspasar el umbral de lo individual a lo colectivo y se adoptan formas de organización política-social, se han creado las condiciones indispensables para los cambios y transformaciones que las instituciones existentes no han podido solucionar hasta ese momento.
Entonces, la situación ya se encuentra prácticamente fuera de control.
Los gobernantes y poderosos, después, no digan que no fueron alertados.

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