miércoles, enero 09, 2008

EU: desgaste de la clase política

Editorial

Las figuras que parecían favoritas para obtener las nominaciones presidenciales demócrata y republicana, Hillary Rodham Clinton y Rudolph Giuliani, respectivamente, han experimentado serios descalabros en las primeras elecciones primarias en el país vecino, en Iowa y Nueva Hampshire. En el primero de esos estados, la senadora y esposa del ex presidente Bill Clinton fue relegada hasta el tercer sitio, después de Barack Obama y de John Edwards; en tanto, en el bando republicano el ex alcalde de Nueva York, quien al comienzo de las primarias parecía el aspirante con mayores probabilidades, se fue a un lejano cuarto lugar.

Ayer, en Nueva Hampshire, Rodham Clinton consiguió una ventaja pírrica sobre Obama –los puntos de victoria sobre éste no le significan ningún delegado adicional para la convención de su partido– y el republicano John McCain se consolidó como precandidato viable, con una diferencia de seis puntos por encima de su más cercano competidor, el mormón ultraderechista Mitt Romney, y dejó en tercer lugar a Mike Huckabee, carta fuerte de las derechas protestantes, que había quedado primero en Iowa. En el ámbito nacional, Obama, senador por Illinois, ha rebasado ampliamente a la senadora por Nueva York.

Nada está escrito todavía, a pesar de que los comicios de ayer en la costa este tienen fama de prefigurar los resultados de las elecciones presidenciales nacionales. Está aún por llevarse a cabo la mayor parte de las primarias y en el proceso los precandidatos pondrán en juego toda suerte de recursos: factores de mercadotecnia política, de control corporativo sobre los electores y golpes mediáticos de diversa índole. Pero el arranque de esta contienda electoral en Estados Unidos parece expresar el hartazgo del electorado frente a los actores de la política tradicional y las figuras del establishment, y la tendencia a apostar por personajes nuevos y relativamente ajenos a la vida política de Washington, como es el caso de Obama, y en todo caso por individuos alejados del gobierno de George W. Bush, como McCain. Tales fenómenos se explican, en parte, por el desgaste de los estamentos tradicionales que han controlado desde hace décadas la institucionalidad estadunidense.

Las razones de esta apuesta son evidentes: el fundamentalismo ultraderechista y corporativo del que es representante el actual ocupante de la Casa Blanca ha llevado al país a un desastre sin precedente en casi todos los terrenos: el económico, el político, el diplomático, el social, el institucional y también, por supuesto, el geoestratégico y militar, en el que la superpotencia se encuentra empantanada en guerras ilegales y atroces contra varios pueblos y países.

En otro sentido, las severas dificultades con que se ha topado la senadora demócrata para ganarse una candidatura que hace unas semanas parecía tener prácticamente en la bolsa pueden deberse a la inconformidad de importantes sectores de la ciudadanía –mujeres, jóvenes y minorías, por ejemplo– ante el acomodo de los Clinton con los intereses financieros y empresariales, evidente desde el segundo periodo de Bill Clinton como presidente. Tal vez a ello habría que sumar la inquietud por la muy poco decorosa perspectiva de que dos familias –los Bush y los Clinton– se alternen en la Casa Blanca durante un cuarto de siglo y establezcan, de ese modo, formas de poder más propias de las tribus que de los democracias modernas.

Por lo que hace al resto del mundo, sería poco afortunado abrigar demasiadas expectativas por la moderación de McCain y sus coqueteos con los migrantes, o por la aparente apertura de Obama y sus orígenes étnicos: todos los aspirantes a la Presidencia con posibilidades reales están, a fin de cuentas, comprometidos con el modelo imperial vigente en Estados Unidos desde hace muchos años.

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