miércoles, enero 30, 2008

La interminable guerra de un solo hombre

(Luis Agüero Wagner)

Un enigmático manto de silencio envuelve en Paraguay al caso Filártiga, tema que paradójicamente ha tenido derivaciones universales, ya que el antecedente que sentó incluso sirvió para juzgar al dictador Augusto Pinochet en el Reino Unido, además de inspirar la producción cinematográfica "One man´s War" en Hollywood. El mutismo se da sobre todo en el mundillo de quienes hoy se jactan haber sido grandes luchadores contra Stroessner, cuando en verdad se tomaron bastante tiempo para descubrir que dicho gobierno era una sanguinaria dictadura militar, si es que no lo hicieron recién en la espléndida mañana del 3 de febrero de 1989.

LA GUERRA DE UN SOLO HOMBRE

Durante la dictadura del Tiranosaurio Stroessner, caer en desgracia con el círculo áulico equivalía al ostracismo del mundo antiguo. El temible general descendiente de bávaros gozaba en sus buenos tiempos de un absoluto respaldo en el plano internacional, particularmente del gobierno norteamericano. Como derivación de la guerra fría, Stroessner había contado con el visto bueno del mismo presidente norteamericano Lyndon Jonson, para imponer su vitaliciado. Anteriormente había recibido el contundente espaldarazo de Eisenhower, como luego sería apoyado por Nixon.

En este contexto externo e interno, el doctor Filártiga tentó a ciegas buscando justicia para su hijo Joelito, cuya muerte en torturas apareció en titulares de la prensa adicta al régimen como crimen pasional.Los tribunales eran manejados por el poder político en forma descarada, por lo cual no se podía esperar gran cosa.

La dictadura militar, se entendía entonces, era subproducto de un orden mundial que la justificaba plenamente de acuerdo a la concepción de la realidad que tenían los dueños de la situación.

Parecía no haber lugar para la justicia, era ilusorio pedir que se permita descansar a una familia que había perdido cruelmente a uno de sus miembros. De pronto, una luz brilló al final del túnel.

NUEVOS AIRES SOPLAN DESDE WASHINGTON

En fechas cercanas al fin de la interminable dictadura de Stroessner, el ex agente de la CIA y colaborador de John Maisto en la captura y asesinato del Che Guevara en Bolivia, luego empleado del narcotraficante Andrés Rodríguez, el embajador Timothy Towell, escribió una carta donde explicaba el objetivo de una visita que había realizado tiempo antes el presidente de la NED Carl Gershman al Paraguay. Los Estados Unidos, concientes de que parte de su prestigio se había perdido al dar su apoyo por mucho tiempo a las dictaduras anticomunistas, intentaban recuperar su buena imagen apoyando a disidentes.

Considerando inminente el fin de Stroessner, el imperio norteamericano se movilizó para impedir que sus adversarios tomen las riendas a su caída, para lo cual se apresuró a ganar para la causa del continuismo de la dominación imperialista a los disidentes con una muy buena remuneración. Entre estos disidentes a sueldo se contaron varios personajes que habían sido previamente leales servidores del dictador, como Edgar L. Ynsfrán, Aldo Zucolillo, Humberto Rubín y tantos otros.

Así, estos incondicionales y fieles servidores del dictador se convirtieron intempestivamente en luchadores contra el régimen, aunque algunos nunca hayan reconocido su cobardía al defender la versión oficial en el caso Filártiga, optando por callar o tergiversar el tema hasta hoy.

Los fructíferos vínculos entre disidentes y Washington se tradujeron en protección y fuertes sumas en dólares que empezaron a fluir hacia Asunción, donde operaba para la CIA desde 1979 el nicaragüense-norteamericano Agustín Torres Lazo, en una oficina de inteligencia que se ocultaba bajo la falsa fachada de "Instituto Americano para el Desarrollo del Sindicalismo Libre", en la Calle Montevideo nº 822.

Apoyados financieramente por la embajada norteamericana en Asunción, y protegidos por el gobierno de Washington, estos esbirros y propagandistas del dictador tomaron coraje suficiente para enfrentar al paternal protector gracias al cual habían prosperado empresarialmente.

A partir de la administración Carter, este cambio de actitud del poderoso gobierno del norte, al tomar conciencia que su prestigio se hallaba comprometido con las dictaduras anticomunistas del Cono Sur, produjo un giro en la política internacional que iría a beneficiar a muchos damnificados por el régimen autoritario. Entre ellos se encontraba la familia Filártiga.

LOS JUICIOS TORCIDOS SE ENDEREZAN

Localizado en Nueva York, uno de los principales autores materiales del asesinato de Joelito, fue llevado a la justicia tras ser capturado con ayuda del FBI. La dictadura no escatimó recursos para encubrir al represor, y envió en su defensa al afamado abogado José Emilio Gorostiaga.

La demanda fue entablada por el doctor Joel Filartiga y su hija Dolly Filartiga en contra del inspector general de la policía de Paraguay, Américo Norberto Peña Irala, por la tortura y muerte que dicha autoridad infligió sobre Joelito Filartiga, en la Corte norteamericana. El Centro por los Derechos Constitucionales de Nueva York participó decisivamente para obtener atención de la justicia, y fue decisiva la amistad del prestigioso intelectual Richard Alan White, con quien la familia afectada había entablado entrañable amistad durante su paso por Paraguay.

El Juez Nickerson, que atendió el caso, resolvió que la conducta en cuestión violaba reglas universales de derecho internacional. Para llegar a la conclusión de que la tortura estaba prohibida por costumbre internacional, se basó en la Declaración Universal de Derechos Humanos y la Declaración sobre la Protección de todas las Personas contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes como evidencia de que dicha prohibición legal existía en el sistema jurídico internacional.

Además, los Filartiga ofrecieron affidavits de una serie de distinguidos estudiosos del derecho internacional, quienes unánimemente afirmaron que con base en lo anterior, el "derecho de las naciones" prohíbe terminantemente el uso de la tortura. Con base en lo mencionado, se ha calificado a quien tortura como un hostis humani generis (un enemigo de la humanidad), como lo fueron en su momento los piratas y los traficantes de esclavos.

De esta manera sucedería lo imprevisible: lo que se presentó como un crimen pasional por la dictadura y su prensa adicta, acabaría en un legado universal y duradero para la justicia. Una parte del tiempo incontable de la eternidad, con un fallo judicial se había esfumado para siempre.

(Luis Agüero Wagner)

No hay comentarios.: