martes, junio 10, 2008

UE: malestar en la globalización

Editorial

Desde el fin de semana pasado, miles de transportistas de España, Francia y Portugal se han sumado a las protestas por los altos precios de los combustibles en los últimos meses. En el primero de esos países, el gremio de los transportes inició este lunes un paro indefinido y llevó a cabo bloqueos de carreteras, incluidas dos que comunican a esa nación con Francia. La Federación Nacional de Asociaciones de Transporte de España (Fenadismer), que congrega a 700 mil camioneros autónomos, demanda al gobierno español un programa de ayuda que les permita paliar el incremento en el costo de la gasolina, la cual se ha elevado en más de 20 por ciento en lo que va del año.

Tales protestas se suman a las que comprendió el sector pesquero del viejo continente hace ya varias semanas. Los pescadores también se quejan del alza sostenida en el precio de los combustibles y de la falta de medidas regulatorias y subsidios de los gobiernos, ausencia derivada a su vez de las restricciones impuestas por la Unión Europea (UE) a sus integrantes. El malestar generado por estas limitaciones puede resumirse en la frase escrita en las pancartas de los pescadores europeos durante una manifestación cercana a las oficinas centrales del conglomerado de naciones: “Bruselas, nos estás matando de hambre”.

La inconformidad que hoy se vive en Europa pone en entredicho los supuestos efectos benéficos de la globalización económica y de la integración regional: por el contrario, los paros pesquero y transportista en el viejo continente dan cuenta de que incluso en esa región, compuesta por países ricos en los que prevalecen mecanismos de bienestar y altos niveles de vida, y en la que puede apreciarse una avanzada homologación económica, tales procesos generan malestares profundos porque golpean el tejido económico –y por ende el social–, dejan a poblaciones enteras a merced de los vaivenes del mercado y minimizan las perspectivas de intervención estatal, incluso en momentos en que ésta resulta por demás necesaria.

Por otra parte, las consecuencias negativas de la integración regional tienden a ser mucho más agudas en zonas del mundo donde las condiciones para ésta son aún más adversas que en Europa. Tal es el caso de México, sometido desde hace más de una década a un proceso integracionista profundamente desigual, a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Dicho convenio fue suscrito en circunstancias de generalizada asimetría en relación con los países vecinos, Estados Unidos y Canadá: desigualdad en dimensiones económicas, en grados de desarrollo industrial y tecnológico, en productividad, en salarios, en capacidad de consumo y en calidad de vida de las respectivas poblaciones; para colmo, los instrumentos del tratado comercial resultan inequitativos y desfavorables, en casi todos los terrenos, para nuestro país.

Las deficiencias estructurales de dicho proceso de integración se han manifestado en forma de una sostenida dependencia económica con respecto a la nación vecina (en la actualidad, México realiza cerca de 90 por ciento de su comercio exterior con Estados Unidos, y más de la mitad de la inversión extranjera directa está constituida por capital de ese país), un indignante desmantelamiento de la industria nacional para beneficiar a los capitales trasnacionales y una creciente vulnerabilidad en terrenos donde México solía ser autosuficiente, como la producción alimentaria. Por lo demás, y a diferencia de lo que ocurre con la UE, el TLCAN no permite el libre tránsito de la fuerza de trabajo, lo que constituye un contrasentido exasperante por cuanto cancela para las personas lo que clama como un derecho para las empresas: la búsqueda, fuera de los países de origen, de mejores oportunidades de desarrollo.

Si en México no ha habido hasta ahora muestras de descontento tan visibles y resonantes como las que hoy tienen lugar en Europa, no es porque el descontento no exista o sea menor, sino porque persiste un severo atraso en materia democrática y política y porque los sucesivos gobiernos han desarticulado en forma sistemática e implacable los cauces de la organización social, ya sea mediante la cooptación de voluntades o la descalificación, criminalización y hasta persecución política de las expresiones de malestar. Sin embargo, la contención de las inconformidades no puede funcionar en forma indefinida mientras se agravan los impactos negativos que ha tenido en la sociedad mexicana la liberación salvaje del mercado interno; a fin de cuentas, acabarán por generar encono e inestabilidad social si no se atienden las demandas de los sectores afectados por un proyecto de integración regional que es antinacional y entreguista, pensado para el beneficio de los capitales, no de las personas y, en suma, contrario a los intereses nacionales. Debe reconocerse la pertinencia –si no es que la urgencia– de un viraje en el modelo de economía seguido en las últimas dos décadas.

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