jueves, julio 10, 2008

Del bono al pagaré demográfico

Ricardo Monreal Avila

El Consejo Nacional de Población (Conapo) --una de las pocas instituciones de este país que funcionan como tal, es decir, de manera profesional, sin ideología partidista y con solvencia técnica--, divulgó hace algunos años un concepto interesante: el “bono demográfico”.
Recibe este nombre un lapso de tiempo prolongado en el que un país cuenta con una población dependiente menor a la población en edad productiva, y por lo tanto tiene la oportunidad de aprovechar su capital humano para detonar un desarrollo a largo plazo.

Es decir, cuando la población en edad de trabajar (entre los 15 y 60 años) es mayor que la población inactiva (los menores de 15 y mayores de 60 años), ese país tiene la oportunidad de generar ahorros y excedentes para mejorar la educación de sus niños y jóvenes, garantizar un retiro digno a sus adultos mayores y proveer salud a la población en general.
Hoy Conapo advierte de un fenómeno contrario al bono, el llamado “pagaré demográfico”, consistente en que el país podría terminar pagando altos costos fiscales y sociales en términos de educación, salud y pensiones a partir del 2050, si no hay desde ahora crecimiento y empleos de calidad en el país.
Para que el bono no se convierta en pagaré, es decir, para que la oportunidad no devenga en pesadilla, el país necesita generar 730 mil empleos anuales “de calidad y bien remunerados”, advierte Conapo. Es decir, empleos que no sean temporales, sino permanentes. Empleos que no sean informales, sino competitivos y con seguridad social. Empleos que no sean de la época de la manufactura, sino producto de la mentefactura. Empleos que generen “plusvalor”, no que consuman ahorros sociales o excedentes económicos extraordinarios como la actual bonanza petrolera. Empleos de la “economía del conocimiento”, no de la economía primaria de las materias primas o de la secundaria era industrial.
Se ubica al año 2000 como el punto de inicio de nuestro bono demográfico En ese año, nuestra pirámide poblacional se invierte. Por vez primera, el segmento demográfico de 1 mes a 15 años es menor a los segmentos superiores. La pirámide dejó de serlo para tomar la forma de un barquillo de nieve, con su parte media en forma de burbuja y su copete en la parte superior. De acuerdo con las proyecciones de Conapo, para el año 2020 México alcanzará su nivel más bajo de dependencia demográfica: el número de mexicanos en edades laborales será mayor dos o tres veces al de personas dependientes, para luego comenzar a elevarse este sector por el crecimiento de la población adulta mayor, concluyendo en ese momento la ventana de oportunidad. Si para el 2050 el país no tiene un sistema de pensiones fuerte, un sistema de seguridad avanzado y una educación de calidad, el bono demográfico devendrá en una pesadilla social. Las calles se llenarán de ancianos menesterosos pidiendo limosna, de jóvenes delincuentes atracando a transeúntes y de hombres mayores de cuarenta años sin futuro laboral y en el desempleo crónico.
Hace cuatro años, con el cambio de siglo y de milenio, a México se le abrió una ventana de oportunidad de cambios sociales, conocida como “bono demográfico”, que va muy de la mano con el “bono democrático” que hizo posible la primera transición política mexicana en el año 2000.
¿Qué se debe hacer para aprovechar en términos sociales y económicos esta transición demográfica? Invertir en la formación de capital humano (educación de calidad en todos los niveles escolares), estimular el ahorro interno, la creación de infraestructura productiva, incrementar la competitividad del país, aplicar políticas públicas orientadas a ampliar la cobertura y la calidad de los servicios de salud, actualizar las políticas de capacitación laboral, promover políticas específicas de género para impulsar el avance de la mujer y el mejoramiento de su condición social, de integración social de los jóvenes y de fortalecimiento de las familias como punto de inicio del tejido social.
Si no aprovechamos esta oportunidad única y transitoria para invertir y ahorrar en la formación de capital humano, a partir del 2030 el bono podría transformarse en una pesada deuda demográfica y en una pesadilla social.
Para tener idea clara de cómo este futuro ya nos alcanzó; es decir, de cómo no hay que esperar hasta el 2030 para enfrentarlo; basta con saber que el mayor incremento poblacional relativo se está generando desde hace 15 años en el grupo de las personas de la tercera edad (65 años o más). Su monto actual es de cinco millones de personas, que ciertamente sólo representan 5% del total de la población. Pero su tasa de incremento es de 3.7% al año, cuando el crecimiento natural de la población es de menos de la mitad, 1.7% anual. Es decir, cada 15 años se habrá duplicado la población de la tercera edad, hasta representar un 25% de la población en el año 2050. Seremos entonces un país con un fuerte perfil sociodemográfico envejecido, tal como lo son algunos países europeos, pero sin el nivel de desarrollo y seguridad social de éstos, lo cual podría representar una verdadera tragedia nacional.
En política es muy común pensar y actuar en función de la coyuntura y de plazos no mayores a los 6 años, si no es que en función de la próxima elección. “El que viene atrás, que arre con el problema”, es la respuesta más común que se escucha, cuando se habla del largo plazo. Una de dos: o los políticos le entramos al toro de la transición demográfica con mayor visión y responsabilidad, o se dan más facultades y atribuciones a las actuales instancias donde se diseñan las políticas demográficas del país (una especie de IFE en materia demográfica), a fin de que tengan una mayor injerencia y vinculación en las decisiones de políticas públicas.
Las Afores se presentaron en su momento como la solución para tener acceso a pensiones dignas de los trabajadores jubilados y pensionados. Resultó una ilusión. Las Afores resolvieron un problema “de caja” al gobierno y abrieron una oportunidad de ganancias seguras para los intermediarios financieros. Pero a los jubilados y pensionados no les garantizan que se retiren con su última quincena cobrada. Su primer cheque como jubilado será un choque para el trabajador: recibirá una tercera parte de su último ingreso. Si quiere retirarse con su último ingreso activo, deberá ahorrar un diez por ciento de su sueldo durante su vida productiva. El problema es que con los sueldos de sobrevivencia que se pagan en México, el trabajador sólo tiene una de dos: come o ahorra para su retiro, pero no ambas hazañas. Estamos, pues, en el umbral de un sueño que puede devenir en pesadilla.

ricardo_monreal_avila@yahoo.com.mx

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