viernes, octubre 03, 2008


El 2 de octubre hoy

A Pablo Gómez, porque la victoria sigue pendiente.

Aunque celebro la inédita explosión informativa a propósito del movimiento del 68, cuarenta años nada más tardó la televisión en voltear a verlo, y en particular de la masacre del 2 de octubre, que ahora sí existe para medios que por décadas le dieron olímpicamente la espalda, no puedo dejar de pensar que en torno a esos sucesos, que marcaron la historia de México, se ha desplegado también todo un arsenal de expresiones y testimonios que, más que rescatar a fondo lo sucedido, tienden a ubicar el movimiento en un nivel puramente emocional; como una efeméride más, un hecho consumado, congelado en el tiempo que no hay que olvidar, claro, pero que a nada obliga o, peor todavía, que intentan valerse de la conmemoración como una especie de auto celebración: “Miren lo que vivimos, las libertades de las que disfrutamos, lo bien que estamos y tanto que ni catarro nos dará ahora”, para convertir así, esa formidable y conmovedora expresión de vitalidad social, en parte de su coartada.
Saludo la valentía y claridad de un hombre, protagonista de esos hechos, que no cede a la tentación de la autocomplacencia que, en medio de la euforia, se atreve a hablar de la derrota del movimiento y lo hace para movernos a considerar las muchas y dolorosas asignaturas pendientes. De un hombre, Pablo Gómez, luchador social desde su adolescencia, dirigente partidario que diera el vuelco histórico, sin traicionar sus ideales, al comunismo tradicional para volverlo así ariete de la democratización de México, parlamentario imprescindible de la izquierda, que sabe que aquellas demandas por las que ellos, los estudiantes de entonces y luego los trabajadores y las madres de familia y los burócratas y los ciudadanos comunes y silvestres que se les fueron sumando, salieron a la calle, aun no se han cumplido.
Hay en este país, lo dijo ayer Pablo, sin resbalar, insisto en el autohomenaje, en la presentación de su libro El 68. La historia también se escribe con derrotas, presos políticos y desaparecidos, se conculcan aun las libertades democráticas por cuya defensa dieran la vida centenares de jóvenes, se ataca desde muchos flancos el derecho de los trabajadores a sindicalizarse y no sólo los criminales responsables directos de esa masacre jamás fueron castigados sino que, también, han escapado a la acción de la justicia, los responsables de centenares de asesinatos políticos y aquellos otros –esos también son criminales pero de lesa democracia– que han traicionado, torcido, burlado sistemáticamente la voluntad popular.
Ciertamente hoy en las páginas de los diarios podemos escribir de cualquier cosa. Faltaba más, carajo, jodidos estaríamos si ni siquiera eso pudiéramos hacer. Ciertamente también hoy podemos salir a las calles a manifestarnos sin que necesariamente nuestras vidas corran el riesgo de ser cegadas por las balas de los cuerpos de seguridad. ¿Qué más podía esperarse? ¿Que nos mantuviéramos aun en la barbarie? Ciertamente hay cambios y alternancia; pero de qué sirve la democracia si no se traduce en beneficios concretos; equidad, justicia, oportunidades de empleo digno y bien remunerado para la inmensa mayoría, de qué sirve si se perpetran hoy fraudes de nuevo tipo y los poderes fácticos se entrometen impunemente en los procesos electorales.
Hay cambios, es cierto y muchos son resultado de ese 68 que hoy recordamos y cuya importancia en nuestra vida democrática no podemos negar, pero, como decía ayer mismo Carlos Monsiváis, de qué sirve la libertad de expresión ante la impunidad de los criminales de toda laya que actúan, además, en todos los órdenes de la vida pública.
Provoca Pablo al decir “cuando salimos a la calle para exigir la libertad de los presos políticos había unos 40 en la cárcel; cuando terminó el movimiento habíamos en ellas más de 400”. “Salimos a las calles –insiste– para reclamar nuestro derecho a expresarnos libremente, al terminar el movimiento perdimos por años las calles y ese derecho”. “Nos dieron –concluye– una tremenda madriza”. Luego, porque lo suyo no es un amargo lamento sino todo lo contrario, revira; “Nuestra causa sigue viva”.
La conciencia de que se sufrió una derrota entonces, ni desmoviliza ni amarga a los verdaderos luchadores sociales, tampoco traiciona a los mártires ni reduce las hazañas de esos luminosos días, ni les resta tampoco, ni un ápice de su importancia capital en nuestra historia; por el contrario; nos obliga, nos compromete. “2 de octubre no se olvida”, reza la consiga. Pablo nos dice, nos provoca; no sólo de recordar se trata sino, precisamente y porque la victoria está aun pendiente, de continuar la lucha.

eibarra@milenio.com

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