viernes, octubre 17, 2008

En silencio ha tenido que ser

Gilberto López y Rivas

Es inherente a los estados nacionales contar con organismos de inteligencia para la salvaguarda de su seguridad. No obstante, los países imperialistas utilizan los servicios de inteligencia para la prevalencia de sus intereses económicos, políticos y militares y se han constituido en una verdadera internacional del terrorismo de Estado que persigue con gran tenacidad a quienes se opongan a su dominio mundial.

En esta dirección, la política agresiva del gobierno de Estados Unidos contra Cuba mantiene una línea de continuidad histórica desde el triunfo mismo de la revolución, en 1959. Para ello, no han dudado en emplear todo género de acciones subversivas, que comprenden la guerra económica, comercial y financiera, que ha resultado en un cruel bloqueo; la sedición política que financia a personas que se autodesignan como “disidentes” y no son más que una quinta columna dentro de la isla; la guerra sicológica por medio de sistemáticas campañas de propaganda contra el gobierno revolucionario; la injerencia radioelectrónica y de televisión, invadiendo el espacio correspondiente de Cuba; las agresiones armadas abiertas y las acciones encubiertas que incluyen centenares de atentados contra el líder máximo de la revolución, Fidel Castro; el robo de cerebros de personal especializado durante y por la revolución; el estímulo a la migración ilegal que premia a quienes llegan a territorio de Estados Unidos. En esta obsesión contra la revolución cubana, Estados Unidos, a pesar de haberse declarado “líder mundial de la lucha contra el terrorismo” y que su actual presidente consideró inadmisible que algún país proteja a personas calificadas como terroristas, cobija y da abrigo en su territorio a reconocidos y confesos terroristas.

Esta política de terror se extiende hasta la actualidad y, como consecuencia, 3 mil 478 cubanos han perdido la vida y 2 mil 99 han quedado discapacitados. De 1959 a 1997 se han ejecutado contra Cuba 804 actos de terrorismo. De ellos, 78 fueron bombardeos contra la población, entre 1959 y 1968, ejecutados por aeronaves provenientes de Estados Unidos, que ocasionaron 14 muertos y 75 heridos. También, desde el primer año de la revolución hasta 2003, se han cometido intentos de secuestro y secuestros a 61 aeronaves y, entre 1961 y 1996, se realizaron 58 ataques desde naves marítimas contra 67 objetivos económicos y contra la ciudadanía. Es en este contexto, precisamente, que el trabajo ejecutado “en silencio” en territorio de Estados Unidos por los cinco cubanos presos del imperio, Antonio Guerrero, Fernando González, Gerardo Hernández, Ramón Labañino y René González, consistía en infiltrarse en las organizaciones contrarrevolucionarias. Esto es, los cinco patriotas cubanos, a riesgo de sus vidas, cumplían labores de inteligencia en el interior mismo de los grupos extremistas que durante décadas han cometido actos terroristas en territorio cubano, en el de muchos otros países de América Latina y en el propio territorio de Estados Unidos. Los cinco cubanos no efectuaron actividades de espionaje contra objetivos militares, económicos o de ninguna otra naturaleza que afectaran la seguridad nacional de ese país. Tal como escribió el comandante Fidel Castro al respecto: “A nuestros cinco compatriotas ni siquiera se les ha podido probar el cargo de conspiración para cometer espionaje. El destino cruel e insólito de los mismos y sus familiares obedece a la política pérfida y confesa seguida por Washington de aplicar el terrorismo contra el pueblo cubano, violando durante casi medio siglo las más elementales normas de las Naciones Unidas y la soberanía de los pueblos”.

En México, como en el ámbito mundial, donde está en marcha una campaña para lograr la liberación de los cinco, los ciudadanos se preguntan sobre las razones de su permanencia en prisiones federales de máxima seguridad, aislados entre sí, sometidos a un trato cruel e inhumano, que incluye confinamientos solitarios por periodos prolongados y diversas restricciones para recibir visitas familiares, y todo ello pese a ser inocentes de los cargos que les imputan. Queda claro para todos los que conocen el caso que existen bases extrajudiciales que no permiten el debido proceso y que explican los motivos por los que el sistema de justicia estadunidense una y otra vez incumpla con los elementales principios de imparcialidad y defensa de los derechos que ampara la propia Constitución de Estados Unidos.

Lo insólito del caso ha sido la propia conducta del gobierno cubano, que asumiendo la relación política y organizativa con sus combatientes contra el terrorismo en suelo estadunidense reconoció a los cinco e inició, conjuntamente con todo el pueblo, una campaña por su liberación que muy pronto alcanzó un perfil planetario. La moral de una dirigencia revolucionaria se mide porque no abandona a sus presos y muertos. El reconocimiento oficial de los cinco héroes, prisioneros en las cárceles del imperio por llevar a cabo trabajo de inteligencia en el seno de los grupos terroristas apoyados, entrenados y financiados por el gobierno de Estados Unidos es un acto de justicia y de alto valor ético por parte del gobierno de Cuba.

En el otro polo equidistante, la reciente ratificación de las condenas de los cinco héroes es una venganza del grupo gobernante de Estados Unidos por la firmeza de sus convicciones patrióticas, revolucionarias y socialistas durante estos 10 años; es un castigo adicional al gobierno y al pueblo de Cuba por los 50 años de existencia de la revolución cubana. Los cinco héroes son meritorios herederos de ese pueblo y de esa revolución, exponentes de la dignidad y el decoro martianos.

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