lunes, octubre 20, 2008

Las entrañas existen… y el sur también

Michel Balivo
(El placer y la tortura de regalar)

Hay amigos intelectuales que me escriben preguntando por qué insisto tanto en los mitos si son cosas del pasado, y parezco desconfiar tanto de la razón y sus logros. Otros, más prácticos, me preguntan por qué le busco siempre las cinco patas al gato y complico tanto las cosas. A ellos les parece reconocer en todo eso desconfianza en el triunfo de la revolución.
He de repetir que no es mi intención establecer verdades inamovibles. Como esa del dios libre mercado que supuestamente nos iba a salvar a todos, nos iba a conducir al paraíso terrenal, chorrito a chorrito, gotita a gotita. Pero el todopoderoso terminó una vez más siendo el salvado, al costo de todos los recursos presentes y futuros de ahorristas y contribuyentes.
Verdades inamovibles como las de la ciencia. Cuando ya Einstein demostró la relatividad de las leyes de Newton y dejó sentado que todo descubrimiento está y estará sujeto siempre a la relatividad. Tampoco busco compradores ni prosélitos para mis productos. Simplemente comparto graciosamente, por el puro disfrute de hacerlo, los caminos de mi pensar.
Lamentablemente, una vez más no puedo responder directamente esas preguntas, porque no son las preguntas que hoy en día yo me hago. Lo que si puedo hacer, es intentar la nada sencilla tarea de mostrarles a los que tengan la paciencia para acompañarme, los paisajes que mi mirada va organizando a medida que camino.
Antes que nada es necesario reconocer, que los acontecimientos de nuestro ecosistema, de nuestro entorno inmediato natural y humano, no tienen ningún significado por si mismos. Si alguna noción tenemos de lo que para nosotros significan es por como nos afectan, por lo gratos o dolorosos que nos resultan.
Un niño recién nacido llora y grita cuando siente necesidades, es de suponerse que experimenta dolor. Imaginemos entonces una escena. Muchos de nosotros con hambre sentados a una gran mesa, mejor aún si voluntariamente hemos decidido hacer unos días previos de ayuno, para intensificar el acceso de las sensaciones intracorporales a nuestro horizonte de conciencia.
Ahora entra el chef y deposita en el centro de la gran mesa, un único humeante y pequeño plato de deliciosa comida ante nuestras sorprendidas miradas. ¿Cómo reaccionaremos? No me refiero a reacciones ideales, sino a las instintivas, a las que a la hora de la acción se imponen. Esas reacciones preestablecen en ese mismo momento, la matriz de la economía global cuya crisis hoy comenzamos a experimentar.
Pero como pensamos abstractamente, de espaldas a nuestras sensaciones, como se supone que debemos neutralizar e ignorar nuestras emociones para pensar “imparcialmente”, (negocios y amistad son incompatibles), no terminamos de darnos cuenta de que son nuestros intereses, los mios, los tuyos, los de todos y cada uno, los que dan dirección a nuestras conductas.
Por eso debemos esperar a que esos sistemas musculares (locales) y viscerales (difusos) de intereses, se articulen como estructuras de poder local, nacional y desarrollen las relaciones de intercambio internacionales, para llegar a reconocer como la acumulación de aquella reacción inicial ante el plato de comida, termina estallando como crisis económica global, planetaria, humana.
Es decir, deben transcurrir cientos, miles de años, para finalmente experimentar como por acumulación y aceleración de una acción local, personal, se llega a afectar la condición global de la existencia que rige en todo el ecosistema. Las reacciones en cadena que estamos presenciando crecientemente, tanto en lo natural como en lo humano.
Y sin embargo, dado que existimos, esa condición orgánica, estructural de la existencia, estaba presente desde el mismo principio. Esa condición la sentimos siempre aunque le hayamos dado espaldas al focalizarnos en sensaciones localizadas como las del hambre por ejemplo. Sensaciones que son la materia prima sustancial que luego se traduce a pensamientos abstractos, a racionalidad.
Esa condición orgánica es la que desde siempre hace, posibilita que hablemos de moral, de ética, del bien y del mal, de acciones buenas y malas. Y si podemos hablar de acciones buenas y malas, es de suponerse que ha de ser porque sentimos las consecuencias anímicas de una u otra conducta, que también por acumulación llegan a somatizarse en el organismo.
Ahora bien, si no cambiamos nuestras reacciones instintivas ante el único plato de comida, ¿como se supone que cambiaremos el tropismo, la tendencia que nuestras conductas económicas le han dado a la situación global, planetaria? La respuesta es simple, no la cambiaremos. En lugar de cambiarla hemos usado la razón al servicio de nuestros intereses.
Nuestro pensamiento, nuestras ideologías, cumplen la función de justificar e institucionalizar nuestros intereses. No hay diferencia entre el niño que llora y se irrita cuando le quitan sus juguetes o no complacen sus caprichos, y el adulto. Salvo por la cantidad de argumentos justificativos que puede esgrimir o por la fuerza bruta o legal de que disponga.
Y como ni reconocemos ni estamos dispuestos a cambiar nuestras reacciones instintivas, como nuestras conductas posesivas desean seis mil millones de viviendas, vehículos y celulares, etc., una para cada ser humano. Como todos competimos contra todos para ser los primeros en lograr tal hazaña, a los menos afortunados solo nos queda soñar.
Soñar extraños modos en que llegaremos a un mundo mejor, en que comeremos, haremos el amor y nos daremos todas las satisfacciones hasta el hartazgo, en este o en algún otro mundo posible. Tal vez sería más apropiado hacer cuentas de hasta que punto podemos llenar de cosas el planeta sin que nos estorben, nos compliquen, nos hagan cada vez más difícil la vida.
Por eso hoy, cuando el tropismo de nuestras acciones instintivas y las razones que las justifican se estrellan con la debacle económica, con miles de millones que enfrentan nuestra hipotética hambruna ya como dolor concreto y localizado, con la condición de un ecosistema global alterado, desequilibrado, cobra simultáneamente dimensión eso de los otros mundos posibles y desde el olvido, se revuelcan y renacen muchos dioses en sus sepulcros.
Pero, ¿que podemos esperar de un tropismo conductual histórico de intereses, que llegando a su fase superior de concentración, de acumulación, hace crisis? ¿Tiene sentido seguir evaluando los detalles de lo que puede pasar? Yo diría que solo podemos esperar la intensificación de lo mismo. Y como ni los seres humanos ni el ecosistema del que son función están en capacidad de soportarlo, habrá mayor violencia y represión.
Creo que la lamentable y dramática condición que sufren los pueblos de Palestina, Irak, Afganistán o Colombia, son los escenarios globales que podemos esperar del recrudecimiento final de este tropismo. Y tampoco era necesario que llegásemos a estas circunstancias para reconocerlo. Esto estaba ya implícito en el modo en que nos educamos para cumplir nuestra función dentro de los engranajes sociales de este modelo cultural y económico.
Una educación impuesta desde la temprana y vulnerable infancia por temor al castigo, al chantaje emocional, por la promesa de futuras preferencias y conveniencias si nos portábamos bien. Es decir, si complacíamos sus pedidos y hacíamos la vista gorda con que ellos no se sujetaran a las mismas reglas que nos imponían.
¿No es eso mismo lo que se plasmó en las leyes y justicia social? ¿No se relacionan las naciones del mismo modo que las personas? Claro que sí. Y es lógico que así sea si recordamos que todo eso solo son abstracciones, que tienen por referencia y materia prima sustancial nuestras sensaciones. ¿O es que acaso las instituciones sociales tienen vida propia y existen en algún lugar?
Todo lo que existe es orgánico. Llamamos ser vivo a todo aquello que da testimonio de movimiento, de expresividad. No llamamos vaca o toro a los miembros descuartizados de ese organismo en una carnicería. Pese a ello, muchos señores que se llaman científicos despedazan los cuerpos para buscar esa vida o alma, cuando es justamente la que da organicidad a órganos y miembros. ¿Han visto uds. células, riñones o brazos caminando por allí?
Esa actitud alienada de las sensaciones y sentimientos intracorporales, sin los cuales no hay relación ni comprensión posible de los eventos de nuestro entorno, es justamente la que ha dado surgimiento al cuento de Frankenstein, que termina matando a su creador por la imposibilidad y el sufrimiento de vivir en un mundo que no es compatible con el.
Igual que sucede hoy con la debacle del modelo neoliberal, que no hallando ya que poseer materialmente especula con abstracciones, quebrando “mercados y economías”. Díganme uds. como es que llegamos a poder quebrar a los agricultores e industriales, que siguen produciendo para satisfacer necesidades, desde movimientos artificiales de acciones en las bolsas de valores. ¿No es un extraño modo de dirigirnos hacia los mundos mejores en que la felicidad será posible?
Otra concepción extraña para dirigirnos hacia esos nuevos mundos posibles, es la de la lucha entre clases. ¿Han tenido alguna vez uds. la experiencia de que de una lucha fratricida brote la flor de un nuevo mundo, de que la suma de violencia pueda dar a luz la paz?
Yo creo que basta con observar la creciente desintegración de las relaciones afectivas más íntimas, familiares, sexuales, amistosas, para apreciar como los intereses se superponen e imponen a los afectos a medida que se exacerban por acumulación histórica. Muchas veces he podido observar y ser parte de la saña, con que el amor se convierte en deseos de venganza que nos acompañan hasta la tumba. Nunca he visto nacer nada nuevo de ello.
Sin embargo, en medio del desmoronamiento de estas instituciones sociales, en medio del chantaje y la violencia creciente, he visto inesperadamente nacer la voluntad política suficiente para reorientar ese tropismo conductual acumulativo una vez más hacia las mayorías. No solo las mayorías nacionales, sino también las internacionales.
Porque no otra cosa son todos los tratados binacionales que ha establecido Venezuela, con gran esfuerzo, paciencia y generosidad, en estos nueve años de revolución bolivariana. No otra cosa que una conducta solidaria, conciente de lo que implica continuar en la vieja dirección de todo para mi nada para ti, lo mío es mío y lo tuyo también, son las propuestas del Alba y Petrocaribe.
Y todo eso no ha sucedido en un ambiente ideal, se ha vendo realizando en medio de continuos intentos de sabotaje y magnicidio de los viejos intereses que intentan perpetuarse. Ellos que nada hicieron al respecto, ahora dicen que habiendo tanta pobreza Hugo Chávez regala los recursos de los venezolanos, que todo eso en última instancia no lo hace más que por su propia salvación e interés.
¡Por supuesto que lo hace por su propia salvación e interés! Pero es el interés de alguien que se vio obligado a estar en la situación de reprimir y masacrar a una población hambrienta que saqueaba negocios, reconociendo adónde conducía la continuidad de esa dirección. Es el interés de alguien capaz de dejar de lado sus sueños y vida personal, de poner en riesgo su vida para intentar dar un cambio de dirección que nada ni nadie garantizaba.
Es alguien capaz de ser fiel a sus sentimientos éticos, en lugar de traicionarlos por uno o varios platos de comida que se le atragantarán y lo enfermarán, cuando la queda voz de su conciencia se concrete en gritos humanos que no lo dejen dormir en paz. Es alguien capaz de conmoverse ante el sufrimiento ajeno, capaz de compartir su plato de comida, de apartarlo de si y postergar la satisfacción de sus necesidades si es necesario.
Es alguien capaz de convertirse en voz y acción de los más necesitados, de resistir las sugestiones de sus temores y deseos en pos de una emoción superior. De enfrentar la burla y amenazas de los poderosos de su tiempo, de valorar más la acción que su conciencia le dicta como correcta que los sueños y fantasmas por los cuales nos traicionamos y corrompemos.
Termino estas sencillas y evidentes consideraciones, tan extrañas y ajenas sin embargo para la mentalidad de nuestra época, diciendo que así como tenemos registro local de lo que acontece gracias a nuestras sensaciones y sentimientos, también lo tenemos de las condiciones globales de la existencia, gracias a las emociones que llamamos morales y éticas.
Ellas son la condición estructural que regula la existencia, los organismos. Del reconocimiento, fidelidad o traición en los hechos a ellas, dependen los estados mentales que llamamos violencia, frustración, resentimiento, sufrimiento, sinsentido vital. Así como toda posible paz, equilibrio o felicidad que podamos concebir o soñar.
No puedes re-conocer en el mundo lo que no conoces en tu conciencia. Para verdaderamente pensar, es necesario reconocer la materia prima sustancial sobre la cual pensamos. Si traicionamos nuestras emociones superiores, globales, estructurales, por un plato de comida, por sensuales sueños, no es extraño entonces que nuestra mirada se contraiga y dé espaldas, termine temiendo y huyendo de su propia conciencia moral como del mismo demonio.
Toda la vida fluye y refluye, todo organismo tiene vias de entrada y de salida. Toda información de sentidos es una vía de entrada a conciencia. Toda respuesta motriz, emocional o intelectual es una vía de salida. Ingerimos alimentos y evacuamos los desechos no asimilables. Toda actividad tiende a descargar las tensiones que en la relación con su entorno se generan.
Esas vías de flujo y reflujo vital, orgánico, no pueden ampliarse ni regularse por la entrada. No puedes comer más de lo necesario, no puedes estar despierto más allá de la energía que tu organismo disponga, porque ello te deteriora, te enferma, desintegra la estructura sicobiológica.
Pero si puedes generar, producir y dar más de lo que recibes. Por eso cuando de crecer, de ganar en gratificación o felicidad se trata, la energía vital, los sistemas crecientes de tensión se regulan y equilibran por las vías de salida. Por las conductas.
Tal vez de eso, de economía siquica, vital, se trataba lo que ya nos aconsejaban hace más de dos mil años. Trata como deseas ser tratado. Si te piden uno dale dos, perdona setenta veces siete. Ama aún y sobre todo a tu enemigo.
De hace más de dos mil años nos viene también aquella parábola ideada en respuesta a la pregunta de cómo eran las leyes del cielo, (lo global), a diferencia de la tierra, (lo local). Un señor de gran riqueza, (vida), llamó a sus criados y les dijo que emprendería un muy largo viaje, (el viaje temporal, la historia). A uno le dio tres talentos, (moneda de la época), a otro dos y al último uno.
Después de mucho mucho tiempo, cuando ya casi lo habían olvidado, regresó y los llamó a su presencia. (Recurrencia de coyunturas históricas, principios y fines de modelos civilizatorios). Pidió cuentas de que habían hecho con lo que les había confiado. El primero dijo que los había invertido y había ganado tres más, entregándole los seis. El señor le devolvió doce. El segundo no había hecho muy buen uso y solo pudo entregar los dos recibidos.
Le fueron devueltos cuatro. El tercero dijo que atemorizado por el castigo que recibiría de perderlo, había enterrado su único talento, que ahora desenterrado le entregaba. El talento no le fue devuelto. Se quedó sin nada.
Y es que la inteligencia es orgánica y nunca puede ir separada de las emociones. Las emociones no están de adorno y no es gratuito ponerlas al servicio de los intereses al igual que la razón. Cuando traicionas lo que te informan tus emociones éticas, morales, para asegurarte un plato de comida, para calmar tu temor al futuro, pones la condición global de la existencia al servicio de unas sensaciones localizadas, pones el caballo detrás del carro, inviertes la dirección de la vida y la pones a luchar consigo misma.
Entonces la generosidad natural de la vida, la sol y dar y dad, la navi-dad, la gratificación que se experimenta al generar, crear, dar, al regalar, se convierte en una tortura. Cuando temes y quieres conservar, cuando te aferras y no puedes soltar, dar duele, es un suplicio.
Dar intensifica el flujo de la vida. Y cuando intensificas el flujo, se intensifica inevitablemente el reflujo también. Así pues, después de todo este camino que hemos recorrido juntos, ¿salvarás el mundo, abrirás la posibilidad de nuevos mundos compartiendo conmigo ese sabroso plato de comida, o me dejarás mirando como te lo zampas completo?

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