viernes, octubre 03, 2008

Las mujeres de aquel año
sara lovera

MÉXICO, D.F., 2 de octubre (apro).- Una violación o su simulacro une la esfera política con los miedos que existen en la vida cotidiana.
Ximena, Marina y Lulú rememoran su experiencia en el 68. Lo hacen en una reunión de un pequeño grupo y con las mujeres de Atenco, que estuvieron presas.
Forman parte del Colectivo el Legado de las Mariposas (2006 La Jornada), donde también participan las presas y perseguidas durante la guerra sucia.
Mariana reconoció que es precisamente la ambigüedad entre ambos aspectos: la política, su represión, y la condición de las mujeres en la vida cotidiana lo que dificulta la comprensión de lo que hoy se conoce como violencia de género, sobre todo la de muchos integrantes de los movimiento sociales que no lo pueden entender. Que lo banalizan.
Cuarenta años después de la brutal represión de un segmento de mi generación, de las y los estudiantes, de esa terrible experiencia de Tlatelolco, se me llena de hiel el alma, al ratificar la sospecha.
Me pasa todavía. A veces, sin proponérmelo, retumba en mi memoria el silbido de las balas. Oigo como un eco la caída sistemática de las gotas que resbalan de un tinaco de agua horadado por las balas o el rumor nocturno de las carreras de mis camaradas, y veo en mi recuerdo todos los zapatos que quedaron regados en la plaza.
Lo peor es la imagen fugaz y profunda: la cara sudada y feroz de un hombre vestido de militar. Y el miedo. Ahí estaba tirada boca abajo entre periodistas en el edificio Chihuahua. Y vi un par de heridos. Y sólo tenía miedo de perder la vida.
Y, entonces, regresa a la memoria, el militar, el detalle del guante blanco, las carreras y el sonido del ulular de las ambulancias, un silencio en eco se difumina en la mente.
Pero ese dolor es social, colectivo, es saber que nunca se supo cuántos y cuántas cayeron, cuántas y cuantos se fueron a la guerrilla, a las islas del campus de la UNAM a fumar mariguana; cuántas y cuántos se fueron a hacer el amor y no la guerra y crearon sus colectivos.
Pero no ¡saber hoy! de Ximena, Mariana y Lulú duele e indigna.
"Lulú estaba sentada frente a la ventana mientras compartía sus memorias sobre su encarcelamiento, relacionando su experiencia cuatro décadas atrás con las de las presas políticas de San Salvador Atenco, Estado de México".
Otras mujeres de la generación posterior a la de Lulú, habían invitado a exguerrilleras a hablar de la época de la llamada \"guerra sucia\", a la que ellas se referían como el terrorismo de Estado.
Ahora se sabe bien a bien que usar el cuerpo de las mujeres es tortura venga o no del Estado, como lo hicieron los policías federales en Atenco (mayo 3 y 4 de 2006), como documentó Soledad Jarquín, 86 casos, desde 1956, cuando incursionó el Ejército en la Zona Triqui a 2006 en Castaños, Coahuila, donde hubo abusos y violaciones.
Por ello, saberse botín de guerra, no consuela.
Cuatro décadas después no hay nada. No se sabe, aunque se presiente, cuántas de mis compañeras de marchas, plantones, toma de edificios universitarios y noches corriendo sin parar para evitar que te alcanzara una tanqueta militar, pudieron ser mancilladas esa madrugada del 3 de octubre, que les pasó al ser obligadas, con ellos, a ponerse frente al muro de piedra de la iglesia de Tlatelolco, construida en el siglo XVI.
Para Lulú, fueron las denuncias públicas de agresiones sexuales y de violaciones sufridas por 45 de las 47 mujeres detenidas en Atenco las que resignificaron su pasado, que fue escrito en un artículo de La Jornada:
\"También en el 68 hubo violaciones, pero nadie lo dijo. Cuando alguien me preguntó: '¿A ustedes les hicieron lo mismo, también las violaron?' Dije que no, afortunadamente. Y me dijo una compañera: '¿A ti no te quitaron la ropa y te manosearon? A nosotras sí, a mi grupo, sí.' Yo me quedé sorprendida porque ahora me entero. ¡Hasta ahora! Las compañeras no lo dijeron porque no se atrevieron a decirlo.\"
Yolanda, otra presa política, coincidió con lo expresado por su
excompañera de celda. Ella también vivió varios años de su juventud detrás de las rejas, detenida por haber pertenecido a un movimiento armado, y agregó:
\"En mi caso, cuando me detuvieron, sí tuve simulacro de violación que por suerte no se llevó a cabo. Me desnudaron simplemente para obligar a un compañero a hablar; a él lo pusieron enfrente. Pero ahora sí que salen las violaciones.
"Recuerdo en ese entonces que yo le restaba importancia. Fue un mecanismo de defensa, o algo así, pues decía: 'no me está pasando a mí, no pasa nada'. Era un tipo de autismo, no recuerdo oponerme a que me desnudaran para que el compañero hablara. Toda la vida le resté importancia.\"
Yolanda me ha hecho recordar a mí, que toda la memoria del 68, incluido el último libro Memorial del 68/UNAM, los testimonios de las mujeres no existen. Hay, como en la independencia, tres heroínas, otras que testimonian de oídos, pero las que marchaban, hacían pegas, corrían en las persecuciones, hacían el café y la comida en las escuelas en huelga, asistían a las asambleas, las que pasaron por la cárcel después de la toma de las prepas, no se sabe cómo y qué sufrieron. Esas nos deben palabras.
Recordar el 2 de octubre desde la condición femenina, duele doble. Las que ahí cayeron que no pudimos enterrar ni homenajear, y las que se quedaron sin compañero de vida y se hicieron viudas prematuras, y las que perdieron a sus hijos e hijas y las que todavía tienen el corazón compungido porque no soportan el ulular de una sirena ni el olor de metralla, ni la bota que ahora amenaza en cada recodo de este herido y sangrante país.
De esas hay que acordarse estos días, porque muchas de ellas construyeron el feminismo de la segunda ola, y esta sensación de que hemos avanzado, a pesar de las asesinadas a diario y las perseguidas y presas, es nuestro hoy.
saralovera@yahoo.com.mx

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