lunes, octubre 13, 2008

Plaza Publica. Una institución en la institución

Por Miguel Angel Granados Chapa

13 octubre 2008

karina.morales@librossobrelibros.com

ma@granadoschapa.com

Entusiasmados por el discurso de don Miguel León Portilla, tres diputados que se reputan pertenecientes a ellos gritaron desde sus curules: “¡Vivan los pueblos indígenas!”. Interrumpieron de un modo que no molestó a nadie el discurso del notable humanista que la mañana del jueves 9 recibía la medalla Eduardo Neri. Lamentaba el galardonado que esos pueblos hayan “vivido y viven muchas veces en situaciones extremas de marginación”.

“En ellos se fincan —añadió— las raíces más profundas de nuestro ser nacional. Nos enriquecen con sus tradiciones, con sus lenguas; cada una de sus lenguas es, digamos, una perspectiva para entender el mundo”.

El doctor León Portilla se preguntó —y preguntó a sus oyentes— si “es acaso justo que los descendientes de los pueblos originarios estén sometidos a veces a un sistema educativo en el que sólo en parte se toman en cuenta de manera efectiva sus lenguas, sus formas de gobierno, sus anhelos de autonomía y, en suma, su cultura. ¿No hay acaso un artículo 2o. constitucional que obliga al Estado a atender y fomentar todo lo que haga posible la participación de los pueblos indígenas en la vida del país? “Pero desde luego, esa participación no significa la mutilación de su cultura y la desaparición de sus lenguas con sus distintos tonos y acentos, sus ricos vocabularios y sus variadas estructuras gramaticales. Sus lenguas integran una gran sinfonía con sus creaciones literarias, antiguas y modernas, que enriquecen el ser cultural de México entero e, incluso, son cada vez más apreciadas en otros muchos lugares del mundo”.

León Portilla ha acendrado esas convicciones en su conciencia y en su labor profesional desde que, hace más de 50 años, escribió su tesis doctoral sobre “La filosofía náhuatl”, para la cual hubo de aprender esa lengua, bajo la guía de su maestro el padre Ángel María Garibay.

En su permanente y respetuoso acercamiento a la cultura y el pensamiento de ese pueblo, León Portilla ha publicado multitud de obras que valoran a nuestros antepasados indígenas. Su clásica “Visión de los vencidos” nos comprueba que no lo fueron completamente, pues consiguieron preservar sus valores, su alma. Los “Trece poetas del mundo azteca”, cuya obra tradujo y estudió en el libro de ese título, dan “muestra de lo que fue, en un mundo que estuvo aislado, la flor y el canto de rostros y corazones, diferentes, pero, por humanos, también afines”.

Además de su alegato a favor de los pueblos originarios, otro eje de las palabras de León Portilla al recibir la presea que cada tres años entrega la Cámara de Diputados fue la educación, camino para la solución de “la problemática que nos aflige (que) tiene sus raíces en última instancia, en las lacerantes desigualdades sociales y económicas que como enfermedad al parecer incurable afectan a nuestro país. Esas desigualdades son causa de confrontaciones, de quebrantamientos de la seguridad, y en ellas se fincan las lacras más terribles que la pobreza: la miseria y la marginación de una gran parte de la población”.

Para el nahuatlato célebre, la educación (y la capacitación y la formación) son caminos para enfrentar esas desigualdades y sus consecuencias porque quienes “están privados de esa formación que les permita alcanzar formas dignas de vida tendrán que buscar su subsistencia por caminos torcidos. Y no es necesario enumerarlos, ya que van desde el robo y el crimen organizado hasta la corrupción en todos sus niveles”. De allí que instara a su auditorio a legislar en materia de educación, a “oponerse a la supresión de las escuelas normales” y a no regatear recursos al sistema educativo.

Ese concepto del papel social de la educación está hace largo tiempo instalado en la conciencia del investigador emérito de la UNAM, doctor honoris causa de esa institución (como de muchas otras). Desde la máxima casa de estudios, dijo al recibir en 1994 el premio Universidad Nacional, “podemos contribuir a esclarecer y resolver problemas y requerimientos. Pensar y actuar en la Universidad se torna así privilegio y responsabilidad muy grandes”.

Formado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en la que enseñó a partir de 1957 (mismo año de su ingreso al Centro de Estudios Históricos, transformado en Instituto, que dirigió durante diez años) León Portilla ha sido reconocido con sobra de méritos en muy diversos ámbitos. Obtuvo en 1981 el Premio Nacional en Historia, Filosofía y Ciencias Sociales, y veinte años después (lo que prueba la perdurabilidad de sus logros) los premios internacionales Menéndez y Pelayo y Alfonso Reyes. Recibió del Senado la medalla Belisario Domínguez.

Es miembro de las academias mexicanas de la Lengua y de la Historia, y del Colegio nacional. Dirigió el Instituto Indigenista Interamericano y fue miembro de la Junta de gobierno de la UNAM y embajador en la Unesco.

Se ha dicho de él que “prefiere el trabajo a la polémica, pero cuando hay necesidad de ella no duda en responder”. A sus alumnos y compañeros impresiona un tanto la exigencia para hacerlos trabajar; su opinión es que “su carácter impone, pero tiene un gran corazón”. Por su plena identificación con la UNAM se le ha llamado, con acierto, “una institución dentro de la institución”.— México, D.F.

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