viernes, noviembre 21, 2008

La Cumbre light

Barómetro Internacional

Por Amylkar D. Acosta M

La tan esperada Cumbre de Washington, que tuvo por sede el Museo Nacional de Arquitectura, después de cuatro horas de deliberaciones, sin luz ni taquígrafos, desechó por improcedente y fuera de lugar la rimbombante idea de Nicolás Sarcosy, Presidente de Francia al tiempo que preside la Unión Europea, de “refundar” lo que él catalogó como “nuevo capitalismo”. Resultaba demasiado prematuro ahondar en una propuesta tendiente a reconfigurar el sector financiero en crisis, frente a la cual hay enormes discrepancias tanto ideológicas como teóricas que ameritan una mayor profundización en su análisis. Este, que es el asunto más peliagudo, terminó difiriéndose hasta abril próximo; entre tanto, varios grupos de trabajo integrados por expertos, coordinados por los ministros de economía y bajo la conducción de la troika del G–20 integrada por Brasil, el Reino Unido y Corea del Sur, trabajarán la propuesta que será sometida a su consideración en la nueva cita. Cabe destacar que esta es la primera Cumbre del G-20, convertido ahora en el G–21 con el ingreso de España, a la que concurren los presidentes y jefes de Estado de los países miembros, pues desde su origen en 1999 se ha mantenido al nivel ministerial.

Mucho se había especulado sobre la posible presencia del recién electo Presidente de los EEUU, Barack Obama; pero, él prefirió desmarcarse de este convite que no era el suyo y prefirió más bien delegar en dos miembros de su equipo, uno republicano y otro demócrata, su representación, al tiempo que a través de un mensaje radiofónico dejó conocer su “felling” sobre la actual crisis que embarga a la comunidad internacional. Fue muy claro al afirmar que “al tiempo que actuamos de forma concertada con otros países, deben intervenir aquí con urgencia. Si el Congreso no aprueba ya un Plan que dé a la economía el empujón que necesita, ésa será mi primera orden ejecutiva como Presidente”. Los que sí asistieron fueron el directo –gerente del FMI, el francés Strauss-Kahn y el Presidente del Banco Mundial, el norteamericano Robert Zoellick, al fin y al cabo estas dos instituciones están llamadas a jugar un papel crucial en la implementación de las medidas acordadas, cualesquiera que ellas sean.

Esta reunión se realizó en medio del anuncio oficial de que la Zona Euro entró en recesión, por primera vez desde su constitución, al caer su PIB entre julio y septiembre 0.2%, después de la contracción de la producción experimentada el trimestre anterior a este, al propio tiempo que las ventas al detal en los EEUU para el mes de octubre bajaron 4.1% con respecto al mismo mes del año anterior. Concomitantemente el FMI bajó su estimativo de crecimiento de la economía global para el 2009 a un anémico 2.2%, 0.8% menos de su anterior previsión. Además, el Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki–Moon, advirtió con vehemencia que “la crisis financiera puede llegar a convertirse en una crisis humanitaria si no actuamos”. Con esta emergencia a bordo, no fue difícil arribar a la conclusión que “Estamos de acuerdo en que una respuesta política amplia, basada en la cooperación macroeconómica, es necesaria para restablecer el crecimiento”. Y, en una tácita referencia a los EEUU, se dejó claramente establecido en el Comunicado oficial que “políticos, reguladores y supervisores en algunos países avanzados, no apreciaron de forma adecuada los riesgos de algunos mercados, ni siguieron el ritmo de la innovación financiera”. Bien claro lo dejó el Presidente de Brasil y Presidente del G–20, Lula da Silva, refiriéndose a los países emergentes que representaba en dicha Cumbre, que “no aceptamos ser víctimas de una crisis que no hemos provocado” y fue más enfático al afirmar que ya ”es hora de construir una gobernanza verdaderamente global. Se necesita un esfuerzo de coordinación internacional justo”.

En el mismo Comunicado expedido al final de la Cumbre se exhorta a los gobiernos a poner en marcha cuanto antes regulaciones “anticíclicas”, aún a riesgo de acrecentar los niveles de endeudamiento y déficit fiscal, con el propósito de reanimar la economía, recurriendo “al uso de medidas fiscales para estimular la demanda interna en forma rápida”. Y ello, a despecho de Bush, quien espetó que “la solución nunca ha sido más gobierno”. Igualmente se hizo un llamado a impulsar una mayor liberalización del comercio internacional, con el fin de conjurar un posible brote proteccionista que venga a complicar aún más la crisis, como ya sucedió en los años 30, cuando el proteccionismo contribuyó a ahondar y prolongar en el tiempo la Gran recesión. Ello puede significar un nuevo aliento para destrabar la Agenda de Doha que ya lleva más de un lustro empantanada. “Un nuevo trato”, como lo denominó el Nobel de Economía Paul Krugman, que conduzca a un renovada edición de la Conferencia de Bretton Woods tendrá que esperar hasta la próxima cita, que será muy seguramente en otro escenario en el que el entonces Presidente Obama propicie un acuerdo multilateral, que no es dable esperar con el actual inquilino de la Casa blanca, que haga posible encontrarle una salida a la actual encrucijada. Será hasta entonces, cuando se podrá empezar a ver la luz al final del largo y penumbroso túnel que le deja Bush por legado a la comunidad internacional.

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