lunes, noviembre 17, 2008

Tiempo de despertar de la pesadilla

Michel Balivo

(Solo otro cuentito más)

Hoy, buena parte de nosotros despierta a que los cuentos que nos hicieron del pasado, sobre el cual aparentemente pisamos, nos construimos y caminamos, no son más que cuentos. Con la inevitable participación y distinción de los buenos y los malos, los superiores y los inferiores, los hijos de Dios el bien y del demonio el mal. Con el infaltable aderezo de alguna historieta de amor entre el y ella.
Por eso tengo mis serias dudas del cuentito del mono que devino peludo, ignorante, bárbaro y supersticioso hombre de las cavernas, para recorrer el camino que lo convertiría en el conocedor, culto y civilizado hombre moderno. Creo ver en ello más bien la mentalidad y estados de ánimo, los temores y deseos, los sistemas de tensión de la época del relator, del que organiza la información.
Cuando miro a mí alrededor solo veo el cielo, los árboles, las personas conversando, sentadas o caminando tranquilamente, el mar y las montañas, las primaveras y los otoños. Entonces me pregunto si la cargada y tormentosa, amenazante atmósfera que hoy respiramos y crispa nuestras carnes, no es parte de ese mismo cuento, un argumento acorde al mismo guión.
Porque el mundo, el paisaje que sirve de escenario o trasfondo a todos esos cuentos es siempre el mismo, las funciones biológicas son siempre las mismas, solo las adornamos e hicimos más complejas y pesadas de sobrellevar. Pero nosotros no parecemos realmente vivir allí. Todo eso no es más que un punto de aplicación para nuestras energías.
No es más que un medio para conducirnos a ciertos fines, materia prima para nuestros sueños. Pareciera más bien que vivimos en carreteras temporales, en las que a veces predomina el futuro promisorio, la deslumbrante visión personal o colectiva de un mundo mejor que nos espera o hemos de construir. Y entonces todo lo pasado es malo y ha de ser cambiado.
Otras, como hoy, parece que todo el mundo construido se desmorona, que una atmósfera negra y tormentosa cubre y cierra el futuro hacia el cual caminábamos, casi corríamos. Entonces el pasado se convierte en un posible refugio donde todo era mejor, las ciudades comienzan a soñar con volver a la naturaleza, las complejas rutinas sociales a la sencillez.
Pero, ¿dónde está ese futuro que anhela la juventud, ese pasado que añora la madurez, que predominan alternativa o simultáneamente según la intensidad de las circunstancias parezcan abrirles o cerrarles el paso? Yo miro nuevamente a mí alrededor y solo veo el mismo paisaje natural, no veo caminos por los cuales avanzar ni retroceder, sitios a los cuales llegar o volver. ¿Dónde vive o está la revolución que hoy palpita en la conciencia colectiva humana?
Hace miles de años el profeta bíblico Isaías decía que llegaría el día en que las armas se fundirían para hacer arados, herramientas de labranza de la tierra, que el león se apacentaría y dormiría junto al cordero. Probablemente aquél mundo mejor en pos del cual partió Abrahán, era una visión diferente al mundo natural cíclico en el cual vivían.
Hoy el “mundo moderno” colapsa y seguramente volveremos a soñar con retornar al simple mundo natural de las cíclicas primaveras y otoños. Y así las carreteras temporales de sueños y cuentos por las cuales peregrinamos, giran y vuelven una y otra vez sobre si mismas, para luego desplegarse y extenderse linealmente otra vez.
Y el mundo se convierte en un infierno del que hay que escapar, “maya”, una ilusión de la cual despertar, como en la también milenaria concepción de los hindúes. O en una promesa de lo que ha de ser, que a veces viene hacia nosotros y otras parecemos caminar hacia ella y estar casi al alcance de la mano, al doblar la esquina.
Sin embargo, el escenario natural y las funciones biológicas siguen siendo las mismas, el sol sigue siendo el centro del universo y los planetas girando en torno a el. La luna sigue al sol y las estaciones como las generaciones se siguen unas a otras, los pajaritos que trinan y las milenarias pirámides son mudos testigos de los guiones que la mente humana escenifica y personaliza.
Esta película que comenzó desde que el ser humano es ser humano, cuando a diferencia de los animales fue fascinado por el fuego y controlando su temor no huyó. No solo no huyó sino que se acercó y no se detuvo hasta que encontró el modo de transportarlo y convertirlo en centro de su hogar, de su vida, de su arte, de su industria, de su religión.
En torno a él se reunían en las noches y los ancianos evocaban recuerdos ancestrales e invocaban mundos por venir. En torno a el cocinaban y se sentaban a comer. El los protegía de los animales. Su misma luminosidad se reflejaba en los metales y piedras preciosas, en los tranquilos lagos de montañas cual espejos.
En sus chisporroteos y sombras creían ver espíritus, fuerzas y presencias, respuestas a sus preguntas, problemas y expectativas. Algunas culturas creían ver en el fuego al Padre Sol, del cual la Pacha Mama y todos los mundos habían sido paridos. La misma intuición se viste hoy de conocimiento científico para decir que una explosión solar dio a luz nuestro universo.
Nuestro universo y ecosistema no son sino radiación que se aleja del centro desacelerándose, enfriándose, condensándose, densificándose, materializándose. Pero en el centro de la tierra sigue vivo el fuego, y la materia no es sino una manifestación alternativa de la energía. Y en el centro de toda criatura viviente palpita y alienta el padre sol.
Tal vez allí, en el corazón de toda criatura palpite entonces la revolución, y se vista de diferentes miradas-paisajes según las circunstancias de cada época. Tal vez la revolución no sea sino incandescente aliento que anhela retornar a su naturaleza solar desembarazándose de su lenta y pesada apariencia material. Corazón ígneo que sueña diferentes escenarios temporales mientras va inventando herramientas para transformar, para acelerar las limitaciones naturales.
Para incidir en su programación genética liberándose de sus cadenas, determinismos. Sueños de los que a veces despierta sobresaltado en medio del dramatismo a que esos caminos lo han conducido. Para luego volver a dormirse y soñar otros deslumbrantes, cristalinos mundos en medio de la opacidad de la materia, densidad y lentitud de los cíclicos fenómenos naturales.
Es solo otro cuentito más, de tantos que hemos escuchado al resplandor de una hoguera que chisporrotea en la oscuridad. Pero un cuentito que evoca una profundidad de recuerdos que estos tiempos de superficiales apariencias no propician. Y a la luz de estos destellos a veces parece ver sombras y presencias diferentes a las habituales.
Muchos ven de la revolución bolivariana por ejemplo su éxito económico, sus cinco años de crecimiento sostenido, su estabilidad dentro de una economía mundial que se tambalea. Yo también la veo y reconozco por supuesto, no soy ciego. Pero me resulta mucho más significativo el despertar, la desilusión de un sueño colectivo que pretendió liberarse del esfuerzo rutinario.
Del cansancio de satisfacer una y otra vez las necesidades en un viaje temporal que jamás finalizaba, para terminar explotando y depredando al ser humano y su hábitat. Por eso valoro mucho más, señales como que el ejército ayude a los menos privilegiados y construya junto con ellos, hombro con hombro un nuevo mundo. En lugar de ser usado para reprimirlos al servicio de intereses y sueños elitescos que no conducen a parte alguna.
Me resuena y alegra mucho más profundamente, que nos demos cuenta que diferentes uniformes no hacen que dejemos de ser y sentirnos humanos. Que podamos mirarnos y reconocernos sin importar qué función social nos hayan puesto a cumplir las circunstancias, sin necesidad de apoyarnos en la desgracia de otros para sentirnos mejores, superiores.
Que lleguemos finalmente a darnos cuenta que la única guerra que merece y vale la pena luchar es contra la miseria, la enfermad y la ignorancia, sobre todo la íntima, la del alma. Que no hay ninguna necesidad de construirnos historias para sentirnos superiores o para escapar de la inferioridad, minusvalía.
Me parece mucho más gratificante ver batallones de muchachos y profesionales llevando ayuda y esperanza de todo tipo a los diferentes países y pueblos. Caer en cuenta de que mucha gente se sale de los trillados caminos de intereses y sueños personales, para dedicarse a incluir a los menos privilegiados en los mismos derechos sociales.
Conmueve hasta las lágrimas ver renacer el brillo en las miradas, tanto en seres socialmente abandonados, discriminados, excluidos, como en aquellos que con su cálido interés los rodean y acogen. Da la pauta de cual es el camino esencial errado y verdadero para el nuevo hombre y mundo. Pone en evidencia cual es y donde alienta ese sol, esa luminosidad que nos habita.
De aquí se deduce el principio que ya nos enseñaban hace cuando menos dos mil años; trata como deseas ser tratado, ama a tu semejante como a ti mismo, sobre todo a tu enemigo. Porque por mucho que así parezca y lo creamos, nadie, nada es inevitablemente de un modo o de otro, sino que reacciona y se comporta tal cual lo pensamos y tratamos reiteradamente.
Basta que visualicemos y resaltemos lo mejor de ese ser, para que comience a resonar en nuevas armónicas contagiosas. El contagio como la respiración, es algo sumamente veloz, expansivo y poderoso que hasta ahora nos ha pasado desapercibido. Pregúntenle a los virus.
Creo que cual espejo, un nuevo y más elevado paisaje, un nuevo sol amanece y se refleja en la mente, en la mirada humana, en medio de la inercia y los fantasmas de otra mirada y paisaje que mueren, se desgastan, consumen su energía residual, hasta que desaparezcan en la noche del olvido y la desatención.
Creo reconocer en todo ello una elevación de la sensibilidad, una humanización del mundo natural y zoológico, un renacer de lo esencial humano enterrado bajo las ruinas y despojos del tiempo, de malogrados sueños. Me parece ver que ese palpitar esencial, finalmente encontró el camino de los hechos desinteresados para liberarse de la cárcel de los sueños y el tiempo.
Porque no es lo mismo creer que un impersonal sol está allá fuera, muy lejos y alto, y que ha de tomar un enorme tiempo recorrer ese espacio, tan enorme tiempo que ya nos sentimos agotados y paralizados de solo pensarlo. No, no es lo mismo que sentir que el sol es el centro palpitante de tu ser y por tanto no hay distancias, eres, somos, todo es su manifestación.
Más preciso aún, todo es y está siendo aquí y ahora su manifestación. Y si algo cambia es porque todo está cambiando, porque el sol, el corazón del universo, de la existencia, palpita de un nuevo modo en todas sus criaturas, aunque toda la danza de la creación lo manifieste en infinita e inigualable diversidad de formas y modalidades, pero en un mismo y único corazón.
Ser humanos no es entonces recorrer en pos de un compulsivo deseo, una distancia que separa dos cosas y que inevitablemente exige un esfuerzo y toma un tiempo, sino reconocer lo que nos une y es común pero se manifiesta de múltiples modos.
Hemos de ajustar el lente mental para reconocer que los sueños nos alejan, nos duermen a eso que todo es y somos. Entonces caemos en la estúpida paradoja de pelear porque todos creemos querer un mismo objeto al que asignamos intangibles valores, o porque deseamos diferentes objetos incompatibles entre si.
En realidad, por mucho que caminemos no vamos a ninguna parte, por mucho que camines hacia el norte solo regresas hacia el sur. No hay nada que conquistar, ganar o perder, por eso da risa o pena ajena ver a la gente cuchicheando o conspirando a escondidas, como si tuvieran un secreto muy particular que alguien les pudiera robar.
La única distancia por recorrer es la de reconocer que en el corazón del otro, de todos y cada cual, de todo lo existente, vive, palpita, habita, alienta el mismo ser, solo que en lugar de reconocerse se sueña, se refleja de variados modos en la pantalla mental.
Se trata de ajustar el lente mental para que no distorsione ese palpitar y no de perseguir fantasmas y cosas en el mundo. Porque una manzana por muchas vueltas que le des no deja de ser una manzana, no puede convertirse en otra cosa, Mejor dejas de mirarla esperando que cambie y te la comes y saboreas, porque así de seguro se convertirá en otra cosa.

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