lunes, febrero 02, 2009

Plan B. La semana entre sordos y ciegos





02 febrero 2009


El viento frío de las calles de Londres mueve las pancartas de los cientos de personas en la marcha. Con cada consigna las palabras tibias saltan acompañadas de una pequeña nube. Las y los trabajadores exigen a su gobierno priorizar la contratación de personas inglesas antes que a otras de la Unión Europea. Su ministro de Economía se opone, pues asegura que de hacerlo, romperían los acuerdos con el resto de los países del continente.

Muy cerca, en Francia, dos millones y medio de personas salen a las calles a reclamarle a Sarkozy que haya utilizado sus impuestos para blindar a los bancos, a pesar de que tuvieron ganancias este año. En España grupos de trabajadoras y obreros se unen para exigir medidas de protección al trabajo. En Estados Unidos millones de pobres sueñan con que Obama les escuchará. En Davos, a las afueras del búnker en que los líderes de diversos países debaten la crisis económica mundial y las complejidades de una globalización desarticulada, miles de representantes de organizaciones civiles del mundo insisten en ser escuchadas; el argumento principal es que no se puede discutir una crisis económica sin tomar en cuenta la crisis de desarrollo social.

En México, comienza a suceder algo similar. Marchas contra los despidos masivos, el campo abandonado, la pobreza, la inequidad, la falta de acceso a la salud y al agua.

Hablo con dos trabajadores ingleses, lo único que diferencia sus reclamos a los de los obreros mexicanos es el idioma. Luego de décadas de trabajar para una gran compañía, fueron despedidos. Perdieron su seguro social, están endeudados pagando su casa. Luego de externar la rabia, su mirada se rasa de lágrimas.

Tienen miedo, como millones de personas en diversos países. Tienen miedo de la pobreza; sienten que los políticos están demasiado ocupados escuchando a los dueños del dinero, para darse cuenta de lo que sucede en los hogares de personas que desean una vida digna. Quieren tener la certidumbre de su derecho al alimento en casa, a medicinas, a servicios médicos. Se respira en el mundo la sensación de que un puñado de hombres son los amos del mundo. Viajan en sus jets privados, hacen búnkers para poder discutir sobre democracia; ante la inseguridad viajan blindados y protegidos, y aquí afuera en las calles de Latinoamérica, de Europa, de Asia, de África, la gente que salió a votar por sus líderes reclama sus derechos ciudadanos y se siente ignorada.

Durante años los movimientos globalicríticos anunciaron que las brechas entre riqueza y pobreza se agrandarían con los tratados de libre comercio, con una globalización que ignoraba, en su esencia, el desarrollo social y la equidad. Se les olvidó añadirle un rostro humano. Pequeño detalle.

La gente tiene miedo y razón para tenerlo. Si las respuestas no se conocieran sería más difícil encontrar salidas. Sin embargo, el problema es que allí han estado siempre, sobre la mesa, pero los líderes del mundo han decidido ignorarlas intencionalmente porque su visión de la vida no se parece a la de las mayorías. Por eso las trabajadoras y los obreros tienen razón cuando dicen que los políticos ni les miran ni les escuchan. Gobernar paras las mayorías y favorecer el bienestar humano; el concepto más antiguo del mundo ante el cual parecen incapaces los líderes actuales.

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