martes, abril 21, 2009

Editorial. La Democracia Crece, pero ¿Cuál Democracia?

El Instituto Federal Electoral realiza una campaña de difusión muy intensa para inducir a los electores mexicanos –unos 74 millones— a votar el próximo 5 de julio del año en curso, y concluye cada mensaje (o espot) por radio y televisión con la afirmación de que la democracia mexicana crece y con ello “crecemos todos”.

Hay que decirles a los del IFE que LA DEMOCRACIA no crece. Simplemente ES O NO. En México no hay tal.


El mensaje es engañoso, pues el IFE sustenta sus programas bajo una aparente certeza, la de que en México existe una democracia, lo cual, como es bien sabido, es una falacia. Que el sistema político mexicano se describa a sí mismo, ante los mexicanos y ante el mundo como una democracia es un insulto a la inteligencia de la ciudadanía.

Para empezar, el sistema político mexicano se sustenta sobre falsas premisas, las de que por el mero hecho de votar ya es un régimen democrático. No. Una democracia electoral no es una democracia en el cabal sentido de la palabra. ¿Por qué? Porque la ciudadanía desconfía del poder político del Estado, que organiza las elecciones y cuenta los votos.

La triste y dolorosa experiencia del proceso electoral de 2006 (el Presidente de Facto, Felipe Calderíon, todavía se niega a un recuento de votos para aclarar dudas, pero no puede destruir la evidencia por las impugnaciones legales del semanario Proceso) ha contribuido en gran medida a ese escepticismo ciudadano.

Y es que, según encuestas recientes, el 66 por ciento del total del electorado está convencido de que habrán fraudes en los comicios próximos, a ser cometidos por el gobierno que preside el señor Calderón para beneficiar a los candidatos del PAN. Por otro lado, los gobernadores del PRI también cometerán fraudes para retomar el control de la Cámara de Diputados.

Esto nos induce a pensar que en una atmósfera de incredulidad, desconfianza y escepticismo la ciudadanía se abstendrá de votar, por lo cual los diputados carecerán de representatividad y, por lo mismo, de legitimidad moral. La ciudadanía no los habrá elegido a cabalidad, con mandatos plenipotenciarios. Sabemos de antemano que no servirán al pueblo.

Más no sólo fue el fraude electoral del 2006 lo que ha conducido a esa actitud de la ciudadanía, sino también todos los escándalos de voraz e impune corrupción, ineptitud , oportunismo y cinismo de los personeros de los partidos políticos y del IFE, así como el desempeño de los diputados y senadores elegidos en aquella ocasión.

Y es que hasta la fecha, las vertientes legislativa y ejecutiva del poder político del Estado no han mostrado vocación ni talento para resolver los gravísimos problemas que aquejan a los mexicanos. Lo contrario: su desempeño de desaciertos colosales, irresponsable y egoísta –sin pensar en el pueblo que eligió a sus personeros-- ha contribuido a agudizar la crisis corriente.

Otra falla del sistema político mexicano que lo identifica como antidemocrático --o, lo que es peor, simulador de la democracia--, es que se opone a crear mecanismos como el referéndum, el plebiscito, la consulta popular, la revocación de mandato, etcétera, que contribuya a la participación de la ciudadanía en las decisiones centrales de gobierno.

Si la democracia no existe, obviamente no se desarrollará ni crecerá ni creceremos todos. La propaganda del IFE tendrá un efecto opuesto al buscado. A ello habrían que añadir otros vectores: uno, que los candidatos carecen de propuestas para salir de la crisis; y otro, esos candidatos son los mismos de siempre, conocidos por su ineptitud, corrupción y oportunismo.

Cabría agregar que el sistema político mexicano, incluyendo su andamiaje electoral, es el más costoso del mundo, a lo que se agregaría que es el más inepto del planeta y el menos confiable. El objetivo es el de preservar un statu quo que ha demostrado ser antisocial, pues atenta contra el interés de la sociedad mexicana.

Es utópico esperar que el sistema cambiare por sí solo. Pero en ese contexto lo que la ciudadanía podría hacer es enviarle un mensaje inequívoco a los personeros del poder político del Estado, en el sentido de que ya no los queremos como nuestros representantes y que, por el bien de todos (y de ellos mismos) que se vayan de la política. Que dejen de oprimirmos. Pronto.

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