viernes, abril 10, 2009

¿Educación de calidad?

Acentos
Pablo Gómez

El relevo en la Secretaría de Educación Pública ha sido en realidad una destitución. Nadie quiere ser diputado en lugar de secretario de Estado. La titular anterior debió de haber permanecido sin dormir muchas noches durante sus años al frente de la SEP. Sin duda. Los problemas en ese ramo no sólo son de todos los días sino de todas las horas. Habría que apresurar una conclusión: el magisterio de educación básica no está en lucha a favor de una mejor escuela; sus problemas son otros, especialmente políticos, es decir, en contra o a favor de una estructura sindical corrompida, onerosa, ignorante, perniciosa e irreformable. Son los lodos de aquellos aguaceros del priismo nacional.
Ahora, la alianza entre el PAN y el sindicalismo charro del SNTE –como en tantos otros organismos— ha arrojado un pacto que se pretende a favor de la “calidad de la educación”. El charrismo del SNTE, el cual no entiende nada de educación pública incluyendo la pedagogía, ha aceptado los criterios de la derecha con tal de mantener sus privilegios. El primer punto de tal pacto es la competencia. Pero uno de los ámbitos donde la competencia es absolutamente contraproducente es la educación. Poner a competir alumnos y escuelas es lo peor que puede hacerse. Desde el viejo sistema de las calificaciones diferenciales (entre el cero y el diez existe un abismo infernal) hasta las actuales mediciones no hay más que patrañas dañosas que convierten la educación en una carrera de obstáculos y ridículos: no hay estudiantes malos; hay sistemas educativos pésimos.
Sobre la base de la competencia, Felipe Calderón quiere evaluar la educación básica mexicana, es decir, saber dónde tiene buen nivel, dónde regular, dónde bueno, etcétera. ¿Para qué? Esto no se responde. Carece de todo objetivo la evaluación educativa hecha por el mismo que imparte la educación. ¿Con quién y cómo nos comparamos? Ah, con la ayuda de los parámetros de la OCDE. ¡El último país en casi todos los renglones (México) quiere aplicar las evaluaciones de la OCDE (Estados Unidos y Europa)! Pero, además, éstas son del todo falsas, tanto porque surgen de la nefasta competencia educacional como porque contrastan países muy diferentes entre sí, los cuales tienen elementos culturales, niveles de escolaridad e índices nutricionales incomparables.
No creo que Lujambio sepa una palabra de lo que estoy escribiendo, pero como buen egresado de la educación privada, basada en la competencia, de seguro que le parece una magnífica idea que exista esa misma competencia entre escuelas. “Vamos a ver quién es el mejor”: insisto, ¿para qué? ¿Competir entre alumnos y entre escuelas nos dará mejor educación? La respuesta está en aquella vieja imagen del niño contra la pared y con orejas de burro. Es lo mismo que antes, es el mismo paradigma educativo basado en el premio y el castigo. Mas lo peor de todo ese engendro es tomar como criterio de verdad a la OCDE, la cual ahora va a poner las reglas de la educación pública nacional. ¡Qué horror!
El Estado no debe educar; debe ser educado. Esta idea la formuló Marx hace mucho más que un siglo pero sigue siendo del todo vigente.

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