martes, junio 23, 2009

Irán en la campaña mediática

Barómetro Internacional

Ernesto Tamara.

La situación en Irán parece preocupar a las potencias occidentales. Algo es claro, lo que menos les preocupa es –aunque proclamen lo contrario- la democracia, la justicia social y la libertad.

Aunque el gobierno iraní no despierte las simpatías de todo el mundo, incluyendo a las fuerzas progresistas, es evidente que la insistencia de los medios internacionales y los gobiernos occidentales por comentar y avalar las elecciones presidenciales en ese país, forma parte de una campaña para desestabilizarlo y provocar un cambio de rumbo.

La maniobra publicitaria en torno a la oposición, que no tiene porque ser parte consciente de la misma, repite clisés publicitarios ya aplicados en otros países. Como nunca antes periodistas de medios internacionales llegaron a cubrir la previa a las elecciones. En sus informes destacaban que la oposición controlaba las calles, lo que les permitiría después, como hicieron, avalar las denuncias de fraude.

También bautizaron con nombres como “la marcha verde” las manifestaciones de la oposición, en un esquema publicitario ya usado en las revoluciones “naranja” (Ucrania), “púrpura” (Georgia) o “roja” (Tailandia).

Además resulta más que sospechoso que las cadenas internacionales encuentren siempre en medio de la multitud de jóvenes persas, un cartel de protesta en inglés con la misma frase, “¿dónde está mi voto?” o “Devuelvan mi voto”, como si por ejemplo, en Buenos Aires, en lugar de carteles en español, los manifestantes protestaran en inglés. Eso sólo revela una campaña preparada o un interés por trasladar un conflicto interno al plano internacional. Por otra parte, ninguno de esos medios presentó una sola prueba o denuncia de un caso de fraude, y mucho menos cubrió una sola marcha de los partidarios del gobierno. Parece que 30 años después de la fuga del Sha, occidente quiere volver a decidir que gobierno deben tener los iraníes.

El pasado 31 de marzo se cumplieron 30 años de la proclamación de la República Islámica con un 99 por ciento de apoyo en un plebiscito. En febrero de ese mismo año, el Ayatolá Jomeini había logrado movilizar al pueblo para derrocar a la dictadura del Sha Reza Pahvlevi, impuesto en el poder por un golpe de Estado organizado por la CIA norteamericana en 1953. El amplio apoyo popular a la sublevación popular para derrotar al tirano, fue después disminuyendo, cuando los clérigos islamistas asumieron más poder y comenzaron a perseguir a las fuerzas progresistas. Miles de comunistas fueron presos o partieron al exilio. Pese a que el gobierno iraní surgió en contradicción con Estados Unidos, que controlaba el país a través del Sha para acceder a los recursos petroleros, poco después llegó a negociaciones secretas con Washington, en su enfrentamiento con el entonces presidente iraquí, Sadam Hussein. El entonces candidato republicano a la presidencia, Ronald Reagan, llegó a un acuerdo con las autoridades iraníes para resolver el asunto de los rehenes en la embajada norteamericana de Teherán, recién después de las elecciones presidenciales en Estados Unidos e noviembre de 1980. El entonces presidente Jimmy Carter perdió las elecciones ante su rival.

Como “pago” por ese favor, Reagan organizó un tráfico de armas hacia Irán, con la colaboración de Israel, conocido después como el “Irángate” o “Contragate”, ya que lo producido por la venta de armas era usado para financiar a la contrarrevolución nicaragüense.

Durante los 8 años de la guerra Irán-Irak, Estados Unidos y las potencias occidentales abastecieron de armas a los dos bandos esperando debilitar a las dos naciones y asumir después el control de sus recursos petroleros, ya sea a través de nuevos gobiernos impuestos, o como pago por las deudas que esos países contraían por la compra de armas y municiones. La guerra se saldó con un millón de muertos (el 60% de ellos iraníes) y casi dos millones de heridos, además de enormes gastos materiales que dejaron la economía de ambos combatientes en una situación muy precaria. Poco después del fin de la guerra –el armisticio se firmó en agosto de 1988- comienza el debacle del campo socialista y una nueva era de la supremacía unipolar de Estados Unidos en el mundo.

La economía iraní comienza a repuntar al mismo tiempo que el poder del clérigo aumenta. Los recursos naturales comienzan a ser distribuidos en el país, y mejoran las condiciones de vida de los ciudadanos de las ciudades en primer lugar, y se fortalece una clase media que, poco a poco, comienza a exigir los “placeres occidentales” que el Sha había permitido e introducido en el país. Las periodista italiana Oriana Falacci, calificó al sha de Irán como el líder árabe que más había hecho por “occidentalizar” las costumbres de sus ciudadanos.

Al mismo tiempo, Estados Unidos comienza su despliegue mundial para controlar los recursos energéticos, e Irán aparece como un impedimento. El actual presidente Mahmud Ahmadineyad fue electo presidente en 2005 prometiendo mejorar la situación de las clases más desposeídas, campesinos y trabajadores, en oposición a los gobiernos anteriores, más aperturistas pero que no habían logrado mejorar las condiciones de vida del pueblo. Cuatro años después, Ahmadineyad, considerado un islamista conservador, logró mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y campesinos, y eso explica en parte que las protestas de la oposición estén circunscriptas sólo a la capital.

Durante su mandato adoptó también una política independiente y se enfrentó a Estados Unidos. Principalmente como respuesta a la invasión a Irak, que lo amenaza también, y por el desarrollo de su programa nuclear al que Israel y Estados Unidos se oponen.
Por esto, el renovado interés “occidental” en la democracia iraní, tiene otras raíces que no tienen que ver con el bienestar y la libertad del pueblo. Si tuvieran el mismo acceso a los recursos petroleros que, por ejemplo, tienen en Arabia Saudita, también ignorarían el poder del islamismo conservador o una monarquía sanguinaria.

ernestotamara@gmail.com

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