lunes, julio 20, 2009

Plan B. La miseria y los miserables


Por Lydia Cacho





20 julio 2009

Fui al supermercado; compré frutas, verduras, leche y los indispensables del hogar en oferta. Ni un solo gasto superfluo. La cuenta de mil 900 pesos me dejó fría. Los diarios reportan que la pobreza aumentó de 13.8% a 18.2%, ratifican lo que millones de familias han sentido durante el último año: que Calderón y Carstens nos han engañado con sus cifras alegres. Quienes van al mercado, pagan colegiaturas, material escolar y servicios médicos, además de la hipoteca o la renta, transporte público o el auto a plazos, saben que la crisis es real. Este aumento de la pobreza comenzó antes de la crisis bancaria global, es decir, aún faltan las encuestas de 2009. Ya es oficial: la mitad de la población en el país vive con menos de mil 900 pesos al mes. Haga cuentas: ¿para qué le alcanza esa cantidad?

Más de 20 millones de personas ganan apenas suficiente para comer un taco de frijol y arroz al día. Eso significa que por más discurso político que incite a la esperanza o al esfuerzo extra no hay forma de priorizar, sino de sobrevivir. Se antepone la necesidad de comer; se sacrifican la salud y la educación; aumenta el estrés y se exacerban las crisis familiares. Y allí los narcos para rescatar comunidades enteras gracias a la economía criminal (no lo justifico, simplemente lo anoto).

Rodeadas de pobreza y ante una guerra sin cuartel, millones de personas con nombre y apellido no encuentran salida, porque la única puerta está cerrada: la redistribución de la riqueza, la creación de empleos está en manos de los poderes fácticos y ellos guardan la llave bajo el mantel. Los congresistas que no están en Europa vacacionando comerán mañana en los mejores restaurantes de Reforma, Agustín Carstens discutirá estas cifras alarmantes enjuagando su boca con una copa de Merlot australiano en Los Pinos y la Sedesol sacará un programa emergente de limosna federal que Calderón anunciará esta semana a más tardar.

El país está harto, no es para menos. Hace unos meses Calderón decía que la gente no entiende de economía, que no es un asunto de emociones sino de objetividad. La objetividad consiste en exponer la vivencia de todas las partes implicadas; el problema es que durante dos años los medios electrónicos aliados al poder han tenido el derecho de contar la historia a su manera, tejiendo el discurso de aquí no pasa nada, el que no se esfuerza no gana. La objetividad en México consiste en proteger el derecho de las élites para contar una historia falseada de nuestra realidad. Que deposita la culpa de las malas políticas públicas en una sociedad sin acceso a las herramientas para resolver el problema.

Los políticos y los monopolios económicos y mediáticos han construido un discurso público para hacernos sentir que la pobreza es voluntaria y responsabilidad única de cada familia, que quienes sacan a sus hijos de la escuela son irresponsables, que la guerra es por nuestros hijos, que los altísimos intereses bancarios son inevitables. Nuestra desesperación está justificada, los poderosos actúan con la impunidad que la historia les confiere y el poder les garantiza. Para la sociedad, sufrir la pobreza; para los poderosos, el derecho de interpretarla a su manera. Cada vez hay más personas sometidas a la miseria ante un puñado de miserables acumulando riquezas.

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