miércoles, septiembre 23, 2009

Columna Asimetrías. Sistema Disfuncional (1/2)

Por Fausto Fernández Ponte






23 septiembre 2009

“Algo está mal. Algo no funciona. Tiene que ver con el control y los privilegios. Tiene que ver con 23 millones de personas que viven con 20 pesos al día”.

Denise Dresser.

I

Intuiríase y, ergo, sábese a ciencia cierta que el otrora legendario sistema político mexicano –causal incluso de ejemplaridad en el ámbito de la política y la academia en el mundo por sus aparentes resultados de justicia social y estabilidad— es disfuncional.

Añadiríase que esa disfuncionalidad, que acusa dramática, si no es que trágica espectacularidad, no es de cuño reciente, pues ya los advertían no pocos mexicanos y extranjeros lúcidos desde hace, por lo menos, un cuarto de siglo.

En reciente discurso dicho en una ceremonia de reconocimientos privados la ensayista y académica Dresser, citada en el epígrafe de la entrega de hoy, aludió no sin una bella vehemencia lírica a la disfuncionalidad del sistema político mexicano.

Las palabras de doña Denise son dardos que traen consigo el atributo de lo certero --dan en el blanco mero— y se entienden no sólo como una descripción puntual, a ratos metafórica, de la realidad, sino también cual reproche franco a la ciudadanía misma.

Hoy háblase en el ágora acerca de la disfuncionalidad institucional, aunque su disfución masiva es limitadísima pues los medios voceros de la oligarquía mantienen cerrados los espacios a la expresión inconforme y las propuestas reivindicadoras.

Por lo institucional identificaríase aquí al sistema político mexicano o, a fuer de precisión, a la forma de organización económica, políitica y social (e incluso cultural) prevaleciente en México; es decir, al Estado mexicano mismo.

Entendido bajo ese prisma definitorio, el Estado mexicano es disfuncional, sobradamente, en exceso. No funciona su elemento constitutivo axial, el poder político, que debiere subordinarse (y no lo está) al pueblo, el mandante.

La disfuncionalidad de ese elemento constitutivo tiene consecuencias corrosivas, si se le identifica y discierne objetivamente como un ente en descomposición que, por lo mismo, va inexorablemente hacia la desintegración; en ese proceso contagia todo.

II

Contagia al otro elemento constitutivo del Estado, que es el mayor, principal y, por lo menos en la teoría, la razón de ser vera del concepto rawlsiano, totalizador estatal: el pueblo. Sí, sí contagia al pueblo, al que degrada incluso orgánicamente.
Y contagia también, sin duda, a los otros elementos constitutivos del Estado: el territorio y soberanía, tan antigua ésta última como la conceptualidad misma del Estado. La disfuncionalidad del Estado mexicano es rampante. Evidente. Tangible.

De allí que a esa disfuncionalidad se le identifiquen atributos propios de un Estado fallido, independientemente de que esa definición hiera a los personeros panistas, priístas e incluso perredistas, etc., del poder político del suso Estado.

Comprensiblemente, esos personeros no registran, obvio antójase, la descomposición ocurrente, cada día más rápida, del poder político del Estado mexicano ni tienen conciencia de la secuencial disfuncionalidad de éste.

Esa descomposición y la consecuente disfuncionalidad del Estado no es, empero, de génesis reciente. El “sistema” dio muestras de disfuncionalidad cuando su característica epónima, la sucesión presidencial, sufría distorsiones aberrantes.

Vero. El Presidente de la República devenía del albedrío caprichoso de su antecesor, quien por imperativos del poder mismo –emblematizado en la corrupción-- y la cultura política y poseso de terrible falibilidad, daba cual césar el omnímodo “dedazo”.

Así, México tuvo mandatarios idiotas (Vicente Fox dixit), ineptos, corruptos, sin moral ni ética; represores, violentos, golpeadores de sus esposas; torpes, insensibles, alcohólicos, megalómanos, que vivían en constante transfiguración tlatóanica.

Los tuvo. En Palacio Nacional y en Los Pinos. Mandatarios de estrechísima cosmovisión, si acaso, y sin imaginación creativa, perezosos, comodinos, ignorantes y ostentadores, sin conciencia social ni adhesiones deontológicas y, eso sí, mezquinos.

III

Los tuvimos. Y los tenemos aun. El ocupante actual de la casa en la pineda otrora umbría de Chapultepec y Molino del Rey, Felipe Calderón, se piensa a sí mismo como salvador de la humanidad, incurriendo en la arrogancia fatuidad de decirlo en público.

Más no es el señor Calderón, de tristísima figura, casi holográmica, el autor de la descomposición del poder político del Estado mexicano y la disfuncionalidad aterradora de éste. En la década de los 60 se vio trágicamente en Tlatelolco la disfuncionalidad.

Pero la disfuncionalidad fue identificada por aquellos mexicanos que desde el sexenio de Manuel Ávila Camacho y, luego, de Miguel Alemán, ondeaban los pendones de las luchas históricas de los 60 y pico pueblos de México, incluyendo al mestizo mexicano.

Esas luchas continúan bajo guisa variopinta hasta éste preciso instante, como confirmación fehaciente del verismo de la disfuncionalidad del inmerecidamente elogiado hasta la exultación sistema político mexicano, o sea el Estado.

Y fue un lúcido hombre de Estado, Jesús Reyes Heroles, quien advirtió con su autoridad intelectual, su trayectoria intachable como servidor público y fiel sin complejos a su filiación priísta, de la disfuncionalidad del sistema.

--Mire, Ponte, el sistema ya no está funcionando --díjole a éste escribidor ¡en 1984!, en el muy añoso (y renovado) hotel Diligencias, en la muy heroica ciudad portuaria de Veracruz, al responder a una pregunta acerca de un aserto de Ángela Davis.

Doña Ángela, intelectual estadunidense e icono, hoy, de la izquierda teórica y, a la vez, militante, en Estados Unidos, habíale dicho a éste escribidor, por entonces corresponsal de Excélsior en Washington, que el Estado mexicano “fallaba”.

Pero en 1984 el mecanismo de la decisión editorial en Excélsior estaba al servicio del interés presidencial (el falso tlatoani era entonces Miguel de la Madrid) y la definición de don Jesús fue a dar sin remilgos a la papelera en la mesa de redacción.

Don Miguel, sábese, estaba molesto por lo dicho por la “comunista” señora Davis, acerca de que el Estado mexicano le estaba fallando a la gente, medida esa condición de fallido por el aumento, ya entonces grueso, de la migración mexicana a EU.

Diez años después Manuel Camacho Solís consignó en un libro una conversación que él y Alejandra Moreno Toscano tuvieron con don Jesús en 1985, durante la cual éste les dijo, exactamente, lo mismo: “el sistema ya no está funcionando”.

ffponte@gmail.com

www.faustofernandezpontecom

Glosario:

Pueblos de México: los 62 pueblos o naciones originarias que aun existen en el territorio de México, dominados en muchos sentidos por lo que entiéndese antropológicamente como pueblo mestizo mexicano. Esos 62 pueblos originarios que habitan el territorio hablan otros tantos idiomas y se concentran principalmente del Altiplano hasta las fronteras con Guatemala y Belice. Son, documentadamente, víctimas de una brutal represión del Estado mexicano.

Rawlsiano: relativo a John Rawls (1921-2002), filósofo estadunidense. Profesor de filosofía política de Harvard y autor de varios libros de enorme influencia: Teoría de la justicia, Liberalismo político, Las leyes de los pueblos, entre otros. Preconizaba el carácter totalizador del Estado

Suso: el mismo, el ya citado, ya dicho.

Lecturas recomendadas:

Cambio in ruptura, de Manuel Camacho Solís. Alianza Editorial.

Pueblos indios de México hoy, de Carlos Montemayor. Editorial Planeta.

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