viernes, octubre 02, 2009

Columna Asimetrías 5812. 1968: Historia, Significado, Cultura y Moralejas

Por Fausto Fernández Ponte





02 octubre 2009

“El 2 de octubre (de 1968) no se olvida”.

Lema popular acerca de la Matanza de Tlatelolco.

I

Ni deberíase olvidar, dígase preceptivamente para redondear la oración consignada en el epígrafe de la entrega de hoy. Esa inmolación masiva es, quiérasele como querríasele ver, acervo experiencial de las luchas históricas de los pueblos de México.

Es, pues, cultura; es idiosincrasia. Es cosmovisión colectiva, modelada en la arcilla de los avatares y las vivencias del desarrollo de los pueblos de México en el decurso de su devenir, que es de opresión y despojos bajo modalidades como la actual.

Antes de proseguir, hágase la salvedad que el vocablo en plural “pueblos” identifica al conglomerado mestizo mexicano, mayoritario, y los 62 pueblos –naciones-- originarios aun presentes, con territorios, lenguas, usos y costumbres propios. “Pueblo” es epiceno.

Y subráyese también que esos 62 pueblos originarios --el núcleo étnico y genético mayor y principal del mestizaje actual-- son, según datos confiables, unos 15 millones de individuos a quienes se les expolia y rapiña brutalmente desde hace casi 500 años.

Hecha esa precisión atinente, reanudemos el tratamiento del tema de la Matanza de Tlatelolco, su significado, sus moralejas y sus consecuencias en el “continuum” histórico-historicista.

El segundo día de aquél octubre de 1968 se ofrecía esplendoroso para las miles de personas, en su mayoría en sus primeros años de adultez, que colmaban la plaza de las Tres Culturas, en el corazón vero del antiquísimo Tlatelolco.

Tlatelolco era en la antigüedad azteca el complemento político bicéfalo de Tenochtitlán en la historia mexica. En esos artejos y cotilos contextuales encaja el verismo de México-Tenochtitlán/México-Tlatelolco. Cuauhtémoc era tlatoani tlatelolca.

Señálese que pese a la atmósfera de tensión –en la psique común de la multitud subyacía cierto registro de la represión ocurrente, fedatariamente sistémica, del poder político del Estado a disidencias organizadas--, el ánimo era festivo, lúdico incluso.

Éste escribidor, a la sazón integrante de un equipo de reporteros del diario Excélsior, el único en cuyas páginas consignó al día siguiente el saldo sangriento de una eufemística “refriega” de estudiantes con el Ejército, advirtió ese ánimo colectivo.

II

El escribidor –o tlacuilo, en la ancestral lengua náhuatl-- reminisce hoy acerca de esa atmósfera contradictoria: la alegrìa de vivir, por un lado, yuxtapuesto a un basamento de preocupación inasible a la definición consciente de inminencia de la represión violenta.

Y no en vano. Ese temor se nutría no sólo del autoritarismo y la intolerancia visceral de los personeros, por entonces priístas, del poder político del Estado mexicano, sino también de la mismísima dialéctica de la experiencia histórica de la represión.

Esa experiencia vincula el pretérito con el presente y, sin soslayo, el futuro. En el pretérito, las ansias libertarias de los pueblos de México se remonta a la Conquista y la Colonia –bajo la guisa patronímica de “Nueva España”-- y las etapas posteriores.

Esas etapas posteriores, cabría la precisión, corresponden a los 14 años de guerra en pos de la independencia de la Nueva España con respecto a la artrítica y esclerótica vieja España, y el período conocido como el México republicano, hasta hoy, en 2009.

Menciónese que identificar el contexto histórico es central para encuerpar el episodio de la Matanza de Tlatelolco y desvirtuar la noción falsaria --promovida por el poder político-- de que tal sucedido se registró en aislamiento contextual, surgido de la nada.

Surgido, cual aberración, de la nada –abisal vacío histórico-- y ajeno, por ende, a la interacción de las fuerzas (causas, vectores, efectos) del desarrollo de la humanidad que se rige por leyes universales del movimiento y el cambio, discernidas hace milenios.

Y es que desde Heráclito, el de Efeso, y luego en el Lacio –el país de los latinos, o sea Roma-- con Ovidio y el césar augusto Cayo Octavio, esas leyes del movimiento y el cambio han delimitado el alcance filosófico del ejercicio del poder político.

Octavio, personero del poder político romano hace dos mil años, fue consecuente. Y consecuentes –como congruencia-- fueron el propio Cuauhtémoc y los pueblos originarios que al arribo español a México y hasta hoy han luchado contra opresores.

III

Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría, ignaros de la historia, lisa y llanamente servían al conservadurismo bajo falsa pátina revolucionaria –el PRI se ostentaba espurio heredero de la Revolución Mexicana— y a su aliado, el imperialismo estadunidense.

Don Luis fue identificado por Philip Agee, exagente de la CIA en México, precisamente en 1968, como colaborador e informante de ésta desde su posición como secretario del despacho de Gobernación del entonces Presidente Diaz Ordaz.

El señor Echeverría “reveló” en libro reciente de Rogelio Cárdenas Estandía que el movimiento estudiantil-social de 1968 fue promovido y patronado por –no se sorprenda el caro leyente— el ¡comunismo internacional! De Cuba y la Unión Soviética, añadió.

Pero los mexicanos –los estudiantes al menos— identificaban en sus cánticos y lemas callejeros la vera naturaleza del movimiento, la de reacción popular, agórica, al autoritarismo atrabiliario, oscurantista, represor y, ergo, brutal, del poder político.


La XIX Olimpiada –realizada en México en ese 1968-- había concluido. La alba paloma de la paz emblemática de lo olímpico había volado. El ingenio popular compuso lo siguiente:

“Palomita de la Paz,
ya te vas,
dejas a Díaz Ordaz
pa´que nos chingue más”.

Los Díaz Ordaz –predecesores y sucesores— están vivos; es decir, activos. Felipe Calderón, un Díaz Ordaz redivivo, con los atributos monstruosos de un Echeverría, oprime y reprime en nombre de un poder político del Estado intolerante y oscurantista.

Lo descrito es trasunto de los componentes de la historia, discernidos con arreglo a la metodología y enseres del historicismo. El sucedido –la Matanza de Tlatelolco-- trae consigo, digamos visto historicistamente, un tesauro de moralejas. Lecciones.

Y enseñanzas, lo cual implica que el trágico episodio de 1968 tiene un atributo pedagógico insoslayable: la opresión de los pueblos de México persiste con trágico dramatismo y, en la dialéctica del desarrollo histórico, ocurren reacciones liberadoras.

Esas reacciones liberadoras son hoy acentuadas. El movimiento de 1968 y la fase actual --en muchas trincheras y teatros de operaciones y bajo guisas variopintas-- de las luchas históricas de los pueblos de México parece viviente, actuante. En el presente.

ffponte@gmail.com

www.faustofernandezponte.com

Glosario:

Agee, Philip (1935-2008): agente de la Agencia Central de Inteligencia, de Estados Unidos, y al defeccionar de éste, escritor. Autor del Libro Dentro de La Compaía: diario de la CIA”, en el cual consigna que el ex Presidente Echeverría era informante de la Agencia.

Agórica: relativa al ágora.

Artejos; junturas, coyunturas.

Cotilos: entresijos.

Historicismo: disciplina científica que acentúa la importancia de la historia en el destino del hombre y de la sociedad, para juzgar los hechos no por su valor intrínseco, sino en función del medio histórico en el que se desarrollan. Es una herramienta para entender la realidad social en un periodo histórico dado.

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