miércoles, octubre 14, 2009

El Generalísimo Morelos

Jorge Eugenio Ortiz Gallegos

“Donde yo nací, es el jardín de la Nueva España”. Así, orgullosamente se refirió José María Morelos y Pavón a la ciudad que dos siglos después los poetas evocarían con encendida ternura: “Ciudad color de rosa... ave posada en la mitad del valle... sus calles como pliegues de ala descienden a horizontes de cerro y serranías... sucumben los crepúsculos, haciendo arder en el dorado vértice canteras de geométricos perfiles”.
Catorce años después de la muerte de don José María, el nombre de Valladolid sería cambiado por el de Morelia, irregular pero cautivador patronímico.
El poeta michoacano Manuel Ponce describiría el oro del nombre de Morelia en estos versos de la ciudad encallada. “Porque todo se olvida cuando la muerte sabe..... Por eso y por la dulce mariposa prensada entre los libros, voy a decir, Morelia, Morelia luna lisa simple y sola”.
José María Morelos y Pavón nació el 30 de septiembre de 1765 y murió fusilado el 22 de diciembre de 1815, es decir, a los 50 años y 82 días de edad.
Según se sabe, “motu proprio” enseñaba a leer y escribir “a los niños indígenas que reunía por las tardes diariamente, en el pequeño solar entre los árboles”.
Cumplidos los 32 años, el 27 de diciembre de 1797 se ordena como presbítero y se dedica fundamentalmente al ministerio eclesiástico por los siguientes 13 años: como párroco interino del entonces poblado minero de Churumuco durante un año y cuatro meses, y como párroco provisional y luego propietario del curato de Carácuaro y Nocupétaro durante poco más de 12 años: “En la ribera asienta, / “pueblo del escribano”, Carácuaro sus melgas, / el puente centenario, / su soledad, / el escuálido arroyo. / Soldados borrachines / que celan nuestro paso / enmudecen hostiles / cuando frente a la estatua / -Solemnidad en bronce- / del General del Sur…” (v. p. 364, “Manifiesto al pueblo de Michoacán”, JEOG, Ed. Fimax Publicistas, 1984).
A los 45 años cumplidos en octubre de 1810, José María Morelos abandonó su curato y montando a su yegua se lanzó a la gloria hasta morir fusilado por la causa de la Independencia.
La conciencia sobre las injusticias del virreinato, las gabelas que pesaban sobre los humildes, la soberbia y el despotismo del poder español y la necesidad de quitar el mando a los europeos para que se quedase en manos de los americanos, era una conciencia generalizada entre los mestizos de alguna manera destacados en el servicio clerical, en el comercio y en los puestos secundarios del ejército.
Hombre de claroscuros, don José María se transformaría de repente con el fulgor del héroe a quien ha de aplicarse el decir de López Velarde en su evocación de Cuauhtémoc: “Único héroe a la altura del arte”. No sólo por su tino guerrero, jinete del certero mando y del corazón infatigable, ni sólo por su simultánea valencia de magnanimidad y de implacable contienda, sino por su apasionada concepción de una patria nueva, libre, independiente y ordenada.
Que la soberanía dimana inmediatamente del pueblo, que los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial están divididos en los cuerpos compatibles para ejercerlos.

e-mail: jodeortiz@gmail.com

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