lunes, diciembre 21, 2009

EDITORIAL

Año 8, número 3205
Lunes 21, diciembre del año 2009

El que hasta con tanquetas blindadas los militares hubieran escoltado el cadáver de Arturo Beltrán Leyva. Desde que los marinos lo acribillaron hasta su última morada, dio más la impresión de que tenían miedo de que resucitara y se saliera de su tumba, que ver que no hubiera habido desórdenes durante el sepelio.

Sin embargo no va a haber necesidad de que el “Jefe de Jefes” resucite para vengarse de quienes lo traicionaron y “balconear” a quienes a cambio de jugosas cantidades de dinero lo protegían oficialmente.

Pues como siempre se temió, nuestros soldados, expuestos al contacto de una sociedad corrupta hasta la médula, también se han corrompido.

Habrá que esperar a que se hagan públicas las conexiones del occiso con mandos civiles y militares para que se destape la Caja de Pandora, con la salvedad de que en estos tiempos difícilmente se podrá retener la esperanza.

Pero esto no es nuevo, que no se digan alarmados. Sucedió con el General Jesús Gutiérrez Rebollo, quien cedió a la corrupción, después de que tuvo que dejar en libertad a un capo por ordenes directas de Ernesto Zedillo Ponce de León.

Quien abiertamente protegió al cártel de Colima, comandado por los hermanos Amescua, especializados en metanfetaminas y otras cosas. Sin olvidar que hasta la fecha los mayores cargamentos incautados de cocaína han sido en Manzanillo.

Y pronto a los marinos les va a pasar lo mismo. La capacidad de corromper de los narcotraficantes, no tiene fondo. Si el de en medio no quiere, otro de más arriba aceptará.

Y finalmente, si nadie acepta, ahí están los jueces, que o aceptan dinero, o ven morir lentamente a sus familiares.

Hace décadas que en Colombia están viviendo ese problema y no lo han podido solucionar. Copiando las formas y los sistemas, tampoco podremos nosotros solucionarlo.

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