jueves, enero 07, 2010

La tercera revolución







http://www.youtube.com/watch?v=pmTYDJCRoAM

Por Ramón Alberto Garza

1810: El cura Miguel Hidalgo encabeza un alzamiento contra el monopolio fiscal que España impone a la colonia. Once años después es decretada la independencia de México.

1910: Francisco I. Madero se convierte en el caudillo de un movimiento antirreeleccionista para acabar con el monopolio político de Porfirio Díaz. Su asesinato despierta al "México bronco" en una revolución que culmina en 1929 con la creación del Partido Nacional Revolucionario (PNR), precursor del PRI.

2010: La sociedad mexicana está sometida a fuerzas que monopolizan el quehacer político y económico. La alternancia de partidos no es suficiente. La intranquilidad social va en aumento. La inseguridad, la corrupción y la impunidad son tres serpientes cuyo veneno inhibe el vuelo del águila.

Una nueva revolución luce inminente.

La pregunta es si esa revolución será pacífica, con un cambio de actitud y una refundación de la República que se geste por encima de los intereses que hoy paralizan a la nación...

O si será violenta, mediante la fuerza, con el alzamiento de los millones de desposeídos que no aciertan a garantizar su sobrevivencia en el presente, y mucho menos a apostar por un mejor futuro.

Veamos de la mano del escritor e historiador Francisco Martín Moreno la radiografía de las revoluciones que forjaron el México de hoy. Y con las reflexiones de los historiadores Patricia Galena, Enrique Serna y Alejandro Rosas, evaluemos las similitudes de las condiciones que nos permitan comprender los cambios que se avecinan. Analicemos...

LA TERCERA REVOLUCIÓN

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México está en la antesala de su tercera revolución.

A nadie escapa que los esquemas políticos, económicos y sociales que experimentó el país en el siglo 20 están agotados, caducaron. Ya no responden a las exigencias de los tiempos.

Las estructuras forjadas en el centralismo político que manipula la democracia y en las prácticas monopólicas de una economía que simula libre competencia, no dieron los resultados suficientes para cerrar la brecha social.

En el amanecer de 2010, 100 años después de la Revolución y 200 años después de la Independencia, se reciclan los vicios que provocaron aquellas revueltas y que hoy crean un caldo de cultivo propicio para el sacudimiento del sistema y, por ende, de la nación.

Los reclamos de la autonomía fiscal, que fueron el detonante de la Independencia, se espejean en el centralismo tributario de un gobierno federal insaciable, obeso e ineficiente.

Un gobierno que primero alimenta su elevada burocracia y luego utiliza los sobrantes para comprar las voluntades de los nuevos caudillos regionales, los actuales gobernadores.

Las exigencias de un sufragio efectivo, las mismas que detonaron el estallido de 1910, vuelven a estar vigentes frente a una partidocracia que con sus reglas a modo, secuestra al sistema político e impide que cualquier mexicano aspire a un cargo de elección. Tiene que ser bajo sus siglas, sometido a sus reglas.

Los asientos legislativos que deciden, los que tienen poder real, no se ganan en las urnas. Se pactan como plurinominales desde las cúpulas que están cooptadas por los poderes fácticos. Y los votos que deciden el triunfo en muchos casos no son los de los ciudadanos, sino los de los sindicatos que operan al servicio del mejor postor. ¿Quién representa en la actualidad a los mexicanos? ¿El Congreso...? ¿Quién escucha y acata sus deseos?

Un puñado de notables deciden, como si fueran amos y señores de la colonia o el porfirismo, el juego político, económico y mediático que les permite imponer sus condiciones por encima del interés público. Los beneficios son de los pocos que tienen más. Y los que pagan tributos fiscales o el sobreprecio de bienes y servicios son los muchos que poseen menos.

Y los desequilibrios se asoman en una nación que 100 años después de su gran revolución no es capaz de tejer, más allá de sus reciclados discursos, un horizonte de esperanza para sus desposeídos.

El padrón que en los últimos años ganó más adeptos no es el de los electores, o el de los emprendedores, o el de los creadores de riqueza, o el de una clase media en crecimient

Cien años después de la revolución que reclamaba la justicia social, uno de cada dos mexicanos está inscrito en la ignominiosa lista bajo el sello de "pobre". La viabilidad del país está en riesgo.

Más aún cuando existen dos poderes que se instalan por encima de los que en legitimidad deberían gobernar a la nación.

Uno es el poder del neoporfirismo. El dominio de una casta privilegiada que se entronizó en la política y en la economía tras 70 años de priismo. Una élite política y económica que cerró filas en torno al neoliberalismo salinista que hoy continúa imponiendo su voluntad en el quehacer nacional.

Los mismos nombres que se heredan los asientos legislativos, los mismos nombres que dominan los negocios públicos y privados , los mismos nombres que, instalados en cotos sindicales, cobran cara su protección. Otro es el poder del neovillismo. El de un puñado de bandoleros etiquetados como narcotraficantes, los miembros del llamado crimen organizado, que imponen su ley por encima del Estado.

Con la diferencia de que al menos Francisco Villa esgrimía una causa social para justificar su calidad de bandolero. Los neovillistas de hoy no solo compran al sistema en todos sus niveles.

Lo más doloroso es que corrompen la salud nacional promoviendo las adicciones.

Y la movilidad social, que fue el detonante del crecimiento y la consolidación de una clase media entre los años 50 y 80, está congelada. Se trabaja no para crecer ni para hacer patrimonio, sino para sobrevivir atrapados en una espiral de ciclos de crisis sobre crisis.

Y todo este proceso se da mientras que en las aulas nacionales se incuba la mediocridad y la resignación. El sistema educativo no es ni creativo ni productivo. Es una mal aceitada maquinaria de control político incapaz de preparar profesionistas mexicanos de clase mundial.

El modelo se agotó con Luis Echeverría en la Presidencia. Los primeros brotes de insurgencia se dieron con movimientos armados clandestinos que confrontaron el orden establecido. Pero el sistema se hizo de oídos sordos.

Ni José López Portillo ni Miguel de la Madrid pudieron rescatarlo. La frivolidad de uno y la medianía del otro apenas sobrevivieron a sus sexenios. Carlos Salinas de Gortari diseñó una revolución de instituciones con una visión que lucía casi perfecta.

Pero falló en la implementación. Y terminó atrapado en los mismos vicios del viejo sistema fincado en el control, la sumisión, la ignorancia y la corrupción.

Peor aún, las riquezas generadas por el amiguismo de su sexenio y las fortunas amasadas por los políticos de su administración son los dineros que hoy aceitan la maquinaria que blinda el statu quo que defiende sus privilegios.

El surgimiento de una incipiente neorrevolución zapatista y la moderna versión de una Decena Trágica, anticipada con los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, frenaron los avances modernizadores de entonces.

Las privatizaciones tan elogiadas por las élites nacionales e internacionales terminaron en manos de unos cuantos amigos privilegiados, y la crisis del postsalinismo, agravada en el sexenio de Ernesto Zedillo, trajo el efecto del Santa Anna neoliberal.

La banca, el territorio económico del sistema nacional de pagos, fue puesta en manos de extranjeros, un caso único en el mundo.

El petróleo mexicano terminó siendo procesado por las multinacionales, y la riqueza generada fue consumida por el gasto corriente de la burocracia.

Aunque Ernesto Zedillo entendió el signo de los tiempos y con el respeto al voto en la elección presidencial de 2000 despresurizó la intranquilidad generada por las crisis recurrentes, la transición política terminó abortada.

Vicente Fox quedó atrapado en los mismos temores de Francisco I. Madero. Sometido a los intereses que se negaban a ceder sus espacios para dar paso al nuevo modelo de nación y consultando el destino nacional en una ouija.

El horizonte esperanzador del "Sexenio del Cambio" se topó con la incapacidad presidencial para desmantelar la compleja red de intereses que, ante la falta de voluntad y decisión, volvió a manos de los salinistas.

Los modernos Limantour se adueñaron de la hacienda nacional, y los ejes del poder se mudaron de Los Pinos a los sindicatos, a los medios de comunicación, a los despachos de empresarios monopolistas y a las residencias de ex presidentes. A las de todos los beneficiados por el viejo sistema.

El secuestro de Felipe Calderón desde los favores electorales priistas para legitimar su triunfo lo obligó a ceder en las urgencias de los cambios de fondo, los que demandaban una revolución de las conciencias y una sacudida a fondo de los privilegios de las élites.

Y mientras tanto la nación está secuestrada por los monopolios privados, por los sindicatos oficiales, por los partidos políticos y por el Congreso de la Unión que le restan cualquier margen de maniobra para encausar a México hacia el progreso y la libertad que, sin duda, se merece al instalarse entre los grandes en el siglo 21.

Por eso, el año 2010 que hoy se inicia va más allá de una fecha simbólica. Porque, con otros nombres, subsisten los hacendados y los jornaleros.

Porque, con distintos ropajes, sobreviven los que sienten que la nación está escriturada a su nombre.

Una nueva revolución se hace indispensable para alterar el curso de una historia que se perfila con un final muy infeliz.

Cerrar los ojos a esta realidad es apostarle a un nuevo estallido, a un nuevo levantamiento sin control. Porque a diferencia de los tiempos de la Independencia y la Revolución, hoy están dadas las condiciones para gestar no un movimiento armado, sino una revolución de la conciencia nacional.

Un cambio real y sustantivo de la actitud nacional para concretar las reformas que rompan los cercos de privilegios políticos, económicos, sindicales y mediáticos que inhiben el desarrollo de un México urgido de recuperar su posición global, que hoy va en picada.

Es curioso que sin insurgencias ni confrontaciones, naciones latinoamericanas como Chile o Brasil, con gobiernos de izquierda, están logrando en pocos años una modificación real de sus sistemas políticos y económicos, con el positivo reflejo en el combate a la pobreza y en la recuperación de la esperanza en el ánimo nacional.

Por eso, Reporte Índigo invitó hoy a Francisco Martín Moreno, uno de los escritores e historiadores más leídos de México. Para hacer una evaluación de las condiciones que se vivían en 1810, las que se tenían en 1910 y las que prevalecen en 2010.

El autor de "México Negro" y "México Mutilado" también dialogó sobre las peculiaridades de los movimientos insurgentes y las condiciones en las que actualmente vivimos con tres historiadores de primera línea: Patricia Galeana, Enrique Serna y Alejandro Rosas.

Te convocamos a que en los albores del bicentenario de nuestra Independencia y del centenario de la Revolución, reflexionemos juntos sobre dónde estamos y a dónde queremos llegar.

Sobre cómo aprovechar las vastas riquezas naturales, las inmensas extensiones agrícolas, los bosques, litorales y mares, para generar la riqueza suficiente que rescate de la miseria a millones de compatriotas.

Pero ante todo, a intentar debatir lo que es necesario hacer para evitar que se repita el ciclo violento que dominó en los últimos dos siglos. Todavía estamos a tiempo de cambiar la historia.

PARA VER REPORTE INDIGO AQUI.

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