lunes, abril 12, 2010

La Columna del Director. La Verdad -- diarios.

Por Fausto Fernández Ponte





De Cárceles y mea Culpas…

12 abril 2010
Buen día, Lector: México es un país “oficialmente” en paz; es decir, aquí no sufrimos la presencia de una fuerza invasora u ocupante –como sucede en Afganistán e Irak, países en los que la población civil se defiende de soldados de Estados Unidos--, pero… si estamos en paz también estamos en guerra de fragores brfutales.

Curioso fenómeno dicotómico extraño. Hay paz –nos lo dice machaconamente, día y noche, el Presidente de Facto, Felipe Calderón, “elegido” por los menos y no por los más-- , pero también hay guerra muy sangrienta. Quizá lo apropiado seria decir que hay una paz sanguinolenta. ¿Tiene sentido ello, Lector?

Por supuesto que no. Es parte de la arquetípica y muy proverbial simulación mexicana. Simulamos que somos y/o lo que no somos. Hasta simulamos que simulamos, lo cual es un colmo. Nos engañamos a nosotros mismos por partida doble; ignoramos luego nuestro autoengaño, situados en el vórtice mismo de ser y no ser.

Vivimos, pues, como se ha dicho que vivía Zamná, la deidad de los antiguos mayas: entre espejos negros. Pero en el altiplano mexica, Tezcatlipoca, deidad nahua, vivía en los espejos de humo precisamente negro. La ambivalencia del mexicano deviene de esa experiencia mítico-histórica: ser o no ser, aparentar ser o no. Estamos en guerra…

Pero no estamos en guerra; tampoco estamos en paz, pero pretendemos –simulamos—estar en paz. No en vano Cantinflas surgió en México. Y no en vano entendíamos su jerga, pues todos no sólo hablamos como él, sino que pensamos como él. Por eso, tras más de tres años de guerra y casi 20 mil muertos todavía no estamos en guerra fraticida.

La guerra está allí, viva, coleando, con sus miles de muertos –niños y adolescentes y mujeres inocentes incluidos— y heridos, con sus secuelas horribles que impactan la psique colectiva y dejan huella indeleble en el alma nacional. Guerra entre mexicanos. Muchas viudas, muchos huérfanos, incontables madres sin hijos.

A éstas alturas de la guerra antójase irrelevante quién la causó o quiénes la hacen; lo atinente es hallar la forma de detener esa brutal sangría que no conduce a nada, sino sólo a la anarquía –ya instalada entre nosotros— y el caos. Cierto es que el Ejército se está replegando de Ciudad Juárez, pero lo sustituye otro cuerpo vestido de policía.

Los mismos, pues, pero con otro uniforme, comandados ya no por el general Guillermo Galván, sino por Genaro García Luna, personaje de talante tan siniestro como el del mílite, ese que informó hace unos días a los diputados que los soldados estarán en las calles una década más. ¿Mensaje? Más violaciones de derechos humanos.

Esto nos lleva a las iniciativas de reformas constitucionales aprobadas por el Senado de la República el jueves pasado, 8 de abril, para “darle dientes” –o poder coactivo— a la Comisión Nacional de Derecho Humanos y, de esa guisa, reforzar la vigencia de los derechos humanos en México.

Los senadores Pablo Gómez y Ricardo Monreal lo dijeron con elocuente nitidez: vamos a quitarle a las Fuerzas Armadas la licencia para matar. ¿La respuesta del señor Calderón? Cambiarles el uniforme a los militares: de soldados a policías. Las reformas constitucionales son loables y necesarias, pero hace falta algo mas: cárcel a sus jefes.

Y entre sus jefes incluiríamos nada más ni nada menos que su propio comandante supremo, el citado señor Calderón, sobre cuya conciencia deben pesar, y con mucha densidad, los casi 20 mil muertos y el dolor de miles de madres y viudas. Quizá el confesor de don Felipe le ofrezca por penitencia algo más que un “mea culpa”.

Esperamos, sí, que además de no sabemos cuántos “Pater Noster” el anónimo confesor –tan agobiado, pensamos, por las culpas de su confesante-- le dijere “Renuncia, hijo mío; no vale la pena que agravies más a Dios; le será difícil que te dé su perdón…” Esperamos que el confesor no sea Norberto Rivera Carrera.

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