viernes, abril 23, 2010

Revoluciones con fecha de caducidad

Barómetro Internacional

Ricardo Daher

Los medios de comunicación occidentales han sido generosos en otorgar colores o nombre a los procesos de cambio políticos en las ex repúblicas soviéticas, siempre y cuando se apartaran de la influencia rusa y adoptaran el modelo capitalista. Sin embargo, como las mercancías, estos procesos de cambio parecen venir con fecha de caducidad. A los pocos años pierden impulso y la gente cansada de que no resuelvan ni cumplan lo prometido, los expulsa del poder.

En ese proceso los líderes de esos cambios denominados “pro occidentales”, o a veces sólo “democráticos” porque adaptaban el modelo impulsado por Estados Unidos y Europa, contaron con el apoyo de toda la maquinaria propagandística, y fundamentalmente, con respaldo político y económico de las grandes potencias.

Lo malo para estas nuevas repúblicas es que llegaron muy tarde al reparto de poder e influencia en el mundo capitalista, y sus destinos eran y es estar dependiente de las potencias. Al parecer Rusia por su tamaño y poder económico, y Bielorrusia, lograron desarrollarse de manera más independiente dentro del modelo capitalista. Por lo mismo, todavía siguen siendo considerados “enemigos” de occidente y siempre aparecen como los villanos en las relaciones internacionales. Al extremo que en las noticias sobre los sucesos en Kirguistán, la prensa europea definía a la agencia de noticias rusa “Tass” como soviética. No es un anacronismo involuntario, sino un detalle más de la propaganda que pretende que occidente sigue pensando en Rusia como el viejo enemigo soviético.

Así, las revoluciones de colores o floridas de las ex repúblicas soviéticas han fracasado prácticamente en todos los países en asegurar un desarrollo sostenido para todos sus habitantes, y ya en muchos de esos países, otros procesos políticos están sacando o cuestionando severamente a los líderes de las “revoluciones”.

La Revolución Naranja

Una de las más publicitadas fue la “revolución naranja” en Ucrania. En noviembre de 2004 la oposición cuestionó los resultados de las elecciones presidenciales y exigieron la repetición de los comicios y la renuncia del primer ministro Viktor Yanukovich. La Unión Europea y Estados Unidos denunciaron también el supuesto fraude electoral y dieron su respaldo a la oposición. Los partidarios del dirigente opositor Viktor Yushchenko, y de su aliada Yuliya Tymoshenko, ocuparon las calles de Kiev con banderas color naranja hasta que el Tribunal Supremo ordenó repetir las elecciones que finalmente ganó Yushchencko.

El nuevo presidente eligió a su aliada como primer ministro, pero meses después la destituyó ante el cúmulo de denuncias de corrupción. Ucrania comenzó a navegar en la indecisión, a aumentar sus problemas económicos tras el enfrentamiento con Rusia por el precio del gas y por el cobro de peaje al gas ruso hacia Europa a través de su territorio.
Finalmente, el pasado mes de febrero, en nuevas elecciones, el cuestionado Viktor Yanukovich ganó las elecciones presidenciales sepultando la “revolución naranja”.
«Le dimos todo el poder a esas dos personas y fue un gran, gran desacierto porque ninguno de ellos usó su poder para hacer nada por la gente», comentó una trabajadora a la agencia británica Reuters que con ello hizo su resumen de la situación.

La Revolución de las rosas

Otra de las revoluciones promocionadas en occidente fue la denominada “revolución de las rosas” en Georgia, en noviembre de 2003. También con acusaciones de fraude en las elecciones, fue obligado a renunciar el entonces presidente Eduard Shevardnadze, el ex canciller soviético de la última etapa de la “glasnot” de Gorbachov.

Los manifestantes partidarios del opositor Mijail Saakashvili irrumpieron en el edificio del Parlamento en la capital, Tbilisi, y ante la pasividad de la policía y del ejército, el presidente Shevardnadze dimite. En enero de 2004 Saakashvili gana las elecciones presidenciales. Para entonces, Saakashvili tenía apenas 46 años, y títulos de economía de la Universidad de Kiev y master posteriores de las universidades de Columbia de Nueva York y de Geroge Washington en Washington.

Occidente aplaudía a cuatro manos. Un economista formado en sus universidades, considera un radical en sus deseos de cambiar Ucrania al modelo liberal, subía al gobierno con un amplio respaldo.

Sin embargo, el economista pro norteamericano no logró mejorar la situación de su pueblo, y por el contrario llevó a su país a una confrontación militar –aunque limitada aún- con Rusia, en su afán de llevar la Alianza del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) lo más cerca del territorio ruso. En una maniobra peligrosa, y contando con el apoyo de Estados Unidos, el presidente georgiano intentó ocupar por la fuerza y someter los territorios de la región separatista de Osetia del Sur que, entonces contaron con la ayuda rusa para detenerlos.

La popularidad del presidente georgiano cayó en picada tras la desastrosa guerra con Rusia en agosto de 2008 y su incapacidad para implementar las reformas prometidas después de la revolución que lo llevó al gobierno.

El presidente goergiano no oculta su admiración por occidente y ha puesto en los edificios públicos la bandera de la Unión Europea, de la que no es miembro, y ha denominado a la avenida que lleva al aeropuerto internacional, George W. Bush, en honor del ex presidente norteamericano. Saakashvili en tanto quiere acelerar el ingreso de su país a la OTAN, y le ha puesto fecha a ese deseo, 2012.

La Revolución moldava

La “revolución” más reciente está también inserta en graves problemas. En abril del pasado año, la opositora Alianza para la Integración Europea (AIE), definida como “pro occidental” por la prensa europea, cuestionó las elecciones parlamentarias ganadas por los comunistas en Moldavia. Las acusaciones de fraude derivaron en una revuelta sangrienta en la capital, Chisinau. La rapidez de los sucesos no le dio tiempo a los publicistas en encontrarle un nombre florido al levantamiento. Con el respaldo internacional, la oposición logró que se repitieran los comicios en julio de 2009.

La AIE derrotó a los comunistas en los comicios pero no pudo lograr la elección de su candidato a la presidencia, Marian Lupu, al contar sólo con 53 escaños, ocho menos de los necesarios para lograr una mayoría cualificada de tres quintos del total de 101 parlamentarios.

La presidencia fue asumida provisoriamente por Mihai Ghimpu de la Alianza hasta que se decida a convocar a nuevas elecciones parlamentarias, lo que se ha venido demorando innecesariamente. Sin embargo, la Alianza está promoviendo una reforma de la Constitución que podría permitir la elección del presidente por una mayoría simple del parlamento.

Los comunistas moldavos han mostrado su frontal oposición al plebiscito constitucional y, en señal de protesta, han boicoteado las sesiones del legislativo. Consideran que la convocatoria de un plebiscito constitucional permitiría que la actual coalición gobernante se perpetúe en el gobierno, lo que supone una «usurpación del poder».

El gobierno moldavo informó de que la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, envió una carta al primer ministro, Vladimir Filat, en la que respalda las reformas políticas y económicas iniciadas por la AIE.

Está previsto que la consulta popular se celebre antes del mes de julio y para que la reforma constitucional salga adelante debe recibir el respaldo de más del 50 por ciento de los votos.
Mientras, organismos de derechos humanos denuncian que el gobierno de Moldavia ha comenzado a restringir la libertad de prensa. El principal motivo de las protestas es el fracaso de la democracia en un contexto de mayor control y creciente estabilidad política bajo un régimen cada vez más autoritario.

ricardher@gmail.com

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