miércoles, junio 30, 2010

Columna Asimetrías. Las Elecciones y el Contexto

Por Fausto Fernández Ponte


30 junio 2010
ffponte@gmail.com
“Guerra sucia es condenar a 112 años de prisión a los defensores de la tierra por el delito de ´secuestro´”.

Enma Díaz Ruiz.

I

El asesinato de Rodolfo Torre Cantú, en emboscada y en matanza (con seis víctimas fatales), es la descripción objetiva misma no de un hecho execrable, sino de nuestra realidad política, en coyunda con las realidades económica, social y cultural de México.

Esa es una realidad de espeluzno, fuese y fuere aceptada o no, concientemente, por la ciudadanía, la que, representando a la población general, votará o se abstendrá de hacerlo el domingo próximo. Se nos dice sofisteramente que votar es la democracia.

Y, al así preconizarlo los personeros del poder político, plutocrático, del Estado mexicano y sus patrones, las mega oligarquías mexicanas y trasnacionales, se desestima con intención aviesa el contexto nacional y los entornos locales.

El entorno, bien podría decirse, es de violencia. Pero la violencia es una manifestación –una consecuencia, pues— y tiene causales muy localizadas, aunque no registradas ni mucho menos identificadas por no pocos de los que votarán o no.

La violencia tiene expresión dramática, espectacular diríase, en todos los órdenes y ámbitos y espacios físicos y mentales de México. Es violencia económica, política, social y cultural. La cultura de la violencia permea la dermis y el tejido familiar.


II

Empero, millones de mexicanos no se dan por enterados de las manifestaciones de violencia en su rededor e incluso en sus vidas personales mismas. Otros millones –tal vez los más— prefieren ignorar, por cualesquier razones, esa violencia.

La violencia económica, política, social y cultural prevalecía, omnipresente, en los prolegómenos del siglo XX –bástele al leyente abrevar en los textos periodísticos de la época y de los historiadores— y devino, sábese, en un proceso político reivindicatorio.

Lo mismo ocurrió en 1810. Desde años antes a esa fecha icónica y epopéyica, no sólo en la Nueva España, sino en toda la América colonial hispánica, la violencia económica, política, social y cultural prevalecía imparable.

Y, en ambos casos, esa violencia agraviaba a los pueblos americanos consquistados, sometidos y colonizados por la potencia imperial, la de España. Pero en 1810, como en 1910, los levantamientos reivindicadores beneficiaron a las clases sociales dominantes.

Así, movimientos telúricos –de amplia y profunda respuesta popular que le dieron raigambre y peculiaridades propias y personalidad histórica a las demandas reivindicatorias— signaron el “continuum” mexicano. Ese proceso no ha cesado aun.

III

Un epítome de la experiencia de 1910 que, si bien es anecdótica, no es irrelevante: la posesionaria de las minas en Sonora, sobre todo en Cananea, era una familia de apellido Larrea, cuyos descendientes aun explotan esas vetas cupríferos y a los mineros.

Más allá del epítome, la realidad cruda: los agraviados somos los mismos de 1810 y 1910, con diferencias cualitativas y cuantitativas emblematizadas en el insoslayable demográfico y tecnológico. Hoy es más fácil dominarnos mediante inducción masiva.

Cierto. Somos los mismos que equívocamente optaremos, sin información veraz a la mano e inducidas nuestras conductas políticas por el empleo hábil de los medios de control social, por ratificar a nuestros propios verdugos y opresores. ¡Arriba el PRI!

Pero si el PRI nos metió en éste statu quo tan terrible –por opresor— simulando una fallida transición a la democracia (ésta no existía ni existe ahora) al cederle al PAN la cornucopia del poder político del Estado, los priístas tienen que sacarnos del aprieto.

Más no nos hagamos ilusiones. Un voto emocional –motivado por el asesinato de Torre Cantú— o inducido por una despensa o 500 pesos a favor del PRI es continuar peligrosamente la violencia aunque, eso sí, tricolor y no blanquiazul.

ffponte@gmail.com

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