miércoles, agosto 25, 2010

EDITORIAL. La medicina, un sucio negocio.

Año 8, número 3452
Miércoles 25, agosto del año 2010

“Alimentar a un enfermo, es alimentar la enfermedad”. Hipócrates.

Sin poder omitir que el promedio de vida de los seres humanos se ha alargado por las vacunas que, ciertamente han evitado muchas muertes infantiles que la propia Naturaleza hubiera cobrado obedeciendo sus propias Leyes en donde solo sobrevive el más fuerte.

Supervivencia (forzada, podría decirse) con altos costos; pues somos una humanidad enferma y decadente (aceptarlo es duro) que representamos un peligro, una amenaza para el Planeta.

Reduciendo a ese excelso y casi perfecto ser, el non plus ultra, dirían los enterados (otros dirían que hecho a imagen y semejanza de Dios) a una plaga inconscientemente ponzoñosa, capaz de destruir todo lo que se encuentra a su paso y forjar su propio fin.

Hemos sabido de especies que se han extinguido, o las hemos extinguido; pero no pasará mucho tiempo antes de que seamos la primera especie que se auto extinguió. Lo que no habla muy bien de una decantada inteligencia.

Entre muchas otras cosas poco inteligentes que tenemos los hommo sapiens, sapiens, es que somos el único animal que acude al médico.

Todos los demás se curan con plantas que sus padres les enseñaron a comer cuando estaban enfermos (cuestión de educación) ¡¡y se curan con AGUA!!

Los animales en cuanto se enferman, dejan de comer y solo toman agua.

Los mineros chilenos llevan casi 20 días y están vivos. Los haitianos que rescataron 28 días después del terremoto, sorprendieron a los médicos de la ONU por el excelente estado en que se encontraban.

Pero eso no conviene que se sepa. La salud, obligación del Estado proporcionarla de forma gratuita, por supuesto, se ha entregado a la IP y se ha convertido en un sucio negocio.

El que en el hospital “Ángeles”, propiedad de Olegario Vásquez Raña, que también le hace de corruptor de periodistas, cuando menos según su empleado Pedro Ferríz de Con, la comida de los clientes, perdón, de los pacientes del afamado nosocomio, es, literalmente, “a la carta” (tienen cheff y toda la cosa)

La que debe ser autorizada por el “facultativo” y puede ser de caldito de pollo, o carne guisadita, o sopita de pasta, desde luego sin grasa.

Lo que hace evidente que en aras del negocio, del dinero, poco o nada se aplican de los conocimientos del Padre de la Medicina.

Una torunda (una bolita de algodón con alcohol) según nos informa un ex paciente que por razones obvias no damos su nombre y que tuvo la acuciosidad de revisar su cuenta, cuesta 25 pesos, una jeringa 50. Y pagó por una inyección que en la caja decía 115 pesos, quinientos.

Si hay un sistema que hay que cambiar de inmediato, es el de salud. Somos un pueblo enfermo en manos de (buitres sería ofensivo para tan nobles animales) gente que comercia con la salud. Y eso tiene que acabar o estaremos condenados a jamás crecer.

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