miércoles, agosto 25, 2010

Un pueblo a cambio de una refinería

La indefinición en la construcción de la Refinería Bicentenario detona el conflicto entre los ejidatarios, quienes fueron persuadidos para vender sus tierras para materializar el proyecto energético de Felipe Calderón: se les imbuyó la idea de que serían contratistas de Pemex y a ello destinaron sus recursos. Hoy no tienen tierra ni empleo, mientras su capital fue invertido en maquinaria sin uso.

Atitalaquia, Hidalgo. En junio de 2009, levantaron la última cosecha, la del tiempo de aguas que es la mejor del año: frijol, trigo, avena, cebada, calabacita, tomate, chile verde, nabo y alfalfa. Luego, los campesinos del polígono que forman Atitalaquia, Tlaxcoapan y Tula fueron persuadidos de vender sus tierras para la Refinería Bicentenario a cambio de convertirse en contratistas y franquicitarios de Petróleos Mexicanos (Pemex), el sueño de cualquier empresario.

Ellos nada saben de licitaciones ni de la normatividad en las contrataciones que hace el gobierno, y nadie les informó que, por ley, la obra deberá someterse a concurso, donde las compañías prueben su capacidad técnica, experiencia y respaldo económico. Ellos sólo saben que les prometieron trabajo inmediato, excavando, acarreando, nivelando, levantando ladrillo a ladrillo la nueva refinería. De manera que en cuanto recibieron el pago por sus tierras, ultimaron la compra de camiones de volteo, excavadoras, grúas y trascavos con los que las concesionarias los engancharon cuando aún se discutía el precio de los ejidos.

Les dijeron también que sus hijos ingresarían a Pemex, donde el salario más bajo ronda los 10 mil pesos mensuales, muy tentador para la región donde el sueldo del 61 por ciento de la población económicamente activa (PEA) no rebasa los dos salarios mínimos. Y quien quisiera incluso podría instalar su propia gasolinería. Un promisorio futuro en un Hidalgo que ocupa el quinto lugar de marginación del país.

Una vida de ensueño en el estado donde una de cada cuatro personas vive en pobreza alimentaria; una de cada tres no puede cubrir sus necesidades básicas de alimentación, educación y salud; y una de cada dos vive en pobreza patrimonial, según cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo.

Pero el sueño no acaba de cuajar. Las 700 hectáreas que Pemex demandó para el proyecto, disputado en una loca carrera entre Guanajuato e Hidalgo, yacen hasta hoy sin uso alguno, al igual que la maquinaria que los ejidatarios compraron para enrolarse en la industria petrolera.

Con su inversión ociosa, los campesinos comienzan a dudar si la Bicentenario será otra de las promesas incumplidas de Felipe Calderón. Si en términos energéticos equivaldrá al Proyecto Fénix de Vicente Fox: sólo papel y palabra. Los atormenta pensar que recién concluyó el mejor temporal –donde invierten poco y cosechan mucho? y ellos no levantarán una sola mazorca.

“Todos nos esforzamos. Dejamos la tierra porque nos dijeron que llegarían las obras, el desarrollo, el progreso, por eso invertimos todo el dinero en maquinaria”, explica Óscar Ramírez, ejidatario de Dendhó, uno de los tres pueblos de Atitalaquia (los otros son Colonia Dendhó y Cardonal) que aportaron 520 de las 700 hectáreas que comprende el polígono de la Refinería Bicentenario.

Hasta hoy, la donación de estas tierras a Pemex no ha traído el anunciado empleo, por el contrario, dejó sin empleo a cientos de jornaleros de Hidalgo, Tlaxcala y el Estado de México, que de manera temporal se enrolaban a la siembra, barbecho y cosecha, contratados por los ejidatarios.

Hace unas semanas que las oficinas ejidales se han convertido en despacho de quejas y confesionario de penares. El dinero se esfuma, la tierra es intocable, el trabajo no llega. Los campesinos pasan de la molestia a la desesperación; se dicen timados. “Parece que de nuevo fuimos engañados”, expone el comisariado ejidal Valentín Montoya Cerda.

En su oficina, mientras intenta colgar en la pared un póster color sepia del general Emiliano Zapata empuñando un fusil, Valentín Montoya advierte que ante la indefinición del gobierno federal en la obra, pasarán a una etapa de movilización: manifestaciones y plantones en la ciudad de México, ante Pemex y la Presidencia. “Porque aquí –subraya? se está creando un conflicto social”.


Dendhó, sueño amargo

Los lugareños hacen eco de la advertencia de Montoya. En realidad, los problemas llegaron aparejados con la asignación del proyecto: desconfianza y codicia entre quienes venderían y los que no. Entre quien podría ver de junto la herencia de los bisabuelos y abuelos, y quizá tumbar la casita de barro encalado para levantar una de tabique macizo con todo y su herrería de aluminio, o cambiar el televisor por una pantalla, o la troca por un carro último modelo. Y a sólo unos metros, el vecino que, simplemente, seguiría igual.

Mogotes y arcilla

A escasos 20 kilómetros del polígono destinado a la Bicentenario, en el municipio Tula de Allende, se ubican los restos de la capital del estado Tolteca, civilización que entre los siglos X y XII dejó una marcada influencia en los pueblos precolombinos del Sur-Sureste de México y hasta Nicaragua y El Salvador.

Después de que el gobierno de Hidalgo había formalizado la entrega de los terrenos al jurídico de Pemex, el delegado del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Miguel Ángel Carvaeo Chávez, anunció que en dichas tierras también había presencia de vestigios arqueológicos. Habló de un complejo de 15 basamentos de la cultura teotihuacana en 200 de las 520 hectáreas correspondientes a Atitalaquia, en el área conocida como el Chingú.


Retomar las tierras

A los ejidatarios les molesta recordar el engorroso proceso de venta: el estira y afloja en el precio, los cálculos algebraicos del ingreso en efectivo a corto plazo contra el ingreso de la venta de la cosecha dos veces por año, y la tenencia de la tierra que parecía invaluable. El dilema de los viejos de que “la tierra no se vende, la tierra se defiende” contra la impaciencia de los hijos y nietos de querer estrenar carro, de apalabrar la boda, de hacerse de un guardaropa, de comprar los aparatos electrónicos con los que siempre soñaron.

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