jueves, octubre 28, 2010

EDITORIAL. De Educación y Salud.

Año 8, número 3516
Jueves 28, octubre del año 2010


Los tres pilares fundamentales sobre los que se formaron las sociedades fueron la seguridad; ya que en torno a quien pudiera defenderlos, generalmente el hombre más fuerte, se comenzó a formar la comunidad.

Llegaron a un arreglo: “Tú nos defiendes de los agresores, animales u otras tribus, y nosotros te proveemos de lo necesario”.

Al hombre fuerte se le unió el curandero como personaje importante dentro de la naciente sociedad, persona que conocía de plantas y remedios generalmente transmitidos de boca en boca y que adquiría su poder regresándoles a los ciudadanos la salud.

También sus necesidades eran cubiertas por los ciudadanos, en un “Tú nos curas y nos defiendes de las enfermedades y nosotros te proveemos de lo necesario”.

A este segundo personaje se le agregó el sabio, generalmente el más viejo de la comunidad, al que acudían todos para conocer las tradiciones de la comunidad y para recibir consejos e indicaciones. Eran los guías.

Pero de los tres, el más importante era sin duda el curandero, que posteriormente se convirtió en brujo. En un charlatán que, para disfrazar su ignorancia y conservar el poder, comenzó a responsabilizar a las fuerzas del mal y a decir que tenía comunicación con esas y otras fuerzas del bien. Ya podemos suponer en lo que finalmente se ha convertido.

Pero hoy el hombre fuerte no cumple con su encomienda a pesar de que se le sigue manteniendo y cada vez pide más dinero. El curandero ha tirado la toalla. Ya no va a dar medicamentos y al rato tampoco va a dar consultas, todo lo encarga a la IP. Somos una Nación de enfermos; y eso es grave, muy grave, porque de una pueblo enfermo no puede esperarse mucho.

El hombre sabio, el que daba consejos y encaminaba a los integrantes de la comunidad, brilla por su ausencia. Sigue dando consejos, pero da malos ejemplos.

De una Nación como la nuestra, en donde la salud es de tercera, la educación de quinta y la seguridad no existe, no puede pedirse que todo lo demás funcione; por eso se dice del Estado fallido.

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