martes, septiembre 13, 2011

De cómo abdicó de su padre, del panismo y de la ética…

Militante del PAN de 1945 a 1991, Jorge Eugenio Ortiz 
Gallegos fue protagonista y testigo de la evolución de ese partido, fundado por Manuel Gómez Morín. Amigo personal de Luis Calderón Vega, padre del presidente Felipe Calderón, asegura que el actual mandatario pasará a la historia como un neopanista pragmático que sacrificó los valores éticos del partido con tal de conseguir el poder sin importar los costos. La editorial Grijalbo está por poner en circulación la obra póstuma del ensayista y poeta, La mancha azul, en la que retrata a varios de los personajes que, encumbrados a través del panismo, dieron la espalda a la doctrina que alentó a una sacrificada militancia de oposición por más de cuatro décadas. Con autorización de la editorial, proceso.com.mx reproduce fragmentos del libro.
Felipe Calderón. El extraviado....



MÉXICO D.F. (Proceso).- Después de su renuncia en 1981, seguí en contacto por correspondencia con Luis (Calderón Vega) y lo visité varias veces en su casa en Morelia. Desde Kenya le mandé una fotografía donde aparece mi guía Kikuyo, mostrando uno de sus libros, tal vez Retorno a la tierra. El 14 de febrero de 1984 me escribió que le habían amputado una pierna, pero se encontraba con la misma vida espiritual. Murió en 1989, aquejado por hemiplejías que fueron impidiéndole la movilidad, hasta el extremo de ser conducido en silla de ruedas.

No he podido encontrar su libro Carta a mis hijos. El cisma del PAN 1975. En carta manuscrita del 20 de marzo de 1984, me decía: “No sé si me atreva a publicarlo, pues pienso que hacerlo perjudicará más las posibilidades de mis hijos panistas”.
En enero de 1991, una vez terminados los asuntos del orden del día de la junta del Comité Nacional del PAN en las oficinas de la calle de Ángel Urraza, Luis H. Álvarez presentó la propuesta, que hicimos varios miembros del comité, de hacer un homenaje a don Luis Calderón Vega, muerto dos años antes.
Felipe Calderón Hinojosa, que no tenía derecho de estar en el Comité Nacional, ya que como jefe de la juventud panista debió de retirarse a los 26 años, golpeó la mesa inmediatamente para lanzarse contra las personas sugeridas para hablar en el homenaje: José González Torres, quien había sido presidente del partido y candidato a la Presidencia de la República, y Jorge Eugenio Ortiz Gallegos, que había sido por todos conocido como el gran amigo de Luis Calderón Vega.
Varios miembros del comité insistieron a Felipe que el homenaje a su padre era necesario para rendir tributo al gran panista que fue, aunque hubiera renunciado al partido en 1981. Felipe volvió a golpear la mesa cuando habló el diputado Fernando Canales Clariond tratando de convencerlo. Luis H. Álvarez dio por terminada la sesión.
Inmediatamente apareció doña María del Carmen Hinojosa viuda de Calderón, que había estado escuchando todo en la sala de espera del partido, y me abrazó. Todos los miembros del comité le fueron dando, uno a uno, el pésame.

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El fundador del Yunque, Ramón Plata Moreno, fue asesinado en 1979, y quedó como dirigente David Díaz Cid. Entrenaba a los jóvenes con un lenguaje y requisitos extraños, como si fueran un grupo militar, en vez de cívico. Organizaban huelgas en la Universidad de Puebla antigua, muy cerca de la oficina que yo tenía instalada en los bajos de la calle de Arronte. Los antiguos fundadores del PAN en Puebla, encabezados por los hermanos Jesús y David Bravo y Cid de León, estaban en contra de los muchachos pertenecientes al Yunque. Y, en 1987, yo viajaba un sábado al mes a la ciudad de Puebla para dirimir diferencias entre los dos grupos.
De acuerdo con Luis H. Álvarez, presidente del PAN, se fijó un sábado para celebrar la asamblea general que eligiese al comité panista en la ciudad de Puebla. Debían participar únicamente los miembros del partido. Pero, el día de la elección, se presentó Luis H. Álvarez y dejó que entrara una fila invasora de muchachos que no estaban en el padrón. Traté de evitarlo, pero me llamó la atención diciendo: “Jorge Eugenio Ortiz no tiene autoridad en esto. Aquí el que manda es el jefe del partido, que soy yo”.
Así se consumó el control del Yunque en Puebla.

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Como miembro del Comité Ejecutivo Nacional (CEN), recibí el encargo de entrevistar al licenciado Luis Felipe Bravo Mena a mediados de 1987, entonces analista de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex). Luis H. Álvarez quería contratarlo como ideólogo del PAN. No aceptó, alegando que no podíamos pagarle lo que ganaba en la Coparmex y que el PAN no tenía futuro político, porque el pueblo se había cansado de idealismos.
No sólo eso. En el boletín de la Coparmex a su cargo, escribió textualmente:
“La clientela electoral del PAN ya se aburrió del discurso panista. Ya no motiva la denuncia del fraude, la corrupción y la crisis. La nueva dirigencia nacional del PAN resultó ‘anticlimática’, y se ha producido gran confusión entre sus militantes. Los resultados prácticos de las batallas de 1985 y 1986 dejaron muy lastimada la moral de ese partido, y el nuevo CEN ha dejado que ese desánimo cunda entre activistas y simpatizantes.”
Sin embargo, poco después aceptó recibir dinero que no provenía de la tesorería del PAN y trabajar como asesor ideológico de Manuel Clouthier, candidato del PAN a la Presidencia de la República (1988). Fue después candidato a la presidencia municipal de Naucalpan (1990), diputado federal plurinominal (1991-1994), candidato a gobernador del Estado de México (1993), senador (1994-2000), presidente del partido (1999-2005), embajador ante la Santa Sede (2005-2008) y ahora secretario particular del presidente Felipe Calderón. Tenía razón: el PAN se había cansado de idealismos.

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Federico Ling Altamirano fue un gran amigo mío en la diputación de la Legislatura 1985-1988. Estuvo al margen de los cabestreos de su hermano Alfredo, jefe del PAN en Guanajuato y miembro del Yunque. El 9 de octubre de 1987 tuve un accidente en mi automóvil, cuando iba de Abasolo para entroncar rumbo a Irapuato, y quedé inconsciente, con la cabeza rota, a la orilla de la carretera.
Alfredo, como un buen samaritano que pasaba, se detuvo, me recogió y me llevó a la casa de un amigo panista y médico que me atendió y me puso una venda en la cabeza. Pero no se volvió a acordar de mí ni reportó el accidente al partido.
El que me llamó por teléfono fue Carlos Salinas de Gortari, en ese entonces secretario de Programación y Presupuesto. Me preguntó cómo me sentía y le contesté que estaba reponiéndome. Mencionó que un amigo le había informado del accidente y que podía contar con él.

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¿Cómo es que Luis H. Álvarez, el de las caminatas y el ayuno al estilo Gandhi, había llegado a alcalde de Chihuahua en 1983? No una, sino muchas veces había figurado como candidato a alcalde, diputado y a senador, con resultados adversos. Súbitamente, en julio de 1983, se reconocieron en Chihuahua siete ayuntamientos y cuatro diputaciones locales al PAN.
Miguel de la Madrid estaba en su primer año de gobierno, después de haber hecho una campaña por “la renovación moral de la sociedad”; y, en el estilo sexenal del PRI, el presidente siempre pretendía aparecer como demócrata en los inicios de su gestión. Pero, además, ha de tenerse en cuenta que, unos meses antes, en diciembre de 1982, Ciudad Juárez fue el escenario de una reunión cupular de empresarios irritados y decididos a enfrentarse al régimen que en septiembre de 1982 había expropiado la banca.
En el hotel Colonial, bajo el nombre de “México los ochentas”, se animó por varios días la reflexión y la decisión generalizada de que los empresarios debían unirse al PAN para disputarle al gobierno los terrenos de la política. Eloy Vallina Garza aparecía entonces como el líder empresarial de Chihuahua y estaba en conflicto con el gobierno federal con motivo de las explotaciones forestales para su planta productora de celulosa. Habló con Miguel de la Madrid acerca de la significativa reunión empresarial, y así llegó Luis H. a presidente municipal de Chihuahua.
Así comenzaron, con altas y bajas, los nuevos tiempos opositores del PAN. Con el empuje de los empresarios resentidos, la simpatía de priistas descontentos con la expropiación y otras arbitrariedades del presidente José López Portillo, y la instalación de la costumbre de los diálogos, iniciada por “México los ochentas”, comenzaron a concertarse arreglos de ventaja mutua para las tres partes: la iniciativa privada, la política oficial y la política del PAN.
A lo largo de ese año de 1986, en repetidas ocasiones, el entonces presidente del partido Pablo Emilio (Madero) y otros dirigentes abordaron a Luis H. para que aceptase figurar como candidato a la presidencia del partido en las elecciones internas que se celebrarían en febrero de 1987. Y en formales reuniones de precandidatos Luis H. rechazó repetidamente la invitación. Sin embargo, súbitamente registró su candidatura a tiempo de triunfar en la elección y asumir la jefatura en febrero de 1987. Fue reelegido en 1990.
Durante el doble período que presidió, el sentido pragmático y la negociación encajaron a la medida de las cualidades de Luis H. Él encabezó la era de la concesión de puestos de poder, la era del disfraz, el ocultamiento o el pleno olvido de los propósitos, tesis y postulados históricos del PAN.
A partir de entonces, jamás volvieron a ser consideradas en la lucha oposicionista del PAN las conclusiones de las convenciones nacionales y estatales. Los textos fueron arrinconados, puestos en ignorancia o en olvido y sustituidos por la colaboración en los proyectos del partido oficial y de sus gobernantes, particularmente en aquellas medidas y reformas electorales y económicas que convenían al régimen, aunque se apartaban o contrariaban la doctrina tradicional.
Luis H. cambió el rumbo. Subordinó los intereses de fondo a la consecución inmediata de puestos políticos, con frecuencia empleos sobresalientes que no eran de origen electoral, sino de simple concesión, de nombramiento de colaboradores que pasaron del PAN a incorporarse a las burocracias federales o estatales. Los resultados están a la vista.

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La “necesaria subordinación de la política a la ética”, de la que hiciera gala Felipe Calderón Hinojosa en 1996, quedó agregada al inagotable empedrado de los verbalismos políticos definidos por el gaucho Martín Fierro como gritos de pájaros teros:
De los males que sufrimos hablan mucho los puebleros, pero hacen como los teros para esconder sus niditos: en un lao pegan los gritos y en otro tienen los güevos.
Ha pasado a la historia como uno más de los dirigentes pragmáticos, influenciado y dirigido por grupos empresariales asociados a los gobernantes del partido oficial. Desmemoriado o falsificador jamás invocó siquiera el pensamiento de su padre, don Luis Calderón Vega, cofundador y extraordinario artesano de la obra del PAN de los primeros 40 años. Se traicionó a sí mismo en ambivalencias y en entreguismos al régimen oficialista.
Ha quedado en la historia de la institución panista como uno más de los sometidos por la urgencia imperativa de “la prisa por el poder”, en fiel seguimiento del estilo negociador que iniciara el tristemente neopanista Luis H. Álvarez a partir de su inicio como presidente del partido en 1987.

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