lunes, febrero 14, 2011

Devastadora, la corrupción panista


Una década, de Fox a Calderón (2000-2010), bastó para que el Partido Acción Nacional (PAN) traicionara los postulados de los padres fundadores de ese partido y a la pléyade de mexicanos, a los que el tufo de corrupción de entonces empujó a crear el partido conservador de derecha. Abortando los principios de honradez (y honestidad, que no son lo mismo, por lo que son vasos comunicantes que se complementan) que enarboló Manuel Gómez Morín, quien alegó e impugnó que las conquistas de la Revolución (su centenario, convertido en una mascarada de marionetas, por la coalición-alianza-complicidad de Calderón y Ebrard, es decir el concubinato del Partido de la Revolución Democrática de los Chuchos y el PAN de César Nava) se habían pervertido. Y decidieron emprender la cruzada de exorcismos hasta contra lo salvable de la posrevolución: la separación entre el Estado y la iglesia, la educación laica, la expropiación petrolera y las reivindicaciones campesinas y obreras. Y combatieron a Lázaro Cárdenas para tratar de hacer tabula rasa. Era la utopía religiosa.

La moral cristiana-católica del PAN los obligó a postular la honradez como condición del ejercicio de la política. Fue su mejor bandera, sino es que la única; pero se erigieron en vigilantes del abuso del poder presidencialista, lo cual debe reconocérseles. Poco más de medio siglo (1939-2000), fueron oposición pacífica, leal a algunos fines constitucionales, pero desleales a otros. Y andando el tiempo, pasaron de la repugnancia al ejercicio del poder público a participar en las disputas electorales, para ir escalando desde sus victorias municipales y en las legislaturas de la entidad bajacaliforniana, hasta postulaciones federales, cuyos sufragios, finalmente, los llevaron hasta la Presidencia de la República. Y han fracasado como partido político y en los cargos públicos: son corruptos, fundamentalistas del más rancio moralismo, ineficaces administrativamente, payasos, mentirosos e incompetentes como gobernantes.

Los panistas, contra lo que sostuvieron Carlos Castillo Peraza-Felipe de Jesús Calderón, perdieron el partido y perdieron el gobierno. En una década, mostraron que no estaban preparados para la administración pública; pero sí para, piratas de tierra, asaltar la nave del Estado y hacer de éste un botín al amparo de la impunidad. Han sido ladrones, rateros y cínicos hasta superar al antiguo priismo, hermanados en los mismos vicios con el perredismo chuchista-ebradorista e imitadores del peñanietismo, nadando en el mito del libre mercado y el libre comercio absolutos, negándose a toda intervención para gobernar a favor del pueblo, contra los abusos empresariales de Televisa y TV Azteca, sobre todo, que han estado preparando el golpismo mediático a la par del golpismo militar calderonista (Jorge F Malem Seña, La corrupción, aspectos éticos, económicos, políticos y jurídicos).

Y han minado los derechos humanos y sus garantías en una atmósfera de total desacato a las resoluciones judiciales para proteger a las jerarquías clericales, de la alta burocracia, banqueros y empresarios. Sus “asesores” son los Enrique Krauze, los Vargas Llosa, saqueadores de Karl R Popper a su conveniencia interpretativa, impugnadores de Keynes, cuando éstos proponen intervencionismo para paliar las desigualdades sociales, los abusos y actuar contra la corrupción (Popper, Después de la sociedad abierta, y Keynes, Ensayos de persuasión).

Los desgobernadores panistas, del foxismo al calderonismo, convirtieron sus proclamas de honradez en una perversa corruptela política (de favores a los suyos y seguidores… quien quebró a Mexicana financió con millones la campaña electoral de Calderón) y corrupción económica, ante las cuales los panistas desoyeron las denuncias formales (en la Secretaría de la Función Pública, tapadera de Pronósticos Deportivos, la Lotería Nacional, las casas de apuestas de Televisa, de Petróleos Mexicanos). Son iguales los desgobernadores del PAN a los Ulises Ruiz, Fidel Herrera, Guillermo Padrés (éste, con el herraje del PAN, en un año ya rompió todos los récords de corrupción, a través de las manos negras de su hermano y cuñado, el presidente municipal de Monterrey, Larrazábal Bretón), etcétera.

No tienen llene para enriquecerse (en Francia se rastrean depósitos de un alto funcionario policiaco, cuya bomba estallará en el quinto año de mal gobierno calderonista, como venganza-respuesta de su presidente Nicolas Sarkozy contra Calderón, por la disputa de Florence Cassez, en cuyo asunto de corrupción está Genaro García Luna, el poder tras el trono corrupto del presidencialismo). La sociedad está impotente contra todas esas corrupciones (Peter Eigen, Las redes de la corrupción y la sociedad civil contra los abusos del poder; Francisco J Laporta y Silvia Álvarez, editores, La corrupción política).

Es devastadora esa conducta panista extendida en la complacencia al contrabando de libre comercio, tanto estadunidense como chino, que está acabando de destruir la agricultura, la industria y todas las actividades de nuestra economía que se encuentra en total desgracia (Jorge F Malem Seña, Globalización, comercio internacional y corrupción). Calderón quisiera dejar en el trono a un guardaespaldas para que le dé impunidad a él y a su grupo (si antes no se decide a dejar a un émulo de Victoriano Huerta, dadas las condiciones actuales del militarismo policiaco). Pero se pasea por Los Pinos el Santa Anna llevado a juicio político. Democracia y republicanismo, con sociedad abierta para apuntalar las libertades constitucionales, exigen deslinde de responsabilidades, rendición de cuentas y averiguación sobre el patrimonio de esos panistas.

Por eso Calderón debe ir a juicio político......

*Periodista

Fuente: Contralínea 220 / 13 de febrero de 2011

Las causas de la violencia

Marcos Chávez *

Como jefe supremo de las Fuerzas Armadas, Felipe de Jesús Calderón se encuentra extraviado con sus falanges entre los laberintos de su propia guerra, mimetizada como una lucha contra la inseguridad. Ofuscado por su delirante triunfalismo guerrerista, sólo ve una de las múltiples máscaras de la violencia, la relacionada con el narcotráfico, cuya fisonomía ni siquiera observa en todos sus matices, mientras que a las otras manifestaciones las mira desdeñosamente. Para el comandante en jefe, las causas de las diferentes formas de las transgresiones carecen de profundas raíces sistémicas y se asemejan a simples rizomas, o a la policéfala Hidra de Lerna, si se prefiere, ante los cuales sólo se requiere de algunos años para despejar el terreno o para cortarle todas las cabezas y matarla, cual Heracles posmoderno.

Calderón supone que no le conciernen los costos y las secuelas económicas y sociopolíticas de su cruzada: las ascendentes víctimas que pueblan los escenarios de operaciones, los muertos y demás damnificados, ya sean de los Ejércitos enemigos o simples inocentes. Tampoco le interesa que, con su Estado de excepción y su conflicto bélico de dudosa fabricación jurídica, con la displicente complicidad de los poderes Legislativo y Judicial, los primeros sacrificados en la cruenta lucha hayan sido la Carta Magna, el estado de derecho, los derechos constitucionales de la población, e incluso los legales de los delincuentes, y los remedos de la democracia, figura retórica con la que medran las elites dominantes, con cuyos andrajos recubren al robusto régimen político autoritario, y a la que han aplicado la extremaunción. Como su principio persecutorio es implacable e insaciable, ante sus ojos, lo anterior son los inevitables daños colaterales que tienen que pagar y asumir los que, con su pasiva o activa permisividad, contribuyeron al desbordamiento del crimen organizado y su brutalmente sangrienta violencia: la sociedad y los precedentes gobiernos panistas y priistas.

De lábil sensibilidad, entre los estruendos del campo, el émulo de Jorge de Capadocia ha desarrollado un peculiar oído de artillero: sólo escucha a los que aprueban su estrategia. A Vicente Fox, quien se atrevió a sugerir la legalización de la producción y el comercio de las drogas para golpear a los cárteles, abatir los índices de criminalidad y retirar la anticonstitucional presencia del Ejército de las calles para evitar el mayor deterioro de su imagen, debido a su violación de los derechos humanos, le reprochó sus “muchas equivocaciones” cometidas en el combate a la delincuencia organizada y por “no actuar a tiempo”, ya que “si México (sic) hubiera comenzado a luchar contra este problema antes, hace cuatro o cinco o 10 años, estaríamos hablando ahora de un asunto completamente diferente”.

Francisco Blake, secretario de Gobernación, quien defiende la estrategia de tierra arrasada, afirma que la violencia se generó antes del gobierno de su jefe, y remarca que a todos los “delincuentes, sin excepción, se les va a aplicar la ley y la fuerza del Estado”. ¿Incluirá en su lista a los de cuello blanco del gabinete y a los empresarios, porque sobran candidatos? Genaro García, de Seguridad Pública, sostiene que la ineficacia policial se debe al abandono sufrido hace 30 años. Este controvertido individuo recién se vio obligado a reconocer que, pese al éxito, el consumo de la mariguana se ha cuadruplicado y se ha expandido el de la cocaína y las anfetaminas. El diputado Arturo García (Partido Acción Nacional) señaló que “el problema de seguridad no fue gestado en esta administración; el modelo del crimen se incubó en la década de 1980, protegido desde el gobierno y la policía”. Ante el señalamiento de Fernando H Cardoso, César Gaviria y Ernesto Zedillo, relativo al fracaso de la guerra global contra el narco y la necesidad de aplicar una nueva estrategia basada en la prevención y la educación, Calderón dijo que no ve nada nuevo en sus juicios, que compartía el primero y ya aplicaba el segundo (El Universal, 11 de agosto de 2010, 26 de enero de 2011 y 1 de febrero de 2011; La razón, 28 de octubre de 2010; La Jornada, 28 de enero de 2011).

Sin embargo, ante la crítica de los juarenses por el fracaso de la estrategia, la vieja y la “nueva”, “todos somos Juárez”, que prometió la incumplida recuperación de la tranquilidad para las familias de la frontera, ya que el número de homicidios en la zona se elevó de 2 mil 600 en 2009 a 3 mil 60 en 2010, y por el olvido de los 160 objetivos considerados por el plan, Calderón y sus apologistas guardaron silencio. No los escucharon (El Universal, 30 de enero de 2011). Tan exitosa ha sido la lucha que, pese al apoyo de la señora Clinton, el Congreso estadunidense está alarmado por la crisis de seguridad en México (La Jornada, 28 de enero de 2011) y las autoridades de ese país recomiendan a sus compatriotas que piensen seriamente antes de viajar a esta nación. Tampoco mereció algún comentario la declaración de Maninder Gill, del Banco Mundial (BM), quien planteó que en el esfuerzo en contra de la inseguridad y la injusticia social debe primar “la justicia social y el desarrollo económico”, la atención a los niños y los jóvenes sin empleo ni trabajo, y el diálogo con la sociedad con la sociedad civil (El Universal, 27 enero de 2011).

Calderón está perdido en política de Perogrullo: “Las muertes violentas no son muertes que haya causado el gobierno; las han causado los criminales. Nosotros, lo que hacemos, es combatir a los criminales”. El resto carece de sentido. Se lava las manos en el torrente de sangre. Los inocentes asesinados por las fuerzas públicas en la guerra no existen (sólo fueron 111 en 2010, según Raúl Plascencia, de Derechos Humanos), ni los retenes convertidos en embudos de la muerte ni los heridos, ni los detenidos ilegalmente ni lo torturados, ni los vejados ni la sustitución de la presunción de inocencia por el principio de la culpabilidad a priori, ni las socialmente degradantes denuncias por la violación de los derechos constitucionales (1 mil 415 quejas en contra de la Secretaría de la Defensa Nacional, 595 en contra de la Policía Federal, 537 en contra de la Procuraduría General de la República, 3.9, 1.6 y 1.5 por día, en cada caso), ni el uso faccioso de las “denuncias” de los testigos protegidos ni la impunidad ni las infames resoluciones judiciales. Todo es ficción. Al cabo, Calderón ya había advertido que la ofensiva y la derrota de los criminales “no van a ser fáciles [ni] rápidas. Incluso van a ser dolorosas”.

Es indudable que los delincuentes merecen la aplicación de la ley. El castigo por sus ilícitos y sus asesinatos cada vez más feroces, masivos, indiscriminados. Hasta puede aceptarse un aserto de Calderón: para lograr sus propósitos, “esa gente ha perdido la razón, están locos y están utilizando medios muy violentos”. El problema es que la solución bélica, convertida en “razón de Estado”, por encima de la población, implica potencialmente el terror, similar al que imponen a los que se combaten. De hecho, ya se ha convertido en una especie de terrorismo de Estado, en una guerra sucia, en una asepsia social, en el exterminio de los indeseables, medida que, de alguna manera, es apoyada por algunos sectores de la sociedad que exigen la instauración de la pena de muerte para tratar de recobrar su seguridad perdida y observan con indiferencia o cierto beneplácito su eliminación. Aun la historia demuestra que una vez que el terror oficial se escapa del control, se convierte en una eficaz maquinaria de la muerte. Primero mata metódicamente, a sangre fría; luego termina por perseguir a todos. El terrorismo estatal se trastoca en una violencia indistinta que puede devorar a cualquiera, con o sin excusa. Los calderonistas han trasgredido la ley hasta el extremo de la degradación de los delincuentes, presuntos o comprobados. Su espectacular exhibición pública y el estímulo de su linchamiento, en el que han participado activamente las televisoras, es una expresión de ello. En parte, la brutal violencia de los malhechores es la respuesta a esa actuación.

En la opción por el “escarmiento” estatal, cabe la muerte, la última solución, convertida en una medida ejemplar para los que pretendan contravenir la legalidad y desafiar el poder establecido. Es la imposición del miedo a la mayoría de la población y la escoria social, ya que una minoría delincuencial normalmente escapa a las leyes, más que la promoción del respeto al estado de derecho, basado en el consenso sobre una justicia escrupulosa, digna, igualitaria, justa, en la credibilidad y legitimidad de las instituciones y sus representantes, virtudes de las que carece el sistema.

La deliberadamente estrecha visión de la lucha calderonista en contra de la delincuencia soslaya las profundas raíces de la violencia: la creciente pobreza, miseria, desigualdad y exclusión social, provocadas por el modelo económico y las políticas públicas que promueven la salvaje acumulación capitalista neoliberal; por el autoritarismo del sistema político que mantiene cerradas todas las puertas legales e institucionales a la población para que puedan defender sus derechos e intereses. Maninder Gill, del BM, “recomienda” una estrategia de inclusión social, mientras que, en la práctica, junto con el Fondo Monetario Internacional, imponen la internacional neoliberal, que ha arrojado los resultados señalados a escala mundial. El senador priista Manlio Fabio Beltrones dice que “el asunto central es el diseño [calderonista] de una política económica y social que ha convertido al país en una auténtica fábrica de pobres y ha sido incapaz de hacer frente a la demanda de empleos”, mientras que él y su partido promueven y legitiman, desde el Congreso, las mismas políticas que han llevado a esta situación. Son los mismos programas y el mismo modelo y proyecto de nación que entronizaron despóticamente los gobiernos neoliberales de su propia organización.

Los panistas, los priistas, el Poder Judicial y la oligarquía empresarial son responsables de la falta de empleos legales, del despojo de las conquistas laborales de los trabajadores, de la ley de hierro impuesta a los deteriorados salarios reales, de la concentración del ingreso y la riqueza nacionales, del desmantelamiento del Estado de Bienestar (la educación, la salud, la vivienda, las pensiones), de la política fiscal regresiva que sólo favorece a los grandes empresarios, del despojo, la depredación y la corrupción que existen alrededor de los recursos de la nación. Los panistas y los priistas, a los que se han sumado algunos sectores de la “izquierda civilizada”, ocupan espacios de poder gracias a los electores, a los cuales han traicionado. Ellos son los responsables del genocidio económico y social. Con su guerra, Calderón y su equipo se han convertido en lo que Theodor Adorno, el filósofo alemán de la escuela de Fráncfort, denominó como “asesinos de escritorio”.

Y esa responsabilidad es compartida por los legisladores que controlan el Congreso.

La pobreza, la desigualdad, la exclusión social o la injusticia no generan automáticamente la opción por el delito como una forma de supervivencia. Si fuera así, en México existirían poco más de 70 millones de delincuentes. Sin embargo, el gobierno los trata como si lo fueran.

Los fantasmas, empero, rondan. En el Medio Oriente, empiezan a salirse de la botella y se deshacen de sus déspotas. El riesgo de una explosión similar es cada vez más cercana en México. Los agravios, la desesperanza y el rencor acumulados por los sacrificados del sistema y su modelo, los que no delinquen, a los que no se les ofrece una salida institucional, pueden optar por buscar soluciones parecidas.

*Economista

Fuente: Contralínea 220 / 13 de febrero de 2011


Si así se enojaran cuando hay razón…


Un absurdo enojo provocó al gobierno de facto de Felipe Calderón el programa televisivo de la BBC de Londres en el que sus conductores hicieron mofa de la capacidad productiva de los mexicanos. El pretexto fue la presentación de un automóvil deportivo armado en nuestro país, toda vez que los vehículos automotores reflejan la personalidad de un pueblo, según los comentaristas. Lo primero que viene a la mente es una pregunta lógica: ¿Por qué la burocracia dorada no muestra igual actitud, supuestamente patriótica, cuando los funcionarios del gobierno estadunidense acometen contra nuestro país por cualquier leve motivación?

Más bien, debería darles vergüenza –a los funcionarios del gobierno de Calderón– que se nos tenga en un concepto como el que externaron los comentaristas británicos, nada alejado de la realidad, porque eso es lo que han hecho los tecnócratas mexicanos con su forma canallesca de “gobernar”. No podía esperarse otra cosa que la conformación de una sociedad en la que todo es simulación, porque así como el empresario hace como que le paga a sus empleados, así éstos hacen como que trabajan. El resultado es un país muy poco competitivo, como lo especifican evaluaciones internacionales, que camina en reversa desde hace casi tres décadas, con nulo crecimiento real y abundancia de problemas sociales, producto de la descomposición de un sistema político erosionado por la corrupción.

Lo que hicieron los conductores del programa mencionado no fue más que diseccionar, con un sentido del humor nada británico, la realidad de una nación cuya clase dirigente es incapaz de conducir a la sociedad por la ruta de una convivencia digna, que merezca el respeto de la comunidad internacional. El disgusto proviene, sin lugar a dudas, de que a la burocracia dorada le pusieron, los comentaristas del programa de la BBC, un espejo para que se mirara tal cual es, y sus integrantes dejaran de vivir autoengañados por la propaganda costosísima con la que pretenden también engañar a los mexicanos. Así queda demostrado que no tiene caso gastar tantos miles de millones de pesos en spots televisivos si la realidad es todo lo contrario.

En el exterior, saben que México va en picada porque el Estado no cumple sus responsabilidades con la sociedad. Fuera de nuestras fronteras, no se tragan las mentiras que con tanta desfachatez nos endilgan los medios electrónicos para hacernos creer que el desgobierno de Calderón trabaja “para vivir mejor” todos los mexicanos. Desde luego, los miembros del gobierno panista quisieran que hasta en la BBC se creyeran esas mentiras, de ahí su enojo tan desmedido que, por otra parte, duró apenas unas horas, las suficientes para que la opinión pública se diera cuenta de que existe en Londres un embajador mexicano y una cancillería que no sólo se preocupan por satisfacer los caprichos de la Casa Blanca.

La verdad es que México dejó de ser una nación respetable desde que se evidenció que la clase gobernante sólo está interesada en servirse del poder para medrar, no para velar por los intereses del país. Esto es inocultable a los ojos de la comunidad internacional, y si los gobiernos con los que tenemos relaciones se hacen como que no lo ven, es porque así les conviene. No en balde tienen todas las facilidades, para que sus connacionales hagan lo que les viene en gana en nuestro territorio, como es el caso de las empresas mineras canadienses y las españolas dedicadas a producir electricidad y competir con la Comisión Federal de Electricidad. Ni que decir de las estadunidenses, las cuales ven con más preocupación los avances que han tenido los españoles en el aparato productivo mexicano.

El programa de la BBC no hizo más que mostrar el rostro de un México canallesco, producto de 30 años de aniquilación de nuestros valores culturales y sociales, porque así lo ha querido una oligarquía que sólo tiene de mexicana el hecho de tener aquí sus negocios que la han enriquecido en forma brutal y salvaje. En el colmo de la mofa, los conductores del programa hasta apostaron a que el embajador, Eduardo Medina Mora, no les habría de responder porque estaría apoltronado en su sillón papando moscas. Perdieron la apuesta, les respondió como ellos querían, para demostrar que dieron en el blanco: revelaron la realidad de una nación que antes fue respetada y elogiada en diversos círculos internacionales por su cultura, su defensa de los intereses nacionales, su gran pueblo capaz de superar dramáticas adversidades, como el gran terremoto de 1985.

*Periodista

Fuente: Contralínea 220 / 13 de febrero de 2011